miércoles, 6 de abril de 2011

Y hoy me ha dado por allá.




Julían tiene nueve años, pesa ochenta y cinco kilos y mide más de un metro ochenta.
Al margen de su descomunal tamaño, Julián nació con un cerebro privilegiado, ya que a los tres años, hablaba a la perfección tres idiomas, escribía artículos de opinión en su propio blog y encontró un remedio para solucionar la grave crisis financiera que asolaba su país. Aunque jamás lo compartio con nadie...ya se sabe, a rió revuelto, ganancia de pescadores.
Los padres de Julián, incapaces de asumir tamaño espécimen, terminaron divorciandose.
Su padre quedo muy tocado con la separación y los fines de semana en los que Julian acudía a su casa, aprovechaba la ocasión para asesorar a Julián en cuestiones femeninas, aunque la verdad, con una visión del tema muy particular.
Para el padre de Julián, las mujeres, todas, son seres malvados y egoístas que solo buscan su provecho, aun a costa de destrozar la vida del hombre que este a su lado.
Julián, que es bastante más inteligente que su padre, escucha en silencio y le va rellenando la copa de vino, una y otra vez, sabedor de que a partir de la segunda botella, su padre se irá agotando poco a poco hasta caer inconsciente.
En ese momento Julian toma posesión del hogar paterno y aprovecha para entrar en el ordenador del despacho y transferir pequeñas cantidades de dinero a una de las cuentas que se ha creado a través de internet.
En ocasiones, da rienda suelta a su instinto y tras inmovilizar al pequeño gato persa de su padre, lo somete a un sinfín de pequeñas torturas, eso si, sin dejar ninguna marca que pueda delatar su "diversión".
Y es que Julian, es un pequeño psicópata.
Algunos fines de semana los pasa en casa de su madre y el nuevo novio de esta.
El novio, Castor, es un ser pusilánime y asustadizo que entendió a la perfección quien mandaba el día en que Julián, con una frialdad impropia de un niño de su edad, casi demoniaca, le agarro firme por la nuca y le dijo muy despacito, que si no hacia todo lo que el pidiera, mataría a los dos pequeños de Castor, fruto de un anterior matrimonio.
Al llegar el verano, Julian iba a pasar un par de meses a casa de sus abuelos, en una población costera de Galicia.
Desde los siete años Julian habia entrado en contacto con algunos narcos locales, los que sorprendió con unos sabios consejos que permitio a estos burlar la vigilancia de la Guardia Civil y aumentar considerablemente sus ingresos.
Julian, delante de sus abuelos se comportaba como un niño normal, no quería estropear su tapadera.
Incluso acompañaba a su abuelo a pescar, ya que este conocía a la perfección cada recoveco de la endiablada costa gallega y esa información, era vital para el buen desarrollo de los planes de Julian.
Bien es cierto que tenia que aguantar por el camino las batallitas interminables de su abuelo, pero bueno, era un pequeño precio a pagar.
Una mañana, su abuelo se levantó antes de lo habitual y sorprendió a Julían "divirtiéndose" un poco con el cebo vivo que utilizaban para la pesca.
El abuelo descubrió algo horrible en los ojos glaucos de aquel niño que estaba disfrutando descuartizando a las pequeñas lombrices y observando como se retorcían.
No pudo resistir la impresión y el corazón se le paró allí mismo, y murió.
Mientras la abuela lloraba desconsolada en la ambulancia, preguntándose donde se habría metido su nieto, Julían se dirigía solo hacia una pequeña cala, para controlar el desembarco de más de mil fardos de su propia mercancía.
Y es que Julían, con tan solo nueve años, se había convertido en uno de los mayores traficantes de cannabis del país.
La idea le surgió al ojear aburrido un cuento absurdo e infantil, donde el protagonista plantaba unas semillas mágicas que hacían brotar una planta descomunal.
Encerrado en el garaje que había alquilado con un DNi falso, y que pagaba puntualmente desde una de sus cuentas, Juliánn trabajó duro hasta conseguir mutar una variedad de "Sativa" que produjo la asombrosa cantidad de setenta kilos con tan solo tres macetas.
En la actualidad, Julián disponía de varias naves industriales y la producción global ascendía a más de ocho mil kilos anuales.
Por supuesto, él solo nunca habría podido controlar todo aquello, por lo que creo en la red un complicado entramado de direcciones, links y páginas falsas, a través de las que contrató a un centenar de sicarios rusos y colombianos, que tan solo sabían de su jefe que respondía al alías de "gato negro" y que si le fallabas, estabas muerto.
Al volver a Madrid, tras la muerte de su abuelo y tras haber comprobado que las vías de desembarco eran seguras y que la mercancía sería distribuida correctamente a todos los colegios e institutos de España, Julian se dio un pequeño capricho, entró en un Burguer King y pidió un dople Wooper.
Pero la vida, en ocasiones es cruel.
Al tragar el segundo bocado, algo duro (más tarde se descubrió que se trataba de un diente de rata, un incisivo, para ser más concretos)le obturo la glotis.
Julián no podia respirar y comenzó a revolcarse por el suelo.
Los empleados de la hamburgueseria, le observaron unos segundos y tras llegar a la conclusión de que seria un niño, presa de una pataleta por no poder comer más, siguieron como si nada con sus quehaceres.
Julían murio allí mismo, maldiciendo su negra suerte y deseando que todo el mal que habia hecho en vida, no lo estuviera aguardando al otro lado del tunel.
Por primera vez en su vida, Julián se equivocó.
El médico de guardia solo pudo certificar la defunción del muchacho, aunque hubo algo que le llamó poderosamente la atención. En el rostro frio de aquel niño, el doctor descubrió un rictus, una mueca de espanto como jamas había visto en sus largos años de profesión. Era como si en el último momento, aquel niño hubiera contemplado la faz del diablo.

martes, 5 de abril de 2011

Hoy me ha dado por aquí.




