domingo, 27 de mayo de 2012

La nariz roja

Me la pongo la mayoría de los días en que necesito ser aún más payaso de lo que soy.
Se que una frase como la anterior va a dejarme la bandeja de entrada llena de comentarios ofensivos, pero como tengo el arma suprema de eliminarlos o de publicar aquellos que me salen de la pipa, me da bastante igual.
Es curioso lo que encierra este trocito de gomaespuma descolorida.
Ahora soy un tipo dolorido... ahora hago felices a los niños.
Ahora podría encaramarme al campanario de la iglesia más cercana con un fusil de reproches... ahora solo necesito una flor que arroje agua, un cañón de confeti y unos zapatos enormes.
Le facturo a la vida las sonrisas que me debe con la esperanza de que pague a treinta días y cada mañana compruebo mi cuenta corriente, desesperándome al ver que allí no ingresa ni Dios y sigo pidiendo sonrisas prestadas.
Entonces vuelvo a ponerme mi nariz y es como si una dosis de morfina penetrara por la vena con la premura de un caniche vestido de arlequín.
Cuando se me pasa el chuté, la guardo en el ropero, junto a las otras.
Tengo un ropero de lo más interesante.
En las baldas se agolpan las calzas verdes, los gorritos con las plumas deshilachadas por la velocidad de los picados desde la nube donde te sigo observando, las naricillas rojas, el uniforme de la PM, los trajes de vender pisos de lujo, las disculpas para cada vez que meto la pata.
El disfraz de "Power Ranger rojo", la falda de actuar en los pueblos de la Castilla más profunda y más amable, las fotos con tu rostro recortado, para no ver que te fuiste.
Las poquitas lágrimas que me dejaste.
Esas las he metido dentro de una bolsa de plomo, porque son radiactivas y lo podrían contaminar todo.
Tengo una maleta de cartón llena de ganas de hacer cosas.
Pero no encuentro la llave.
En una percha, estiradita,  está mi madurez. Todo el mundo insiste en que me la ponga, sin saber que me queda muy justita y  el botón del cuello me oprime la traquea.
Un cuaderno lleno de preguntas para plantear a los psicólogos.
El paquete de tabaco que terminará matándome.
Los traumas de verano y los de invierno, amontonados unos sobre otros.
Mi chaqueta de "Vesperdidos".
En el cajón de las personalidades hay media docena que tengo que remendar, la mayoría las zurci hace tiempo y se nota un poco que están viejas y desgastadas.
Aunque pasa lo de siempre: a la gente le encanta la de "simpaticote oportuno" y se horrorizan con la de "Alguien puede sacarme de aquí".
Bien planchaditas están las pesadillas en las que apareciste para recordarme lo crueles que pueden ser las cosas.
Las voy a llevar a Cáritas un día de estos.
La montonera de sueños eróticos me la quedo, me gusta releerlos.
Un momento...¡¡ya lo tengo!!
VOY A TIRAR TODA LA MIERDA DE UNA VEZ
Si señor...zafarrancho de limpieza.
Al carajo las fotos, los traumas, las lágrimas radiactivas y las personalidades grises.
Fuera telarañas y cagaditas de monstruo, que son como las de los ratones pero aristadas.
Tengo que hacer hueco para que ella pueda colocar todas sus cosas, que huelen a nuevo, a limpio, a oportuno y a felicidad.
También dejaré un pasillito por si alguien se decide a salir del armario un día de estos.
Nunca se sabe.
Me quedo con las naricillas rojas y en cuanto abran las tiendas me voy a ir a comprar una palanqueta para forzar la maleta de cartón.
También me quedo con mi ropa de Peter Pan.
Y mi chaqueta de "Vesperdidos".
Comida para las polillas, que se pongan hermosotas y se conviertan en mariposas. Así en vez de agujerear la ropa dejarán por toda la casa un rastro de arco iris.
Y de polvo de hadas.
Me mola el plan.
"Nianononiano"








