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lunes, 13 de abril de 2009

Zen-Cerro

Agobiado por la proximidad de mi viaje de novios, donde obligatoriamente tendré que ponerme un bañador, y enfrentado al reverso tenebroso de la panceta (que por cierto, poderoso es) comencé hace aproximadamente un mes a obligarme una hora de caminata diaria.
Ahora que vivo en un pueblo, es una gozada el ponerte ropa cómoda, coger al chucho y lanzarte campo a través (sorteando tractores y cosechadoras) a caminar como una jubilada.
A primeros de este mes hizo un año que dejé de fumar, así que mis pulmones, limpios de sustancias nocivas procedentes de la aspiración consentida, se llenan cada día de una aire limpio y tan sano, que incluso cuando eructo se nota una fragancia especial a tomillo y jara.
Los primeros días caminaba sin ton ni son, como en mi juventud, sin una dirección concreta.
La tarde en la que los servicios sociales del ayuntamiento de Villavaquerin me trajeron de vuelta a casa, decidí trazarme un camino predeterminado, con su origen y su fin.
Entonces fue cuando descubrí mi cerro.
Soy el hombre que subió un cerro y bajó una montaña.
Tardo unos veinticinco minutos en subir y más o menos veinte en bajar.
Es realmente jodido, a medida que se endurece la pendiente me voy ablandando yo.
Es una putada que "sola" mi perrita compañera sea un Teckel, hubiera preferido un San Bernardo.
Una tarde traté de dejarme llevar agarrado a la correa de "sola" y a la pobre casi le dio un infarto.
Es curioso cuanto puede colgar una lengua humana.
Hay tardes en las que si me quito la camiseta durante el trayecto, podría retirarme el sudorcillo de las tetillas con la punta de la lengua.
Lo mejor de todo son los últimos metros.
Uno se siente como Stallone en Rocky, al terminar su carrera, o como Segura en Torrente3, cuando sube las escaleras del valle de los caídos.
Ves la cima tan cerquita que aunque tus piernas se nieguen a moverse, hay algo mucho más fuerte que te lleva hasta la cumbre:
los gases.
Yo no se si a Kitin Muñóz o Juanito Oyarzabal les entra la misma aerofagia que a mi.
Si es así, ahora me explico lo de coronar ochomiles.
Menos mal que los del pueblo no suben por allí y que "sola" la pobre no sabe hablar.
Es acojonante.
Ya se de donde sale esa bruma espesa que rodea las cimas montañosas.
Una vez arriba y tras recuperar el aliento, aprovecho para observar la mano de Dios, en la hermosura de las vistas.
Me relajo y hago un poco de yoga, momento que aprovecha la perra para frotarse contra mi pierna, dándole a ese instante un toque de lo más surrealista.
Como surrealista es ver que cada día se reunen más viejos del pueblo a verme subir.
Yo creo que los muy cabrones hacen apuestas a ver en que momento del ascenso me da el infarto, o cuantas paradas hago durante el camino, o si me llevarán las rapaces.
El caso es que siempre que bajo hay un par de ellos contando billetes y cuatro o cinco que me miran con mucha cara de mala leche.
Lo importante es que se me esta poniendo un tipazo fenomenal.
En menos de un año podré dejar de usar sostén.
En menos de tres renunciaré a la faja.
Yo os invito a todos a subir vuestro propio Zen.Cerro, eso si, manteniendo con el que va delante una distancia tal, que pueda evitar colisionar con el en caso de frenada brusca y que le permita adelantar y ser adelantado con seguridad.
Y sobre todo que le mantenga a salvo de sus pedos.
Besos y besas en la espalda y en las fresas.