Ondas en el agua

El niño había llegado hasta la playa caminando desde la casa de sus abuelos, a unos dos kilómetros de allí. Conocía bien el camino, ya que cada verano, al llegar las vacaciones estivales, su madre lo enviaba a Galicia con la abuela y el abuelo, y su pequeño perro de aguas, llamado Lupa.


El no decía nada y preparaba su maleta, lo hacía solo, no porque ya fuera muy mayor, sino porque desde que sus padres se separaron, cada fin de semana tenía que escoger la ropa, preparar el neceser, elegir un par de cuentos para leer por la noche y un único peluche que le acompañara, ya que no le permitían llevar más.


Dependiendo en casa de quien le tocara pasar el fin de semana escogía unos cuentos u otros.


Si dormía en casa de su madre, se llevaba el cuento de las habas mágicas, y en silencia, al llegar la noche, lo leía una y otra vez desde el refugio de su cama.


Quisiera tener esas fantásticas semillas, para trepar por la planta hasta llegar más arriba de las nubes, lejos, muy lejos, tan lejos que el novio de su madre no pudiera alcanzarlo con sus insultos y sus bofetadas.


Y es que este niño, cometió el pecado de estar gordito.


El novio de su madre, Castor, tiene dos hijos modélicos. Juegan en el equipo de futbol del colegio y sacan muy buenas notas, sobre todo en Educación física.


Son altos y esbeltos y Castor está muy orgulloso de ellos. Sin embargo a Julián, que es como se llama este pequeño, lo detesta.


Siempre lo está humillando, llamándolo “gordo”, “croqueta”, “bola de sebo” y algunas otras originales lindezas.


Cuando la madre de Julián no está delante, Castor aprovecha cualquier excusa para soltarle un par de bofetadas y si Julián no puede contener las lágrimas, vuelve a abofetearlo, para que aprenda a ser un hombre.


Una vez Julián sorprendió a su madre contemplando una de esas vejaciones desde la puerta de la cocina y al volver sus ojos hacia ella, anhelando una palabra de ayuda, ella aparto los suyos, se giro y desapareció en silencio.


Si dormía en casa de su padre, Julián se llevaba en la maleta un cuento my cortito, llamado “El gato”, que hablaba de un niño huérfano que descubre que puede hablar con los animales y entabla una gran amistad con un gato negro.


Julián quisiera poder hablar con el gato de su padre, un minino persa que soporta a regañadientes sus caricias y preguntarle porque su padre está siempre triste y solo, llorando frente a la foto del día de su boda y bebiéndose las botellas de vino despacito, una detrás de otra, sentado en el sofá del salón.


Castor al menos nota su presencia, su padre ignora que aquel niño es lo único que le queda de su triste matrimonio. O quizás no lo ignora y por eso prefiere olvidarlo en la habitación del fondo, pintada de azul.


Con la llegada del verano, Julián vuelve a sonreír.


Los abuelos le quieren y tratan de hacerle sentir un niño normal. No le pegan, ni le insultan, ni hacen como si no estuviera delante, al contrario.


Cada mañana el abuelo toma un par de antiguas cañas de pescar y prepara el cebo. Julián ha aprendido a desenterrar lombrices para rellenar el bote del cebo y siempre lo tiene rebosante de escurridizos gusanos.


El abuelo y él caminan despacio durante un buen rato, hablando de cosas sin importancia.


En ocasiones el abuelo le cuenta historias de barcos fantasmas y de monstruos marinos y a Julián le gustaría que no terminara nunca.


Pero esta mañana Julián ha ido solo a la playa.


Se sienta en la orilla y comienza a lanzar piedrecitas al mar, haciendo que surjan unas ondas diminutas y concéntricas en la superficie.


Julián hoy se ha despertado con los ladridos de Lupa, unos ladridos nerviosos, casi frenéticos, unos ladridos que anunciaban que algo no iba bien.


Y efectivamente, cuando el abuelo estaba preparando las cañas, como todos los días, su corazón se ha parado de repente y se ha caído al suelo.


Lupa ladraba histérica al equipo del SAMUR que se ha acercado hasta la casa, entre sirenas y luces.


La abuela lloraba desconsolada y sin darse cuenta de que dejaba en la casa un niño de nueve años, solo y asustado, se ha montado en la ambulancia y se ha ido al hospital, sujetando entre lágrimas la mano inerte del abuelo.


Julián arrojó otra piedra y otra más y sin darse cuenta comenzó a llorar.


Julián tiene nueve años, pero ya no quiere vivir, solo quiere desaparecer con su tristeza, que le desgarra las entrañas y le nubla la visión.


La tristeza y la desesperación son unos seres horribles que si se adueñan de ti, te van matando poquito a poco, alimentándose de imágenes grises y de malos recuerdos y cuanto más comen ellos, menos ganas tienes tu de comer.


Cuando alguien está muy triste, comienza a adelgazar un poquito cada día, despacito pero inexorablemente.


Al bajar del autobús que le condujo de vuelta a Madrid, donde lo esperaban su madre y Castor, este gritó sorprendido “vaya, parece que el zampabollos se va a convertir en un niño normal”.


Julián se fue consumiendo poquito a poco, alimentando los monstruos que vivían dentro de él con las pocas fuerzas que le quedaban.


Su madre le llevó al médico, pero este no le encontró ninguna dolencia que diagnosticar así que le recetó un complejo vitamínico y una dieta rica en hidratos y proteínas y le despachó con una palmadita en la espalda.


Pasaron un par de meses y Julián tuvo que ser ingresado. Apenas pesaba veinte kilos y nadie se podía explicar cuál era el mal que se estaba llevando la vida de aquel niño.