jueves, 17 de mayo de 2012

La luz

Entra por una rendija de la persiana y me sacude de lleno en el rostro con fuerza, con toda la fuerza de la mañana.
Pesa como un yunque y no me queda más remedio que abrir primero un ojo (el de ver las cosas como son) y luego el otro (el de ver las cosas como me gustaría que fuesen).
Al mantener los dos abiertos al mismo tiempo, veo las cosas como yo las veo siempre: con un toquecito de mi mismo, el justo para adulterar esta vida tan dolorosa y convertirla en soportable, incluso en deseable.
Si la cosa se vuelve demasiado difícil me pongo las gafas de mirar hacia adentro.
Me ducho solo, dándole gracias a Dios por haber nacido aquí y ahora y poder ducharme solo, y no en compañía de un montón de hombres esqueléticos con la barba rala y pijama de rayas, horrorizados hasta recibir el consuelo de la primera gota, indolora, incolora e insípida.
Me seco frente al espejo y juego a imaginarme sin ojeras, con un holluelo en la barbilla o con una hermosa cicatriz en la mejilla.
Tengo muchas cicatrices, pero ninguna visible.
Una de ellas es de cuerpo entero, como la ropa interior de los bebés, con botones para dejar al descubierto las zonas más sensibles en caso de necesitar una cura oportuna.
Elijo la ropa con esmero. Cómo ya dije en una ocasión, a la gente no le gusta la tristeza ajena,así que me visto con todos los colores, con todos, con los que me favorecen y con los que no, con todos a la vez.
Y salgo a la calle, deseando no encontrarme con el  ladrón que me robó la sonrisa, o encontrármelo de una vez por todas y reventar la cerradura del cofre donde guarda todo lo que ha robado, aunque ya nada de eso volverá a relucir como antes; se pudrió, se estropeó, se convirtió en inmundicia.
De todas formas me he comprado un montón de ellas en el "chino" de la esquina; de sonrisas, quiero decir.
Vienen con una goma para que te las puedas anudar en torno a la cabeza y no se te caigan,
A mi ya no se me volverán a caer pero, por si acaso, guardo una en cada bolsillo.
LLego desganado al trabajo que no tengo y que consiste ni más ni menos que en trabajar mucho cada día para no ganar dinero y, deber el dinero que no gano a todo el mundo.
Con lo que no gano no pago las facturas ni compro comida, ni me visto, ni viajo.
Debería coger la baja...total, hasta en este trabajo hay que justificar las ausencias.
Me tomo un café donde siempre y como cada mañana me lo pido extra amargo de noticias nacionales e internacionales.
Continuo con lo mio que es enfrentarme a una novela que levantará ampollas entre los que previamente levantaron la muralla entre la felicidad y todo lo demás.
Que se jodan, francamente, porque no podrán ocultar la´verdad de todo y será público el dolor.
Y la vergüenza, la suya y la mía.
Como rápido para no darme cuenta de que el plato que pongo frente al mio en la mesa volverá intacto a la cocina.
Pero estás tú.
Y aunque nadie quiere cantar con nosotros porque piensan que desafinamos, a mi me vuelve loco tu forma de llevar el ritmo.
Ok...la melodía es jodidamente difícil, pero es lo que tiene la música: no por fuerza la más sencilla ha de ser la más hermosa.
Que fluya.
Que limpie todo lo demás.
Que nos sirva para cerrar los ojos y tararear
Y llevar el ritmo con los dedos tamborileando sobre la madera de la barra de algún bar.
¿Qué más necesitamos ahora?
¿Qué más se le puede pedir al momento en el que estamos?
Que la luz vuelva a entrar un día más por una rendija de la persiana,sacudiéndome de lleno en el rostro con fuerza, con toda la fuerza de la mañana.






viernes, 11 de mayo de 2012

Allí

Tú.
Y yo aquí.
Tú dormida en tu cama y yo tratando de dormir.
Tan estúpidos los dos como para echarnos de menos.
Yo jugando a que a pesar de todo puedo soportar que conozcas mis defectos,que por cierto...son muy pocos, escasitos si acaso.
Tú perdonándome todas y cada una de mis faltas porque en el fondo sabes que errar es tan humano, como respirar,maldecir, o comprar ropa interior en un mercadillo.
Yo rebuscando en el bolsillo el dinero que no debería haberme gastado.
Tú haciendo cuentas de las veces que me ha costado decir "te quiero".
Yo escamoteando a mi memoria un par de cubatas de entre todos los garitos.
Tú decidiendo que pase lo que pase, diga lo que diga o haga lo que haga, es mejor que pida tan solo coca cola light.
Los dos rememorando el trocito de sábana necesario para sacar el demonio que llevamos dentro, que se nutre de encontronazos ocasionales y feroces, sudorosos y certeros.
Yo, alimentado de todos los "yos" que me han pedido fuego a las tantas en la barra del último bar que permanecía abierto, para que alguno de mis "yos" se acercara a tontear con la camarera.
La camarera sudada y hasta "el mismísimo" de todos los tipos como yo.
Y en el fondo sabes a ciencia cierta que no podemos vivir el uno sin el otro.
A ti te cansa tu vida, a mi me duele el recuerdo.
También me duele el estómago de tragar vilis e higadillos y mierdas de esas que jamas hubiera pensado que tendría que tragarme.
Yo deseando sacudir la ostia más precisa en el mentón del cobarde.
Tú sujetándome...que lo mato.
Los dos deleitándonos con el sinsabor de una historia por la que nadie apuesta.
Los dos.
Y eso de momento, aunque ninguno se lo crea, basta.



