Me acuso de escribir mojando siempre la pluma en el tintero del alma, y en ocasiones intento darle forma a tanta sensibilidad y a tanta emoción que la prosa no me sirve, y trato de expresarme en verso, aunque ese no es mi terreno y corro el peligro de caer en una poza o de hundirme entre movedizas arenas.
Ruego a mis amigos poetas y a cuantos lectores aman la poesía disculpen mi atrevimiento.
Espero que sepáis interpretar cuanto sentimiento recogen estos versos y al hacerlo perdonéis mi osadía.
No se me
puede llamar poeta.
Mi pasión no sigue métrica alguna, no acepta orden ni
estructura ni está sujeta al estilo que indican los eruditos.
El amor que me inspira una sola de tus sonrisas no hallará
jamás el término exacto para construir la metáfora adecuada.
Ergo no puedo llamarme poeta, no pueden llamarme poeta.
Y no lo necesito, porque siento, luego existo, amo luego
insisto, te pierdo y te gano, te tengo y te alejas, me sangra el cerebro, me
tiembla la mano.
Te busco en cada sombra y te encuentro siempre en la luz.
Eres el sol que es vida y si no me iluminan tus ojos me
siento morir.
Y eso me desespera porque no puedo acusar al destino, ni al
dios que todo lo puede, ni a los caprichosos hados que ni tan siquiera existen
más allá de mis fracasos.
Tan solo conozco una gran verdad, y no es otra que habitas
en cada una de las palabras con las que construyo la más feliz de las historias
que me gustaría vivir junto a ti,
Pero es solamente real en negro sobre blanco.
Entonces igual sí que soy poeta.
Que me llamen como quieran,
yo me llamo como me nombran tus besos y no deseo seudónimos
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