sábado, 24 de mayo de 2025

Buscar el gremio. No gana uno para sorpresas


 Como era de esperar en el control de acceso del residencial Benamara, en plena costa del sol,  se habían concentrado los mejores electricistas de la provincia de Málaga, atraídos por la urgencia en reparar la instalación que daba servicio al caprichoso hijo del multimillonario emir de Runara, quien al parecer tenía el dinero por castigo y maldición familiar. En la entrada de la urbanización se produjo un curioso embotellamiento entre los vehículos comerciales de las empresas eléctricas, los coches de los guardias de seguridad de la comunidad, los de protección privada del hijo del emir, un par de Nisán de la Guardia Civil y un vehículo de la policía local, cuyos ocupantes desplazados hasta allí nada más conocerse el origen del apagón global que al parecer ya afectaba a toda la península, se desesperaban en organizar aquel caos.

Según le comentó a Iván el miembro de la benemérita de mayor graduación, quien se había hecho cargo de lo referente a la investigación preliminar del suceso, alguien sin saber cómo, cuando, ni porqué, se había hecho pasar por un empleado municipal para acceder a los enormes generadores de seguridad y había colocado el ingenioso y minúsculo temporizador que hizo que un pequeño detonador de fabricación militar hiciera estallar el explosivo plástico adherido a un conmutador en la central eléctrica de Estepona. Todo sucedió justo en el momento en el que el hijo del emir había tecleado el código de apertura de la caja fuerte empotrada en el muro de carga del chalé alquilado para introducir los cerca de seis millones de euros que había traído para jugar en las mesas de ruleta francesa del casino Nueva Andalucía, de Puerto Banús.

—Desde lo más alto se nos hizo acudir aquí a los pocos minutos de producirse el apagón. No entiendo cómo ha sido posible que pudieran interconectar los sucesos con tanta rapidez—le dice el uniformado y bigotudo picoleto—Si al final va a ser que los servicios de inteligencia son inteligentes y todo.

Iván y Clara cruzaron una mirada y una sonrisa al escucharlo y ambos pensaron en el acto en las mismas personas, sin saber que una de ellas, Salomé, estaba a punto de enfrentarse a un peligro para el que Ulises no había podido prevenirla aun.

—A nuestros queridos amigos no les va a gustar que gracias a las sospechas de Salomé y a su rápida información a Ulises les hayan arruinado el negocio.

—Si. Es verdad—concede Iván— Se ve que esta agente destinada a SVAE es de lo mejorcito de nuestros servicios secretos. No creo que vayan a permitir que siga con vida. El intento de acabar con ella no tardará en repetirse y quien sabe, quizás con mayor fortuna.

Lo de dejar sin energía durante unos minutos a toda la población española y portuguesa para hacerse con los millones de euros en metálico del de Runara, y con la inmensa fortuna que traslada en joyas además cada vez que se mueve por Europa, se les fue un poquito de las manos a estos tipos. Pero también nos han dejado claro hasta donde pueden llegar y la profesionalidad de algunos de sus secuaces. Esto indiscutiblemente ha sido obra de alguien con formación militar y con una increíble preparación en actos de sabotaje, 

A poco más de 800 kilómetros de allí, los peores presentimientos de Iván estaban a punto de hacerse realidad. Un sicario de la organización criminal que habían descubierto operando infiltrada en los gremios a los que recurrían las administraciones de fincas y otras empresas que se podían contratar a través internet, jaqueó sin la menor dificultad el código que abría la puerta de acceso al parking donde los tramitadores de llamadas y sus responsables, coordinadores y formadores dejaban aparcados sus coches durante las horas de turno presencial. Al abrirse el portón, una pequeña furgoneta con las lunas tintadas accedió al parking y de ella saltaron con rapidez cuatro hombres armados hasta los dientes que no tardaron en derribar la puerta del call center y en encañonar a los trabajadores que allí se encontraban, ordenándolos que identificaran a Salome sino querían que abrieran fuego.

Lo que no sabían era que el destino, que es tan caprichoso como juguetón, había decidido que en ese momento Salomé estuviera en la pequeña sala de juntas anexa al call center, en la que tenía una de las periódicas reuniones que Pablo, el CEO de la empresa, solía celebrar con su equipo de confianza y un café y unos churros de por medio. Además de Salomé y Pablo, estaban allí Alma, la risueña y adorable formadora de los nuevos trabajadores que se iban incorporando a la empresa y Pedro Pérez, un coordinador corpulento y musculado, pero de naturaleza afable, aunque a todas vistas capaz de afrontar cualquier tipo de situación sin despeinarse. También estaba Txus, otro de los coordinadores quien fue el primero en darse cuenta de que algo no iba bien al ver a través de los vinilos serigrafiados que decoraban la luna de la sala confiriéndola al tiempo algo de intimidad, a un grupo de individuos de aspecto sospechoso entrar a toda prisa en las oficinas.

—Bueno, Pedro, Alma...—dijo Salomé al comprobar la situación a través del cristal— , creo que no hace falta que os diga que lo que nos temíamos ha terminado sucediendo.

—¿Se puede saber qué está pasando aquí?—preguntó Pablo al ver como aquella informal y cotidiana reunión de empresa se había convertido en algo completamente diferente a lo que imaginaba.

—No sé si estamos autorizados a contarte según que cosas—dijo Salomé extrayendo una pequeña pistola automática de la funda oculta dentro del maletín de trabajo y ofreciéndosela a Alma, quien declinó su ofrecimiento al hacer aparecer como por arte de magia un revolver  de gran calibre con las cachas nacaradas de entre los pliegues de su larga falda baquera.

—Yo me ocuparé con discreción del que cubre la salida —aseguró Pedro apretando el resorte que permitió aflorar la larga y afilada hoja de su navaja automática—vosotras desaceos de los demás y procurad que no lleguen a abrir fuego. Tenemos a tres compañeros en la sala y por encima de todo debemos garantizar su seguridad y ponerlos a salvo.

—Ulises no me había hablado de esto—masculló Pablo para sorpresa de todos mientras sacaba su Smith and Wetson del 45 de la funda sobaquera oculta bajo su impecable americana—vamos al lio, equipo. 

—¡Joder! —exclamo Txus apoyándose en el bastón que utilizaba para ayudarse en su casi imperceptible cojera—No gana uno para sorpresas.

Entonces se escuchó un disparo dentro de la sala y para su asombro vieron salir a tres de los intrusos desarmados y con las manos entrelazadas tras la nuca. Y siguiéndolos con paso firme y decidido y apuntándolos con su Pietro Beretta aún humeante a Laertes, el rubio teleoperador de ojos tan azules como tristes y palabras siempre cuidadosamente escogidas.

Guardad las armas y disimulad, equipo—ordena Pablo—vosotros y yo ya hablaremos luego. Y Ulises, claro. Me parece que tiene mucha cosas que explicarnos a todos.


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