Julián no tenía fuerzas para hablar y los pocos ratos que no permanecía sedado o dormido, los pasaba sollozando en voz muy queda.


De vez en cuando algún enfermero trataba sin éxito de hacerle sonreír, pero poco a poco todos empezaron a temer entrar en la habitación de aquel niño triste.


Su padre solo fue a visitarle un día, se quedó frente a él muy serio, sin decir nada y al poco las lágrimas comenzaron a resbalar por su rostro, humedeciendo la larga barba rubia. Entonces se dio la vuelta y se marcho, y no volvió más.


En ese momento Julián noto como los monstruos que le devoraban por dentro, acababan de escoger su próxima presa.


Castor acompañó a su madre en alguna ocasión y al principio se quedaba junto a la cama observándole, casi con lástima o puede que con algo de remordimiento, pero también se cansó de perder el tiempo en aquella habitación y dejó de venir.


Una noche, Julián se despertó sobresaltado por un ruido tremendo, y cuando sus ojos pudieron acostumbrarse a la tenue luz que irradiaban los monitores donde permanecía continuamente conectado, Julián se quedó estupefacto.


A los pies de su cama, destrozando el suelo con las raíces había brotado una planta enorme, que perforando el techo ascendía vertiginosa por encima de las nubes.


Julián se levantó curioso y al acercarse al colosal tallo y observar aquel formidable milagro, escuchó muy nítido un maullido, alzó la vista y arriba, muy arriba, posado plácidamente en una rama, había un gato negro que le observaba atentamente.


“Hola” dijo Julián y para su sorpresa el gato abrió la boca y en perfecto castellano le contestó y le dijo “ven, sube, no tardes, porque tu abuelo te está esperando para ir a pescar, ya va a amanecer y los peces con el sol se vuelven muy precavidos y no asoman a la superficie”.


Julián se puso con cuidado sus zapatillas y comenzó a trepar y trepó y trepó y con cada metro que ascendía por aquella planta mágica sentía como los monstruos que le habían estado devorando durante meses dejaban de morder y sin más, de repente, se fueron.


Julían distinguió entre varias la voz cantarina y amable de su abuelo y entonces comenzó a trepar más rápido y sin darse cuenta, sonrió.


El médico de guardia se acercó a comprobar los monitores, tomó el pulso del pequeño y no pudo hacer otra cosa que certificar la defunción.


Hubo algo que le llamó tremendamente la atención, en el semblante plácido de aquel niño triste, brillaba una enorme sonrisa.

miércoles, 30 de marzo de 2011

Dentro de mi coco.

Me gustaría viajar al interior de mi cerebro. Darme un paseito por las extensas praderas neuronales, las vacías avenidas del hipotálamo (hasta hace no mucho pensaba que era un animal gordo que vivía en los ríos de África) y tomarme unas cañitas en cualquiera de las tascas de mi cerebelo.
No se porque funciona de la manera en que lo hace, no se si tengo o tuve algún tipo de carencia de oxigeno o de minerales o de whisky de malta. El caso es que estoy deseando tomarme un cafetito con Punset (el tipo simpático que anuncia la Nintendo) y que me explique que cojones anda mal ahí dentro.
Ultimamente estoy haciendo un montón de fatigosos ejercicios de introspección y tras adoptar la postura número uno de relajación de mi libro de yoga, respirar profundamente tipo "pranayama" durante diez minutos y visualizar una caballo blanco, todo se viene abajo y aparece el señor absurdo que conduce mi vida. El caballo blanco, que corría por una playa extensa de arena blanca, comienza a practicar break dance y entra en el mar de espaldas, haciendo el paso lunar. Al tratar de volver a concentrarme de nuevo, se me presentan imágenes tan absurdas como la de un grupo de majorettes con brazaletes fascistas y bates de beisbol persiguiendo a Epi y Blas que tratan de escapar subidos en una Vespa morada o la de Zapatero vestido como un judio ortodoxo bailando "la cumparsita" con "Tinky-winky".
Algo me dice que eso no es muy normal.
El gran error, ha sido buscar información al respecto en internet. En menos de una hora, he llegado a la conclusión de que : A) Tengo síndrome de falta de atención. B) Sufro de obsesiones compulsivas. C) Me traumatice a los cinco años al descubrir que los teleñecos no eran seres vivo y D) Soy una mujer atrapado en el cuerpo de un hombre, que a su vez es un hombre atrapado en el cuerpo de un niño.
Jesús!!!
Lo que me sorprende es como he podido llegar a los treinta y seis años sin haber sido ingresado ni una sola vez. También me sorprende que me hayan concedido el estatus de ciudadano y que se me permita votar. Lo que más me sorprende (puestos a sorprenderme) es que una mujer como la que duerme conmigo se haya fijado en mi e incluso haya llegado a enamorarse. ¿Qué coño pasará por su cabeza al mirarme? ¿será nuestro amor un experimento de la Nasa? ¿Y mis amigos? Hombre...si me pongo a analizar, ahora me doy cuenta de que es algo sospechoso que cuando voy a tomar una copa a casa de un amigo, este guarde al perro y a los niños en la habitación del pánico y tenga siempre el 112 marcado en la pantalla del móvil.
Aún así sigo comprandome la ropa en tiendas para gente normal.
A lo mejor, mis padres eran los líderes de una raza interplanetaria que al ver que su planeta se iba al carajo, me envolvieron con una manta de Ágata Ruíz de la Prada y me enviaron a la Tierra buscando mi salvación. Luego fui recogido por unas adorables monjitas que me llevaron a un hospital de Cadiz donde el pediatra me vendió por siete mil pesetas y dos latas de aceitunas (rellenas) a un matrimonio de Valladolid. Seguro que dentro de unas semanas, este oscuro proceso de transición a la vida adulta que llevo sufriendo desde hace quince días, resulta ser un cambio evolutivo y de repente adopto una postura filosófica más cercana al existencialismo. Puede que tan solo descubra que Raphael canta bien (esto podría acabar conmigo). No se...pero me preocupa mi psique.
He tratado de experimentar con drogas, poniendo a prueba la resistencia de mi cerebro y lo único que he conseguido es balbucear expresiones como "papuchi" o " divino de la muerte" y desarrollar una afición desmesurada por el cine "dogma" de los años noventa.
A mi Lars Von Trier siempre me pareció un petardo prepotente y ridículo y al segundo canuto de marihuana me descubro con una cámara al hombro grabando a mi perra mientras restrega el trasero por el césped del vecino, para después cambiar el plano y registrar el suave vuelo de una solitaria bolsa del Mercadona. NECESITO AYUDA, POR FAVOR.

