Tras cada noche llega una nueva mañana, tras la oscuridad nocturna vuelve a iluminarnos el sol y tras cada periodo de angustia regresa tímida y prudente, pero firme y oportuna la esperanza.
Pensé que había llegado el ocaso a mis días de creatividad y de efervescencia literaria, pero no, tras pensarlo mucho he comprendido que tan solo es que no me he atrevido a sentarme ante el teclado para alimentar el blog durante estos últimos 15 días, y no he sido capaz de hacerlo porque me he dado cuenta de que lo que he alimentado principalmente son los demonios que habitan en mi interior y que están deseando que abra la caja de los truenos y permita que asuman mi escritura. He preferido regalarme pequeños momentos creativos en distintas RRSS con las que a modo de dosis de metadona he conseguido quitarme el mono y detener los temblores, calmar los delirios y eliminar los sudores.
Y es que ya lo he escrito en muchas ocasiones, para mi escribir no es una afición, un hobby o un oficio, es sencillamente una necesidad vital, y si no puedo expresarme por escrito en algún momento del día, sé que sencillamente me agostaré y dejaré de respirar. Otra vez. pero esta vez de forma definitiva, sin sorprendentes despertares y sin segundas oportunidades. Y es que además tengo la certeza de que si no pudiera escribir preferiría estar muerto.
En breve verá la luz la novela que ha supuesto un verdadero cambio de tercio en mi trayectoria literaria, un punto de inflexión y un ejercicio de madurez, Incluso lo bueno. Mientras, sigo trabajando muy despacito, cual meticuloso y exigente artesano en Inocentes, y para matar la inmediatez que me define y que rige mi existencia, he comenzado a escribir en este blog una novela por entregas, un juguete, un divertimento al que he titulado Buscar el gremio, y para el que he resucitado a mi querido inspector Iván Pinacho (cosa que quizás no debiera haber hecho bajo ningún concepto).
Me he apartado un poco de la parte más personal de este vuestro blog, intentando contener ese exhibicionismo emocional que caracteriza muchas de mis entradas, aunque lo disfrace con vestidos de cuentos y relatos, o aunque pretenda camuflarlo con recursos literarios.
Pero como también he escrito alguna vez, el que nace lechón, muere cochino, y renace más lechón que nunca.
Así que nada, aquí estoy de nuevo. Mis inseguridades, mis angustias, mis miedos, mis alegrías y mis penas, mis momentos de éxtasis amoroso y de insoportable ausencia de luz y mis circunstancias vitales, emocionales y existenciales volverán a ocupar páginas en La espinilla cuando besa, aunque sé que esto será motivo de celebración de aquellos que me odian y se esconden tras seudónimos y cobardes avatares ficticios para insultarme y tratar de destruir mi autoestima y de apagar mi luz. Pero lo siento, "amigos" (y "amigas", que de todo hay), esta luz no entiende de apagones innecesarios nacidos del odio, de la ambición, de la envidia o de la mediocridad.
Vivo, luego escribo. Pienso, luego insisto: todo termina llegando, incluso lo bueno.
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