lunes, 7 de mayo de 2012

Sin mácula


Dicen los entendidos que el principio de una buena historia debe ser, al menos, tan brillante como el final.
La suya pudo haber sido una de las mejores pero se quedó en otra historia más.
Su madre lo parió en menos de diez minutos, a la sombra de una de las moreras que se encontraban antaño en la ribera del Pisuerga.
Tras arrancarse ella misma el cordón umbilical y la placenta, lavó al recién nacido en las aguas del río y aunque no era una mujer creyente, los miedos ancestrales y las costumbres de la época se impusieron a su odio a todo aquello que oliese a sotanas, y de aquella manera, torpe y ausente de toda fe, bautizó al pequeño. Por si acaso.
Durante unos cuantos años madre e hijo malvivieron de la caridad de los vallisoletanos que paseaban por los jardines de la rosaleda.
En ocasiones, cuando acuciaba la necesidad, aquella mujer, algo ajada por la mísera  vida que llevaba, pero aún hermosa y apetecible, aliviaba las necesidades más íntimas de algún solitario paseante a cambio de unas monedas.
El muchacho creció sano y fuerte, libre, como los gorriones que pululaban entre las ramas de los árboles; tímido y curioso, como los ratoncillos que infectaban las riberas.
Nadie como él conocía las orillas del Pisuerga.
Los gendarmes acudían en busca de su ayuda cuando desaparecía alguna persona, sabedores de que aquel rapaz encontraría el cuerpo del accidentado o del suicida porque, durante una larga temporada, a los desesperados de la ciudad les entró la fea costumbre de arrojarse a las aguas turbulentas y gélidas que parecían insinuar a aquellos que quisieran decidirse a saltar un futuro sin miserias.
Miguel (así se llamaba aquél muchacho de corta estatura, cabello oscuro y ojos claros) buceaba entre las raíces podridas, entre los restos fosilizados de toda clase de enseres, entre los pecios  fantasmales de chalupas y barcazas.
Buceaba como una nutria.
Mientras los gendarmes liaban cigarrillos y requebraban a las jovencitas que paseaban en la seguridad de la tierra firme, Miguel lograba vislumbrar una silueta atrapada entre líquenes.
Al principio, cuando comenzaron a encargarle estas misiones de búsqueda recompensadas generosamente por las familias de los fallecidos, Miguel aún quedaba impresionado por la expresiva mirada de los ahogados.
Ahora ya casi podía ignorar aquella sensación extraña que emanaba de los cuerpos sin vida y que era como una presencia, como un grito, como si el cadáver le sostuviera la mirada solicitando otra oportunidad, a él, que no era más que un niño.
Haberlo pensado antes- Le hubiera gustado decir a Miguel, pero sabedor de que sus palabras ya no serían escuchadas, ahorraba oxigeno y energía para la vuelta a la superficie.
Miguel solo debía señalar el lugar donde se encontraba el cuerpo, de lo demás ya se encargaban los gendarmes, que hacían descender a un par de hombres sujetos con cuerdas y armados con extraños balones de oxígeno y hachas y herramientas de todo tipo, quienes recuperaban el cadáver, mordisqueado por los peces y las ratas.
En ocasiones, si se había notificado la desaparición tardíamente, el difunto presentaba un aspecto terriblemente desagradable.
Hinchados por los gases de la putrefacción, amoratados por la falta de oxígeno, y con las extremidades semiamputadas por los mordiscos de carpas, lucios y barbos, aquellos sacos de carne vestidos con lazos y chorreras resultaban a un tiempo ridículos y terribles.
No había excepción. Al identificar al familiar, el pariente encargado de ello, terminaba arrojando el desayuno o el almuerzo por encima del murete de contención, cosa que los patos agradecían enormemente, dando buena cuenta de los restos deglutidos y regurgitados.
Miguel entendía aquello como el ciclo de la vida.
En una ocasión, a finales de la primera década del siglo, siendo Miguel ya un joven hecho y derecho, los gendarmes se acercaron a buscarle acompañados de un caballero de impecable apariencia y, a tenor del trato que le dispensaban los uniformados, aquel señor debía ser alguien realmente poderoso.