sábado, 26 de marzo de 2011

Demonio de Tasmania

Tengo un amigo que es un manitas...y le envidio.
El tipo debe de ser una especie de "equipo A" el solito.
Prueba de ello es que le hemos dejado en el garaje de su casa nueva, con unas cuantas herramientas y un cargamento de material y en tres meses (durante los cuales por cierto, siempre venia a tomarse las cañitas con ropa de faena y manchas de todo tipo, pero con una sonrisa de oreja a oreja)se ha fabricado en ese habitáculo una bodega con todo lo necesario para satisfacer nuestras ansias dionisiacas, un taller de trabajo y un pequeño garaje para guardar sus Vespas, que también como no, ha restaurado por completo con sus manitas y sus abalorios.
Además el jodio hizo un niño (esta vez con la ayuda de su señora) y también le salio niquelado.
Que cabrón.
No se si quiero que nos siga invitando a ir a su bodega, porque cada vez que vamos Laura me mira de una forma diferente.
Y es que yo siempre he sido un manazas espantoso.
Soy incapaz de construir nada que dure más de quince segundos.
En unas maniobras, en la "mili", me ordenaron que construyera un puesto de tirador con elementos del entorno.
Ahí estaba yo...en la sierra de Cáceres, rodeado de piedras y arbolitos y con el Leroy Merlín más cercano a setenta kilómetros.
Saqué mi bayoneta y corté unas ramas(de paso me corté media falange del dedo gordo de la mano derecha)cavé con la pala de zapador un agujero en el suelo y me metí dentro con el fusil.
Con las prisas y el dolor del dedo olvidé cubrir la posición con el ramaje y cuando vino el jefe del destacamento se encontró con un fulano sangrando, medio enterrado en el suelo y rodeado de ramitas esparcidas al rededor del agujero.
Se me veía perfectamente, según me comentó, desde la puerta del cuartel.
Lo más humillante es que me llevó con él a ver el trabajo del resto de mis compañeros.
Yo no me podía creer aquello...joder, si hasta el "carapijo" el más cazurro de la compañía había construido un tinglado acojonante, se había hecho un chamizo en la copa de un árbol, que además de estar completamente mimetizado tenia unas vistas preciosas.
Lo cierto es que si me remonto a mi más tierna infancia, me doy cuenta de que siempre fui un inútil.
Mientras el resto de los niños de la guardería hacían perritos y cochecitos con la plastilina, yo siempre hacia la misma puta bola roja y pegajosa, absolutamente irregular.
En los Scouts me mandaron poner la tienda de campaña de mi escuadra el primer día de acampada y esa misma noche sufrí un horrible correctivo físico por parte de mis compañeros al descubrir que tendrían que dormir a la intemperie, porque había rajado la lona de la tienda de lado a lado con uno de los mástiles.
Y lo peor es que creo que me pasa lo mismo en el plano emocional.
Soy bastante patoso, no se escoger las herramientas adecuadas y en muchas ocasiones, creo haber construido una relación de amor o de amistad bien cimentada y férrea y resulta que la construcción es defectuosa y todo se va al carajo.
Entonces me encuentro recogiendo los escombros de todo aquello y preguntándome que coño hice mal.
Quisiera ser un habilidoso felino, un castor...o un pájaro carpintero y no soy más que un pequeño demonio de Tasmania.
Me he tragado todos los capítulos de "Bricomania" he leído todos los libros de Jorge Bucay, me he matriculado en Arquitectura y en la facultad de Psicología, pero mucho me temo, que toda mi vida seguiré siendo el patán que observa asustado como las cosas se vienen a bajo en medio de una gran polvareda y solo puede pedir perdón en voz bajita.
Puede que ahora esté empezando a construir con cabeza y con la argamasa adecuada, no lo se, por si las moscas no se arrimen demasiado.

