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jueves, 15 de octubre de 2009

Puta vida



Y que puede hacer.
Una opción que se le presenta constantemente, es arrojarse bajo alguno de los muchos camiones que pasan cada día junto a la ronda de circunvalación donde le han asignado su puesto.
Muchas veces está a puntito, y en el último momento, justo cuando coje aliento para el salto fatal, la imagen de su hijo de seis años se aparece con más nitidez que nunca.
Allá en Albania, los hijos de puta que la engañaron, prometieron que trabajaría como camarera en un restaurante de Barcelona.
Ella, inducida por la necesidad, y por los grandes ojos negros de su hijo (por cierto, iguales que los de su padre, al que nunca conoció) que le suplicaron calladamente un futuro mejor.
Lleva más de un año e Valladolid, fumando Ducados rubio y escupiendo sangre en los baños del burdel donde la tienen retenida, por no decir secuestrada.
Folla por cuarenta euros y hace trabajos orales (y no como cantante de gospel precisamente) por veinte.
Se ducha cada noche entre lágrimas callados y grita cada mañana bajo la ducha helada.
Tania piensa que su vida es muy puta, más puta que ella, tiene gracia.
Hace algunas semanas pudo hablar con su hijo por teléfono. Fue el día má feliz de todo el año en España.
Lo que más la duele son las miradas de los conductores que la rebasan cada poco tiempo.
Ellos no tienen ni idea de sus circunstancias, de qué la ha traído aquí, de quienes la han traído aquí, de quienes no la permiten abandonar.
El desprecio duele como un latigazo en la espalda, y al restallar sobre su piel, le arranca jirones de alma.
Hubo un tiempo en que fue feliz, allá en Albania.
Quizás volverán los días felices, pensar en ellos es su única distracción, su jardín privado.
Al rato, mientras se deja arrancar el sostén por unas manos sudadas y sucias, impacientes y feroces, Tania vuelve a pensar en lo puta que es la vida, más puta que ella, aunque ya no tiene gracia.
El hombre descarga entre gruñidos, paga y se va, y al poco entra un macarra que apartándola de un golpe se abalanza sobre los billetes como un buitre sobre la carne podrida.
Tania lo deja hacer, y lo maldice en silencio.
Espera sinceramente que una horrible enfermedad se lo coma poco a poco muy pronto.
El bidé está más sucio que la bañera si es posible, así que casi no merece la pena ni utilizarlo.
Enciende un pitillo y tararea una vieja canción de cuna, imagina que se la está cantando a su hijo, allá en Albania.
Hoy la vida ha sido un poco menos puta, y la horrible enfermedad que le deseo al macarra se ha presentado en forma de policía nacional, que al interpretar un movimiento brusco del mafioso, como una posible agresión con arma de fuego, ha disparado dos proyectiles con su automática reglamentaria, alcanzando al presunto agresor en la bolsa escrotal y el muslo derecho.
El hijo de puta no morirá, pero ahora tendrá que consolarse con ver películas y recordar tiempos mejores.
Tania viaja junto a otras cuatro mujeres en la parte trasera de un furgón policial.
Quizás vuelva pronto a su país, quizás decida intentar una vida nueva en España, lejos de los burdeles y las carreteras.
La vida es siempre muy puta, lo único es que en algunas ocasiones, es más puta para otros.