Le explicaron a Miguel que aquel señor era ni más ni menos que el gobernador civil y que tenía la triste sospecha de que su hija, a quien había prohibido tajantemente cualquier contacto con un escritor de la villa de quien estaba enamorada, podría haberse lanzado a las aguas del río, en una suerte de postrera acción poética.
Miguel nada sabía aún del amor.
Despojándose de la ropa, estudió por unos instantes la dirección del viento, la fuerza de la corriente y el tamaño de los remolinos.
De un salto se zambulló en el río y su instinto y la interpretación de diferentes señales le llevaron a sondear una zona determinada, junto al puente mayor.
El día era soleado y las aguas corrían más limpias de lo que era habitual en aquella ciudad, donde los vecinos consideraban el río como su estercolero particular.
No tardó demasiado en dar con lo que buscaba y ojalá no lo hubiera hecho nunca.
Los rubios y largos cabellos de la muchacha, se extendían hacia la superficie, como una flor buscando los rayos de sol.
El vestido, de fina gasa, empapado, se ceñía al cuerpo oprimiendo unas formas que se mostraban absolutamente deliciosas.
Parecía como si la muerte hubiese querido dejar a aquella chiquilla allí, sin tocar apenas, en una suerte de homenaje o de monumento a lo absurdo del ser humano.
Ni los peces ni ninguno de los voraces animalillos que pueblan el río habían degustado aún aquella carne blanca y firme.
En los ojos de la muchacha, solamente una inmensa tristeza.
Miguel salió a por aire fresco y tras unos segundos, volvió a sumergirse.
Era preciosa, era el ser más hermoso que había visto en su vida y en aquel mismo instante decidió consagrarse a aquella diosa y si fuera necesario, llegado el caso, morir por ella.
Con serenos embustes, aseguró al señor gobernador que, de haberse arrojado al Pisuerga su hija, él la hubiera encontrado, cosa que corroboraron los gendarmes, gustosos de darle al caballero alguna esperanza.
El gobernador, de su mismo bolsillo, hizo entrega a Miguel de una considerable cantidad en agradecimiento por sus servicios, y ordenó que se detuviera al joven poeta y se le interrogara con cualquier medio, hasta que confesara donde se encontraba su hija.
Los ojos del gobernador, otrora poblados de desesperación y de dudas, se tornaron glaucos e inmisericordes, como los de un marrajo.
Miguel lamentó lo que le pudiera suceder al poeta, pero su sentimiento de culpa tan solo duro unos instantes, ya que en cuanto se quedó de nuevo solo, volvió a sumergirse.
Los días pasaban y la joven seguía permaneciendo milagrosamente incorrupta.
Miguel no encontraba más explicación a aquel suceso que la fantasía de que Dios había puesto a aquella muchacha en el río para que fuera amada en su muerte, más de lo que fue amada en vida.
Y él la amó.
La amó hasta la desesperación y la locura.
Poco a poco dejó de comer.
Pasaba más tiempo en el lecho del río que en la superficie, su piel se cuarteó, agrietada por la excesiva humedad.
Se abrazaba al cadáver y permanecía así hasta que los pulmones parecían estallar, entonces volvía a la superficie a recobrar el aliento y una vez que se había alimentado del oxígeno necesario, volvía a descender.
Miguel enloqueció de amor.
En su locura, entablaba largos y apasionados diálogos con la hija del gobernador.
Miguel no conocía ya ni quería más vida que la ausencia de luz al lado de su amada.
Y una mañana, Miguel decidió quedarse para siempre a su lado.
Se lastró las ropas con tanto peso como pudo acarrear y, echando un último vistazo a su alrededor, repudió la vida en la superficie y se dejo arrastrar junto a la joven de cabellos rubios, ojos tristes y labios húmedos.
Meses después, un remero que trataba de recuperar el abanico de su joven prometida, dio con los dos cuerpos, llevándose tal susto que casi fallece ante el macabro descubrimiento.
Cuando los gendarmes consiguieron subir a la superficie los cadáveres, la gente se arremolinó para deleitarse con el morbo de aquel espectáculo.
Ambos cuerpos estaban absolutamente destrozados, corrompidos por el paso de los meses bajo el agua, pero lo más curioso es que se encontraron fundidos en un abrazo que ni la fuerza de las aguas había podido separar porque, aunque la carne termina siempre por corromperse, el amor, en ocasiones, sobrevive.