viernes, 25 de marzo de 2011

Carámbano

Carámbano es un títere de calcetín.
Han tardado en darle forma menos de tres horas.
Carámbano tiene la nariz enorme y roja y los ojos tristes, el pelo azul y largo y un gorrito marinero.
Carámbano, como casi todos nosotros, tiene una misión en la vida.
La suya va a ser irse muy lejos, hasta Nicaragua, para ayudar como pueda en las terapias que allí se realizan con las niñas víctimas de violaciones, abusos sexuales y violencia física y psicológica.
Carámbano tiene cuerpo de nylon, ojos de botones forrados con tela y nariz de metal recubierta de gasa.
Pero su corazón es humano...muy humano.
Su creadora ha donado un poquito de su corazón, para que viaje hasta el otro lado del mundo, y me consta que ha sido un acto generoso, porque en estos momentos su corazoncito está pasando una mala racha.
Os necesitamos, os necesitan.
Aquí sufrimos cuando nos bajan un cinco por ciento del salario, o cuando nos suben tres céntimos el precio del litro de combustible.
Nos enfadamos si un sábado no podemos salir de copas porque "hay que ajustarse el cinturón".
En nuestro mundo, si haces tres comidas ligeras al día es que estas a dieta, y si alguien te levanta lo más mínimo la voz, te sientes maltratado y humillado.
En otros lugares, hay niñas de cinco años que no pueden dormir, porque creen que si cierran los ojos volverá ese monstruo que les arranca la vida y la infancia a través de "esa parte" de sus pequeños cuerpos sin formar.
En otros lugares, hay muchas personas que suspiran por conseguir algo de alimento, por escaso que sea, para llevar a sus hijos.
En otros lugares hay muchos bárbaros que en cuanto se han bebido sus miserias en la taberna, vuelven al "hogar", para "ajustarse el cinturón" sobre la espalda de su mujer, o de su hija, vomitando con cada golpe de correa la rabia que provoca la pobreza y la desesperanza.
En otros lugares, hay algunos sujetos que no dudan en pagar los tres céntimos de más en la gasolina, y después rocían con ella un cuerpo frágil y asustado, y arrojan una cerilla.

Podéis entrar, si os apetece, en el blog: www.titeresenruta.blogspot.com y pinchar en la ventana "tu títere y tu", allí iremos colgando las fotos que nos envíen aquellas personas que están manufacturando títeres para enviar a Nicaragua.
Os animo a aportar vuestro granito de arena, a informaros de esta iniciativa, que lleva el respaldo y el cariño de muchas personas, y a construir un títere, por sencillo que sea.
Desde aquí, os lo agradezco de corazón.

martes, 22 de marzo de 2011

Remar.


La vida es eso, un continuo remar.
En ocasiones las aguas están mansas y casi no cuesta trabajo. Uno podría tumbarse con la cabeza apoyada en la popa y dejarse llevar, contemplando las ondas que producen las gotas de lluvia al impactar contra el mar.
Así es estupendo, lo malo viene cuando se levanta el temporal.
El mar se revuelve y en la inmensidad de la vida, la pequeña chalupa que es tu persona se torna excesivamente frágil y es practicamente inevitable sentir terror.
Hay dos opciones, la primera es dejarse hundir, a sabiendas de que una vez que te sumerjas va a ser muy difícil volver a tomar aire y la segunda, agarrar con fuerza los remos y dejarte los brazos y las muñecas en cada palada.
Cuanto más te esfuerzas en llevar la barca a la seguridad de la playa, más ímpetu ponen las olas en darle la vuelta a tu existencia y arrastrarte hasta lo más profundo.
Remas y remas y las sienes parecen reventar, pero no te amilanas, porque sabes que por encima de todas las cosas quieres vivir.
Yo quiero vivir.
Ahora mismo estoy remando aferrado a este teclado, empapado y muerto de frío, asustado pero decidido a llegar a tierra.
Mi barca hace aguas, y siento como las corrientes tratan de hacerme perder el rumbo, pero no dejo de remar.
Un esfuerzo y otro y otro más y de nuevo esa ola que rompe contra la quilla haciendo que la embarcación pierda estabilidad, aprieto los dientes y cierro los ojos.
Remar, remar es todo lo que puedo hacer y aunque ya no sienta los brazos tengo que remar.
Al mirar a mi alrededor puedo ver un gran número de embarcaciones de todos los tamaños, esquifes, chalupas, motoras, pesqueros, canoas, petroleros, embarcaciones de recreo de todo tipo, barcos de guerra, cientos, miles, millones.
Algunos abandonan y se hunden, pero yo no, yo no voy a a abandonar, pienso remar mientras me quede coraje para ello.
Y tu...¿qué vas a hacer?

domingo, 20 de marzo de 2011

Amiga lectora


Este es un pequeño reconocimiento a una lectora de este blog.
La amiga Mirinda, tiene parte de culpa de que uno se siente ante el ordenador a vaciarse las entrañas, así que si tenéis que pedir responsabilidades a alguien, buscadla por Madrid.
Me consta, por su forma de escribir y las referencias que suele hacer, que es una persona culta e instruida y eso me aterroriza y me llena de orgullo al mismo tiempo.
El nacimiento de este blog, sucedió como la mayoría de las cosas que ocurren en mi vida, de forma absurda.
Me gusta leer y siempre me hubiera gustado escribir, pero uno es más perro que "Niebla" y jamas me he tomado nada demasiado en serio.
Laura (mi señora esposa) diseña páginas web y blogs para sus clientes y medio de broma le pedí que me hiciera uno, puesto que yo soy un absoluto inútil informático.
La muchacha se tomó su tiempo y desarrolló este espacio, con lo que no me quedó más remedio que empezar a escribir en él.
Rápidamente me enganché, porque entre otras cosas, escribir es una forma maravillosa de ahorrarse un pastón en psicólogos y poco a poco empecé a crearme la necesidad de plasmar lo que sucede en mi mente a través de este blog.
Para mi sorpresa, descubrí que hay personas al otro lado de la pantalla, que de vez en cuando entran y leen mis sandeces.
A algunos les parecen divertidas y algunos otros sencillamente no vuelven a entrar. Solo unos pocos han tenido fiebre alta y visión borrosa.
Mirinda lee y participa asiduamente, comentando muchos de los post y sinceramente se lo agradezco, porque de alguna forma hace que trate de superarme e incluso ha conseguido que en ocasiones pase el corrector ortográfico.
Gracias por estar ahí, espero no decepcionarte y si he conseguido que en algún momento, al leer este blog hayas pasado un rato agradable, me sentiré tremendamente feliz.
Un beso grande y mi más profundo agradecimiento.
Juan.

