domingo, 15 de marzo de 2009

Pesadilla

He tenido un sueño horrible.
Estaba en el salón de una casa que no era la mía, con un chico muy moreno, con la boca grande y los ojos negros.
El me hablaba pero un continuo estruendo de explosiones me impedía escuchar bien su voz, solo de vez en cuando podía entender "despiértate".
Me acerqué a una ventana y miré por ella, y lo que vi me sobrecogió el corazón.
Estaba en una ciudad desconocida, fantasmagórica, llena de edificios vacíos y destartalados.
No se veía un alma por la calle, tampoco se podía percibir que o quien provocaba aquellas explosiones que solo se oían, ya que no pude ver ni una llama, ni un cráter, nada.
Solo aquella suerte de bajo continuo y las calles frías y vacías.
Entonces aquel muchacho me puso la mano en el hombro y al girarme resulto ser mi padre, que mirándome a los ojos dijo "despiertate", dio media vuelta y se marchó.
Yo me quede solo en aquella habitación extraña, y quería despertarme consciente de que aquello solo podía ser una pesadilla, pero era incapaz de salir de allí.
Volví a mirar por la ventana y todo había cambiado.
Las calles eran las mismas, los edificios eran los mismos, pero esta vez, un sin fin de cadáveres yacían caídos en las aceras, en medio de la calzada, sobre los capos de los coches, asomando por las ventanas.
Rojas llamas asomaban por los balcones de los edificios contiguos.
El cielo se oscureció de repente y entonces sonó mi móvil.
Una voz al otro lado me dijo " despiértate" y luego calló.
Hice un gran esfuerzo por despertarme, cerré los ojos y apreté tanto los puños que las uñas se me clavaron el las palmas de las manos, haciendo brotar pequeñas gotas de sangre espesa.
Al abrir los ojos, me encontré tumbado en el suelo, en medio de la calle, junto a otros cadáveres.
Uno de estos cadáveres, con un agujero tremendo en el pecho, por el que podía entrever su corazón, clavó sus ojos inertes en los míos y susurró "despiértate", esta no es tu guerra.
Me desperté.
El sol entraba con fuerza por mi ventana, sentí a mi lado el calor del cuerpo de mi pareja y antes de que pudiera darme cuenta, me eché a llorar, dándole gracias a Dios, por pertenecer al primer mundo, por llevar una vida anodina sin preocupaciones mayores que conseguir el dinero suficiente para obtener más comodidades, más caprichos, y poder pagar los que ya adquirí.
Di gracias a Dios por no tener que recoger del suelo el cadáver de mi madre, o de mi hermano.
Por tener la ropa limpia ordenada por colores en el armario de mi cuarto.
Por seguir respirando.
Por no odiar a nadie lo necesario como para tener que matar, por no ser odiado.
Por pertenecer a ese sector de la población mundial, que puede dar gracias a Dios.

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