martes, 1 de mayo de 2012

Alitas de plumón blanco.

Aunque la mayoría de las personas no pueden verlas.
Mi hermana pequeña tiene los ojillos azules, rasgadillos, como si fuera oriental.
Tiene los rasgos más bonitos del mundo, porque son absolutamente limpios.
Si te mira y sonríe, te das cuenta de que solo unos pocos pueden mirarte y sonreír desde esa distancia, desde un lugar con el que soñamos y al que muy pocas veces podemos acceder.
Cuando mi hermana pequeña ve en la pantalla de la tele algún tipo rubio con patillas, señala y dice "es Juan" y se ríe.
Se ríe porque es feliz, aún sabiendo que no soy yo, es feliz porque ve a personajes que se me parecen y le recuerdan a mi.
Y eso es genial.
Es genial que alguien sonría al recordarte.
El día que nació, los doctores no pudieron ver sus alas y procedieron a dictaminar que padecía "Síndrome de Down", que es la denominación que la medicina ha inventado para los ángeles.
Vivimos en un mundo que inventa nombres nuevos para bondades antiguas.
Yo tenía doce años y mentiría si no os dijera que me enfurecí con Dios o como quiera que se llame el tipo que maneja los hilos ahí arriba.
Pero eso es porque en mi ignorancia, asocié su alteración genética con la desgracia y la vergüenza.
Y durante años, no fui digno de su amor desmesurado, porque al caminar con ella por la calle sentía que otros niños nos miraban y hacían muecas.
A mi madre, muchas señoras de misa diaria con abrigos de animales muertos y restos de ostras colgadas del cuello le aseguraban condescendientes lo "cariñosos" que son "estos niños" y la suerte que tenia porque "estaría siempre a su lado, haciéndola compañía".
Estimulación precoz y colegios especiales, aulas de integración y trabajo en casa.
Y mi hermanita coloreando sin salirse, los dibujitos de un cuaderno Disney.
Y poco a poco, descubrí que mi hermana vino a este mundo para que la familia permaneciera unida.
Yo, que soy un tipo egoísta y que suelo anteponer mi placer personal al resto de necesidades familiares, he aprendido que no hay nada mas hermoso que el cariño de los tuyos.
Ver como se le ilumina la cara cuando nos sentamos todos a la misma mesa es un espectáculo.
Consigue con un gesto apaciguar las discusiones y rescatar lo más puro de cada uno de nosotros.
Ver a mis padres, esforzarse día tras día para que siga siendo la niña más feliz del universo, anteponiendo por encima de cualquier otra cosa la sonrisa de mi hermana me reconcilia con el género humano.
Ver al resto de mis hermanos desvivirse para que no se le apague el brillo de los ojos me reconcilia con el género humano.
Saber, que por muchas puñaladas que me de la vida, por muchas noches que pase sentado ante este teclado, con un vaso en la mano y una lágrima en los ojos, preguntando que coño he hecho mal y hasta donde seré capaz de aguantar, al día siguiente iré a casa y mi hermana me cogerá la mano y me curará al sonreír. Como en el anuncio de la Mastercard, no tiene precio.
Y anoche, en una de las noches donde más cerca he estado de pedir que se parara el bus, que me bajaba, ante la desesperación que produce el sentirse perdido, no tuve más que cerrar los ojos para ver las alitas de plumón blanco de mi hermana.
Yo no se como hacerlo mejor, pero para ella siempre está bien.
No se como despojarme de todo lo que me sobra, pero eso a ella no le importa, porque luego ve en la pantalla de la tele un tipo rubio con patillas y sonríe.
Solo se que tengo suerte, porque en el reparto, a mi me ha tocado un ángel.