miércoles, 16 de marzo de 2011

Haiku

Aunque jamás temió enfrentarse a la muerte, el samurai pensó que le hubiera gustado morir de otra manera, con honor.
Encaramado en el tejado de su modesta vivienda, Hiruto contempló en silencio la desolación que se extendía a su alrededor.
Todo estaba completamente arrasado.
Recuerdos de su infancia afloraron rápidamente, aquella gran explosión, los campos de arroz, la cosecha perdida, su aldea destruida, los millares de cadáveres calcinados y mutilados.
No había podido ayudar a su esposa. La gran ola llegó con asombrosa velocidad y no dio tiempo más que a cruzar una mirada, mientras el empuje del mar arrastraba a la anciana. Segundos después desapareció bajo el agua y tan solo tuvo tiempo para aferrar su katana y trepar a la parte más alta de su hogar.
Aquella espada había pertenecido a sus antepasados por generaciones, simbolizando el honor y el orgullo de una larga estirpe de Samurais.
El padre de Hiruto murió combatiendo a los duros guerrilleros vietnamitas, su abuelo cayó ante las tropas rusas una fría mañana de enero, cuando la Santa Barbara de su navío fue alcanzada por un obús.
La mayoría de los hombres de su familia había muerto en combate, y aquello le despertaba cierta sensación de impotencia, de rabia e incluso si su férreo código se lo hubiera permitido, de envidia.
De todas formas esto tenia que suceder más tarde o más temprano.
La tierra en Japón acostumbraba a quejarse, sacudiendo de vez en cuando aquello que le arañaba el lomo, pero todo tiene un límite y en la guerra feroz que enfrentaba al hombre contra el planeta, tenían que darse batallas como esta.
Hiruto cerró los ojos y respiró hondo.
Meditó su último Haiku:

"como el recuerdo,
mi vida se empaña,
por la desgracia"

Algo tétrico quizás, pero iba a morir y no estaba la cosa para hablar de pájaros ni de jardines.
Un alarido lo sacó de su ensimismamiento.
Al abrir los ojos aun pudo ver como la mano de un niño trataba de aferrarse al parachoques de un camión que era arrastrado por la fuerza del mar.
Que absurdo, pensó, los niños no deberían morir así, no han tenido tiempo de comprender.
El nivel del agua subía rápidamente y en breve sería engullido completamente por el mar.
Hiruto desenvainó la espada de forma solemne y adoptó la posición de ataque, con la vaina perpendicular a sus ojos y la hoja de la katana dirigida hacia el sol.
Un helicóptero del canal internacional de televisión NBC se aproximó hacia su posición.
El cámara observó impresionado la figura de un anciano que empuñaba una espada desafiante mientras el mar lo cubría por completo.
No se movió un ápice, no cambió un milímetro el rictus de su rostro.
Tan solo, desapareció.
El reportero quedo sobrecogido ante aquella demostración de valor, o de resignación ante el fin.
Pocos segundos después el tsunami había hecho desaparecer por completo aquella población, arrastrando embarcaciones, viviendas y vehículos en medio de un caos espantoso, pero los ojos de aquel anciano le habían transmitido serenidad.
El japones es un pueblo muy extraño, pensó para si, hizo un gesto al piloto y cambiaron la dirección de la aeronave, poniendo rumbo hacia la capital.
Mientras, una vieja espada samurai transportada por el agua se atoró entre las traviesas del tren y la fuerza del mar rompió su hoja.