jueves, 26 de abril de 2012

Con la frente marchita

Como en el tango...pero sin un pañuelo blanco al cuello, ni traje de rayas, ni sombrero ladeado.
Tan solo eso, la frente marchita y el pitillo en la boca.
Volver.
Arrabalero y ebrio de perfumes diversos.
El tuyo se mezcla con el de otras y de alguna manera me resisto a que se pierda ese aroma entre todos los demás.
Si te digo la verdad, no se cuantos han impregnado mi cama.
Las nieves del tiempo platearon mi sien, cubrieron el tejado y convirtieron la calle en una pista para que se deslicen juguetones todos y cada uno de los recuerdos.
Si consigo levantar la vista del mármol blanco de la mesa pediré otro trago y con suerte, como en aquella canción, me lo servirán en una copa rota.
Así me siento esta noche.
Solo, en un bar de solitarios que se sientan ante lápidas pringosas de coñacs baratos que no saben más que a tristeza y a tangos.
Se que a veces me pongo de lo más funesto, pero que quieres que le haga...no todo van a ser palmas y pitos.
Ayer tocaba reírse entre un asalto y otro, comentando los mejores momentos del lance recién finiquitado y hoy toca rememorar el momento en el que supe que como tantas otras, tu historia se llevaría un pedacito más de mi.
Quisiera ser díscolo, pero puede que para eso también requieran una estatura mínima.
Me doy, porque no se hacerlo de otra manera, con cada jadeo que se me escapa del cuerpo y espero impaciente los frutos de la respiración entrecortada, los ojos entornados y la espalda arqueada.
Y no soy capaz de darme cuenta de que nada crece en este terreno baldío.
Pensar, que es un soplo la vida, que veinte años son nada, que febril la mirada, errante en la sombra te busca y te nombra, y te nombra y se resiste a dejar de hacerlo.
Y veinte años es demasiado tiempo.
Veinte años son suficientes para que fermente una amistad mentirosa, un cuerpo bonito y una promesa de amor eterno.
La camarera me juzga con cada mirada de reproche y trastabillando llego hasta la puerta.
En la calle me espera un coche verde bajo la lluvia, con las luces del warning parpadeando un temita de Gardel.
Me da igual si el agua cae de arriba abajo o de abajo arriba. Me empapa el abrigo y hace que se formen charquitos donde ahogarte sin remedio.
Quizás no es la persona más adecuada para escapar de los coches patrulla, pero la mujer que conduce tiene una nariz bastante bonita y la conversación adecuada en el momento en el que me siento más necesitado de escuchar a una mujer con la nariz bonita con la conversación adecuada.
Quien sabe si supieras, que nunca te he olvidado, volviendo a tu pasado, te acordarás de mi.
Hoy es una noche perfecta para reventar un bandoneón a martillazos, para bailar con la más hermosa y para apurar botellas mirándome al espejo.
Que el mundo fue y sera una porquería ya lo se...
Por favor, llévame a mi casa: Corrientes 348, segundo piso, ascensor.






martes, 17 de abril de 2012

Más jodido que Drácula con caries.

Así me encuentro desde hace unos cuantos días.
En el lugar donde otrora se encontró un excelente molar, hoy tan solo hay un cráter de proporciones bíblicas.
Semejante parcela virgen, tan bien situada, rodeada de agua y con excelentes vistas a la lengua no podía pasar inadvertida por las bacterias de urbanismo y allá que se han ido las muy hijas de puta, a recalificar y a plantar sus banderolas de resort en construcción.
Hace un par de jornadas han debido comenzar las obras y con el remover de tierras, las acometidas y demás, no pego ojo por las noches.
Lógicamente he tratado de detener semejante barbarie urbanística presentando la correspondiente denuncia en forma de antibiótico a las autoridades de mi boca, pero aún teniendo la ley de costas de mi parte, ya saben ustedes como funciona esto.
Lo peor ha llegado esta noche.
Se conoce que una gran masa de bacterias jipis, han decidido hacer frente a la sinrazón y apelando a lo profundo de las raíces que nos unen ( que por cierto...estan al aire), se han encadenado a los restos de hueso y han plantado allí sus tiendas.
Un no parar.
Desde las once de la noche con los bongos y los djembees, las guitarritas y las cariocas de fuego, venga a fumar canutos, a beber "salibotxo" y a ponerse hasta el ojete de ibuprofeno mientras gritaban consignas del pelaje de: "del cráter de juanete, no nos moverán" o "las caries para los que las disfrutan", "toma las caries" y "no nos mires, unete".
Hay que joderse.
A eso de las cuatro de la mañana la guardia urbana ha debido cargar, utilizando esos métodos tan amables por los que se caracterizan las fuerzas de orden público al servicio de los intereses económicos y, aquello ha sido un dislate, un caos y un chocho malagueño.
Mientras yo rezaba a todos los santos pidiendo aplacaran semejante dolor, los agentes del orden bucal han soltado ostias como si no hubiera mañana.
Todo ha sido un correr de jipis magullados de un lado a otro, arrojando flores y sandalias de esparto.
Lo peor es que cuando las unidades de intervención ya tenían acorralados a los últimos grupúsculos "power-flower" han aparecido las bacterias antisistemas, perfectamente organizadas y utilizando tácticas de guerrilla urbana y vuelta la burra al trigo.
Los guardias se han replegado hasta la encía, donde han repelido como podían la lluvia de cascotes óseos que los antisistema han arrancado a lo bestia de todas partes, hasta que han llegado refuerzos con mangueras y material antidisturbios.
Ha cobrado hasta la prensa y las imágenes de una pobre bacteria melenuda aporreada en el suelo van a dar la vuelta al mundo.
Como es lógico, yo no puedo soportar semejante injusticia y he elevado mi queja hasta el tribunal supremo, es decir...a las doce tengo hora en el dentista.
Se van a ir a tomar por el mismísimo, los jipis, los guardias, los antisistemas, las excavadoras y toda la flora que habita en mi cavidad bucal y que me tiene hasta la punta del pijo.
Tanta tontería ya...coño!!!!

jueves, 12 de abril de 2012

Se sentó

en el borde justo de la cama, allí donde los pliegues de las sábanas forman gigantescas cordilleras rocosas y poquito a poco comenzó a despojarse de la ropa, de los miedos y de las historias pasadas.
No de todas, obviamente, tan solo de aquellas que le llevaron a tatuarse una enorme lágrima negra en el pecho.
Mientras dobla con esmero la camisa blanca, imagina lo sencillo que es convertirse en otra persona.
Uno, puede transformarse en cualquiera, incluso en aquella mujer que decidió no volver a leer un periódico, ya que gracias a tanto dolor impreso con tinta sucia, había dejado de creer en la poesía.
Dejar de creer en la poesía es dejar de creer en los besos, en los ocasos, en los niños yunteros, en las cebollas que lloran y tienen cien cañones por banda y vientres de luz y canciones desesperadas.
En los corazones más abiertos y en las mentes más torturadas.
Él prefiere imaginar vivencias.
Puede imaginar que es una muchachita llena de inseguridades que se pregunta porque coño trabaja en esta hamburguesería grasienta, después de haberse pasado media vida estudiando. ¿Quizás porque el destino no le reserva nada más?
Ni de coña.
Él, que ahora es también ella, va a demostrale y va a demostrarse que los sueños se envuelven en torno a un largo bastón blanco, como el algodón de azúcar de la feria.
Mastica todo lo que le queda por hacer y disfruta de los recovecos del futuro.
Es y será un ente pleno limitado únicamente por su ego, no por las circunstancias del mercado laboral, ni por esos ángeles sospechosos que la aman encerrándola en un armario, restringiendo las visitas y supeditando los " te quieros" a los terrores del macho dominante.
Caen los pantalones como en una de esas comedias italianas, de repente, con solo desabrochar un botón.
Y abandona los peligros de ser ella para volver a convertirse en él.
Por un momento se excita al descubrirse medio desnudo y acaricia la idea de dedicarse un ratito.
Y vaya si lo hace, se dedica cientos de reproches, los que caben en un dormitorio en penumbra y eyacula excusas que no sirven para nada.
Pero a él lo reconforta.
Vivir en ocasiones es una gran jodienda, pero de pronto aparece algo o alguien que dota de significado real a la V a la I a la D y a la A...y silbando la canción de moda en "radio tira palante" comienza a recoger las prendas que hace tan solo unos minutos o unos recuerdos, le resultaban tan húmedas.
Ahora están calentitas y amorosas y se viste como quien hace el amor con alguien inesperado.
Sonriendo.
Puede ser quien le apetezca porque puede escribirse la vida que se le ponga en la punta de la pipa, pero le pese a quien le pese, le gusta ser simplemente
YO.