miércoles, 2 de marzo de 2011

Retales del pasado

¡¡Atiende que sujeto!!
Este señor, es el Padre Loring, Jesuita, predicador y autor de un Best seller que ha vendido más de un millón de ejemplares en sus cinco ediciones.
Es famoso por sus sermones en Youtube y por las polémicas apariciones en diferentes cadenas de televisión.
La primera vez que lo vi en acción, el pánico impidió el natural control de mis esfínteres y me oriné en los pantalones.
Cuando era pequeño, mis padres en su afán por darme la mejor educación posible, me matricularon en un colegio privado de jesuitas, donde pasé muchos años de mi infancia y adolescencia, hasta que los curas perdieron la batalla por la salvación de mi alma y claudicaron de la peor de las formas posibles: expulsándome.
Antes de que llegará aquél día, un 12 de septiembre de 1990, se emplearon a fondo conmigo para tratar de "enderezarme".
Podría contar cientos de miles de anécdotas de todo tipo, pero generalmente, yo escribo en este blog para pasarlo bien, y para tratar de que vosotros lo paséis bien.
Hasta octavo de E.G.B (lo que hoy equivaldria en edad a 2º de la E.S.O y en conocimientos a 2º de la L.O.G.S.E) fui un niño bastante normalito, yo diría que incluso "bueno" en el sentido más católico de esta palabra.
No me metía en problemas, aprobaba los cursos, ayudaba a mis papás y acudía a misa dos veces por semana, e incluso una vez al mes, oficiaba de monaguillo en la Eucaristía del colegio.
Además era un niño muy mono, muy educadito y muy limpio (también en el sentido más católico de la palabra).
No se que paso en mi interior al llegar a aquel curso, pero de una forma sorprendente, comencé a alterar mi conducta.
Suspendía, faltaba a clase, robaba a mis padres, me encaraba con los profesores y descubrí el fabuloso placer que ocultaba mi entrepierna.
Encararte con un jesuita de metro noventa y manos como palas, es un acto de heroísmo.
Los guantazos más dolorosos y potentes de mi vida los he recibido de manos de estos siervos de Dios (ciervos de Dios, como a mi me gustaba llamarlos).
En el colegio había al menos una docena de jesuitas navarros, hombres recios y severos, excedentes de la "reserva espiritual de occidente" que consagraron su vida a mantener ideales de un tiempo mejor (para ellos) y retales del pasado.
Fui encerrado, humillado públicamente, golpeado, castigado de todas las formas posibles e incluso, tratado con "mucho cariño" por parte de alguno de estos tipejos, que confundían los sentimientos y castigaban sus poluciones nocturnas a golpe de cilicio.
El encontrarme con los vídeos de este "Padre", ha despertado los fantasmas del pasado, y ahora, con treinta y seis años, el bigote blanco y los co...nes negros (bueno, en mi caso rubios) me gustaría plantarme frente a él y rebatir todos sus argumentos educativos uno por uno.
La letra con sangre solo ha dejado cicatrices imposibles de borrar en muchos de aquellos niños.
No voy a entrar a discutir si una bofetada a tiempo es o no una gran medida didáctica (puedo entender que un padre, en determinadas ocasiones tenga que darla) pero de ahí a que un desconocido, te golpeé hasta que no puedas resistirlo, hay un inmenso trecho.
En una ocasión, mi padre tuvo que acudir al colegio, porque el profesor de dibujo, me golpeo duramente ante toda la clase, por mi incapacidad para dibujar un caballo de su gusto.
Me arrastró de las patillas por el aula y me regaló una docena de aquellos famosos "capones" que tanto les gustaban.
Obviamente ante mi padre se vino abajo (seria porque es abogado) y el claustro presentó sus excusas.
Hoy, envidió la capacidad de mi mujer para dibujar cosas bonitas, a mi me mataron esa habilidad y soy incapaz de coger un lápiz o un pincel.
Espero que ese millón de personas que ha comprado el libro del "Padre Loring" , recapacite antes de poner en práctica sus consejos.
Insisto, no soy de los ñoños que piensan que puedes traumatizar a un niño por decirle que ha hecho algo mal, o por tratar de corregirle y ayudarle. El aprendizaje forma parte de la vida de todo ser humano y en ocasiones ha de ser duro.
Lo que detesto hasta a saciedad, es el abuso de autoridad, la imposición de ideas mediante la violencia y la prepotencia del fuerte sobre el débil.
Y lo peor de todo, es que quieran venderlo encima, como la palabra de Dios.
Ojo, porque primero despertarán sus ideólogos y después, y cuando ya no podamos evitarlo, vendrán de nuevo aquellas mentes confundidas, que te entregaran a la hoguera, te harán beber hierro fundido o te someterán al "potro" por afirmar que "sin embargo...se mueve".

martes, 22 de febrero de 2011

Carolina.