viernes, 6 de abril de 2012

La nieve

ha decidido caer durante el mes de abril y ante semejante suceso, Campanilla ha aprovechado para blanquear la fachada de la casa y que haga juego con el jardín.
Pliega sus alitas a la espalda y se recoge los negros cabellos en un moño alto, porque aunque a Disney le resultara más comercial teñirla de rubio, Campailla es morena, como su madre y como la madre de su madre.
Peter está fuera, hoy tenía sarao con los guerreros indios y seguramente vuelva tarde.
Lo más normal es que a media noche reciba uno de esos sms a los que es tan aficionado el señor Pan, en el que de la forma más elegante y más bonita, le diga que se va a liar, que la noche estará llena de estrellas y que ella será siempre la más hermosa, y de paso, que no lo espere despierta.
Y no va a esperarlo...estaría bueno.
Pero lejos de amargarse, Campanilla está de un humor estupendo.
Al fin y al cabo, ella es un hada y está llena de luz, de fantasía y de magia y poquitas cosas la sacan de sus casillas.
Solo Peter... y la píldora anticonceptiva
Tuvo que dejar de tomar la píldora porque con tanta hormona se le revolucionaba la imaginación y siempre terminaba fantaseando con que era una mujer feliz. Además las rutinas no son muy del gusto de las hadas y lo de tomarse la pastillita todo los días era un Cristo del copón.
La mitad de los días olvidaba hacerlo y en más de una ocasión se encontró temblando de miedo con la primera falta.
Quiere horrores a Peter pero es plenamente consciente de que sería un padre espantoso.
Que coño, es Peter Pan...el ejemplo eterno de la falta de madurez.
Una vez le insinuó que le encantaría tener una niña y en su vida lo vio volar más alto, ni más rápido.
Es un tipo encantador, muy simpático y muy cariñoso, pero bastante egoísta.
Lo que ella no sabe, es que Peter vive en una lucha eterna con esa personalidad que tanto daño le ha hecho.
Muchas noches se hace el dormido en la cama y la escucha revolverse entre las sábanas, sin pegar ojo.
A Peter le encantaría abrazarla y decirla que todo esta bien, pero lejos de eso, alza un poquito el vuelo y cacarea.
Obviamente no es la mejor de las maneras de decirle a alguien lo mucho que le quieres, aunque ese alguien sea un hadita de ojos verdes que brilla en la oscuridad.
Peter aporrea el teclado de su ordenador tratando de escribirse un personaje a medida de todo lo que ama y con cada página tan solo consigue un fracaso más.
Peter está lleno de amor, y no sabe como hacérselo ver.
Peter también llora cuando se queda solo y traza figuras en el aire con la punta de su daga.
Todas se parecen a ella.
Todas son las más hermosas.
Una vez se lo dijo. Una vez escribió que a pesar de todo, ella era la mujer más maravillosa y más bonita de cuantas se habían cruzado en su vida, y que por eso mismo tenía que aprender a salir corriendo.
Cojones...mal que le pese, es Peter Pan.
Campanilla está dejando la casa preciosa, con las paredes remozadas, las ventanas impolutas y el espejo del baño calibrado de tal forma que al encender los farolillos, la imagen se refleja más nítida que nunca.
Todo está perfecto, la alcoba huele a sándalo, la cocina a leña y el aire a despedida.
Ha puesto las maletas de él junto a la puerta y ha doblado muy despacito las calzas verdes y el jubón.
Ha recogido todos sus libros y sus juegos de la "play" y ha hecho media docena de bolsas con las fotos de sus ex.


Peter volverá tarde esta noche.
Esta noche, sin embargo, volverá demasiado tarde.
Al llegar a casa comprenderá. Sin hacer ruido tomará sus pertenencias y sin pararse siquiera a dedicarle una lágrima, se echará a volar muy despacito, tan despacito que ni su sombra podrá alcanzarlo.

martes, 3 de abril de 2012

Color de esperanza.

Supongo (porque el suponer siempre lleva implícito un elemento de duda) que pintar la vida color de esperanza, como dice la canción, es la mejor de las opciones a la hora de poner un pie en el suelo a las ocho de la mañana y darte cuenta de que las cosas cada día están más jodidas para todos.
Siempre he sido un tipo de lo más optimista, incluso cuando algunos decidieron hacer de mis entrañas un hermoso alfiletero, por lo que no tengo costumbre de rasgarme las vestiduras, arrancarme los cabellos entre gritos y vaticinar la llegada del fin del mundo, cual maya puesto hasta las cejitas de ayahuasca.
Yo soy más de los que ven brotes verdes donde otros solo ven escapes de gas, suicidas en potencia y amapolas marchitas.
Imagino que la vida es como los juegos de azar, si uno piensa que va a ganar, si está convencido de que se avecina una buena mano, tiene más posibilidades de que los cuatro ases se acerquen cariñosos y decidan pasar un ratito a tu lado.
El poder de la ilusión es maravilloso.
Proyectar con fuerza los deseos ayuda a conseguir lo que uno se propone.
También es cierto que esta regla no se cumple cuando pretendes pasar del metro sesenta y ocho al metro noventa, o de los quince centímetros a los veintidós, pero bueno...al fin y al cabo eso no son más que naderías, comparado con alcanzar la felicidad.
Y la felicidad está ahí, esperando que nos dejemos caer por el salón de su casa.
Se que habrá quien me diga que "una mierda va a estar ahí", pero yo a estos los invito a bucear un poquito en la amargura y preguntarse que es lo que realmente les haría felices.
Yo me contento con poco, y puede que esa sea una de las claves para pasarme el día sonriendo.
Esa...y las inyecciones de colágeno.
Hay que tener ambición, en eso no entra ningún tipo de duda, pero debe de ser una ambición positiva y asequible.
Soñar con imposibles solo lleva a desesperarse.
Os estaréis preguntando a que cojones viene toda esta chapa que os estoy soltando: pues simplemente a que esta mañana ha comenzado una pelea entre mi cuenta corriente y mi frigorífico, para ver quien de los dos está más vacío y he decidido que lejos de arrojarme al tren, le voy a poner al mal tiempo buena cara...a ver que pasa.
Y seguiré sembrando, porque espero cosechar algún día.
Y pintando la vida color de esperanza.
Es un color bien chulo y no se va con el agua.