Aquella morena pequeñita de nariz respingona me estaba trastornando completamente, poniéndome el corazón a bailar merengue cada vez que su mirada se cruzaba con la mía.
Coincidimos durante tres semanas en unas clases de expresión corporal y ya desde el primer día, en que el destino nos seleccionó para realizar un ejercicio por parejas, supe que esa sonrisa al tiempo infantil y maligna, cambiaría mi vida.
Y vaya si la cambió.
Fue un viernes por la tarde, al salir del aula sudorosos y extenuados, cuando se acerco a mi pizpireta y terriblemente hermosa, y sin darle importancia alguna a la proposición, como si fuera lo más natural del mundo, me invitó a cenar en su casa esa misma noche.
Corrí hasta casa en una suerte de trance místico-nervioso y mientras me duchaba fantaseé con cientos de situaciones en las que ella me apartaba el pelo del rostro buscando mis labios, acariciaba mi nuca con las uñas en pleno éxtasis o simplemente, se despojaba de la ropa en un erótico baile a ritmo de blues.
Antes de salir de casa, asalté la cava de mi padre y escogí una botella de Moet del ochenta y dos, no porque entendiera de champanes franceses y añadas, simplemente porque ese fue el año de Naranjito y tan simpático personaje no podía asociarse más que a diversión y locura.
A punto estuve de matarme por el camino.
Conduje como un loco, con la Vespa hiper-revolucionada echando humo del esfuerzo, solo quería llegar, estar allí con ella, besarla, apretarla contra mi.
Carolina vivía en un pequeño apartamento en el barrio de Aluche, junto al "Corte Inglés".
Un cuarto piso sin ascensor.
Creo que no hizo falta ni que llamara a la puerta, los latidos de mi corazón se oían hasta en Majadahonda.
Abrió con una sonrisa enorme en el rostro y me pidió que pasara en voz muy bajita, como si me estuviera invitando a entrar en otro lugar, muy muy privado.
Estaba preciosa.
Unos vaqueros ceñidos, de tiro bajo que moldeaban con la precisión de un escultor su impresionante trasero y que permitían de forma "accidental" que asomara unos milímetros el elástico de unas braguitas blancas de algodón.
El color beige de una sencilla camiseta de tirantes realzaba el miel de sus ojos almendrados y no pude evitar lanzar una fugaz mirada a su pecho, donde encontré para mi deleite unas formas pequeñas y desafiantes que parecían querer atravesar a golpe de pezón erecto la licra de la camiseta.
Estaba tan excitado que no podía ni hablar.
Ella lo notó, seguro, y rompió aquel momento contemplativo cogiéndome con suavidad de la mano y pidiéndome que la acompañara a la cocina.
Al mismo infierno la hubiera acompañado.
Estaba cocinando algo especial para mi, me dijo, una receta vegetariana a base de pastel de champiñón y salsa de pepino.
No se si fue mi mente calenturienta, pero aquella manera de pronunciar "pepino", deteniéndose en la "e" con una lujuria fuera de lo normal para una chica de veinte años, hizo que mi cuerpo entrara en un estado de erección permanente, casi febril.
Me estaba poniendo realmente enfermo.
Puso un cd de blues americano, donde un hombre con la voz muy grave acompañado de la guitarra más melancólica del universo, parecía susurrar una advertencia.
Putada grande la de no hablar ingles.
Cenamos a la luz de las velas y poco a poco, entre charla y risas, dimos cuenta de todo el pastel bien cubierto completamente por esa salsa griega llamada "satsiki" (salsuki, según Belén Esteban).
Yo quería ser el comensal perfecto y que ella notara que adoraba todo lo que me ofrecía.
En mala hora.
Ya en los postres, comencé a notar unos extraños movimientos en mi intestino.
Probé a ignorar tan desagradable sensación y traté de concentrarme en el momento que se avecinaba.
Mentalmente preparé la estrategia y propuse tomar una copa de champagne francés en el sofá.
Ella accedió solícita y sirvió el Moet en dos copas alargadas y estrechas.
Probé a besarla y con gran placer descubrí su lengua rozando la mía casi al instante.
Las copas cayeron al suelo derramando aquel líquido acarbonatado de "a cojón de mico" la botella, pero todo daba igual.
Introduje mi mano derecha por debajo de su camiseta y pronto confirme lo que ya sabía: no llevaba sujetador.
Al rozar con la yema de los dedos uno de sus pezones, su cuerpo se estremeció y note como en un movimiento absolutamente instintivo y natural, sus piernas se relajaron, abriéndose lentamente.
Estaba preparada y comenzamos a despojarnos de la ropa.
En ese momento una punzada horrorosa en mi estómago, hizo que me doblara en un gesto de dolor y a duras penas pude controlar una terrible flatulencia.
Esto no podía estar pasando.
De nuevo otra punzada...aún más intensa que la anterior.
Aterrorizado me incorporé disimulando lo mejor que pude y pregunté por el baño.
Ella, entre molesta e impaciente me indico con la cabeza una puertecita que se hallaba justo en frente del sofá donde habíamos comenzado a amarnos.
Rezando porque la música amortiguara el sonido de lo que se avecinaba entre en el excusado y tras cerrar con pestillo, me despojé de pantalones y calzoncillos y caí desolado sobre la taza del wc.
No podía creerlo, el pepino del Sasiki, me estaba arruinando la mejor noche de mi vida.
Una terrible y estruendosa diarrea se apoderó por completo de mi cuerpo y antes de que pudiera a penas controlarlo, mi estomago se descompuso completamente.
Recuerdo que supliqué a Dios que no terminará nunca el Cd, ya que apenas cinco metros separaban aquella taza del sofá donde esperaba incómoda carolina.
Pero los dioses son caprichosos.
Justo en el momento en el que mi cuerpo produjo el segundo estallido anal, la música se detuvo.
Traté de disimular tosiendo estruendosamente, pero lejos de amortiguar la escandalera, solo conseguí maquillarla malamente y que Carolina golpeara la puerta preguntándome si me encontraba bien.
Un hilo de voz respondió por mi asegurando que si, que era cuestión de un segundo.
Entonces ella pronunció una frase que me paralizo el corazón: "por cierto...no hay papel"
En ese momento deseé estar a mil kilómetros de Madrid, en un iglú en el polo o a bordo de una cápsula espacial, girando en la órbita de la tierra.
Con pavor eché un vistazo a aquél desaguisado y a tenor de lo que pude ver, me iba a ser imposible salir de allí con un mínimo de dignidad.
Me temblaban las piernas del esfuerzo y no sabía como escapar de aquella situación.
Mi entrenamiento como Boy -scout afloró repentinamente desde el subconsciente y en un golpe de audacia, me despojé de los gayumbos y tras romperlos en dos mitades, los utilicé para tratar de devolver su antiguo esplendor a mis posaderas.
Tiré de la cadena y tras un buen trabajo de escobilla, me decidí a salir de aquel baño.
Entonces me di cuenta de que no podía dejar allí los dos trozos del calzoncillo salvador.
Gracias a Dios soy de los que utilizan vaqueros anchos, de enormes bolsillos así que doblé aquellos restos impregnados como pude y me los eché a los bolsillos traseros.
Como soy fumador, una cerilla oportuna disolvió sin problemas el aroma del wc y tras lavarme las manos y la cara, salí del baño.
Ella opto por disimular y hacer como si no había oído nada, cosa que le agradeceré eternamente y volvimos al sofá.
Tras un buen rato de besos y caricias, se levantó y tomándome del brazo me condujo hasta el dormitorio.
Nos desnudamos lanzando la ropa sobre una silla junto a la cama y pasamos a la acción.
Cuando me disponía a entrar en ella, en el último momento, me pidió que utilizara un preservativo.
-en mis vaqueros- dije yo y antes siquiera de que me diera tiempo a reaccionar, Carolina se levantó y para mi desgracia introdujo su delicada mano en el bolsillo trasero de mis pantalones, buscando la fastidiosa goma.
Aún recuerdo su grito de horror.
Entro en fase "histeria-inmediata" y entre gritos y lágrimas, no dejaba de mirarse la mano, que había restregado por dentro de uno de los trozos de calzoncillo sucio, impregnándose hasta la muñeca de los restos del pastel de champiñón y del puto Satsiki.
No me quedé a ver como solucionó la situación.
De un salto me lancé sobre los pantalones y la camisa y corrí, corrí como si me persiguiera el mismo diablo y maldiciendo mi mala fortuna abandoné aquel apartamento , dejando allí a la chica más hermosa y más dulce que había besado en mi vida, literalmente, llena de mierda.
Unos meses después, conseguí que mis padres me pagarán la matricula de la facultad en Oslo, y aún no he vuelto por España.
De vez en cuando, sueño con Carolina.
Nunca supe más de ella.
No he vuelto a probar el Satsiki...ni a enamorarme.
Justo en el momento en el que voy a besar a una chica, el pánico se apodera de mi y siento una extraña flojera en el cuerpo.