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miércoles, 1 de abril de 2009

Un pincho, dos pinchos tres pinchos.

Mi amigo Quincho es de Ceuta y tiene un artefacto fantástico para hacer pinchos morunos.
También tiene muy buen gusto, aunque sea un popero empedernido.
Vende una ropa muy moderna y muy actual, a mi me surte de camisetas originales con dibujos que por lo menos son el producto de la mente enferma de un freak de cuarenta años.
Y me encanta ponérmelas, así la gente me toma por un freak de cuarenta años con la mente enferma, en vez de por un freak de treinta y cuatro con el duodeno podrido.
Mi amigo Quincho se ha buscado la vida desde joven, ha currado de portero de discoteca, de representante de discos de vinilo, ha montado su empresa y con dos cojones ha conseguido abrir dos negocios en pleno centro de Valladolid.
Suele escuchar buena música y leer buenos libros, le gusta acudir a exposiciones y tomarse cañitas, disfruta con su gente y sueña con vivir una vida tranquila, viajar...
Es una buena persona, una de tantas que andan pululando por ahí.
Una de esas personas que van a currar, pagan sus impuestos y se meten en la cama preguntándose que coño han hecho los dirigentes mundiales, para haber dejado la situación tal y como está ahora.
Una de esas personas que no quiere entender porque cuando un banquero de Dallas concede una hipoteca basura a un jornalero mexicano, tiene que repercutir en su tranquilidad.
Y es que la globalización, amigo Quincho, trae consigo regalitos como este.
Ahora se van a reunir todos en Londres, van a tratar de buscar soluciones a sus cagadas y estoy convencido de que se echaran las culpas unos a otros, anunciaran medidas populistas pero ineficaces a bombo y platillo, tratando de hacernos creer que todo sera maravilloso.
Mientras Quincho y yo, tendremos que apretarnos el cinturón.
Deberíamos apretarle el cinturón nosotros a unos cuantos sinvergüenzas, alrededor del cuello.
Buena suerte muchacho, nos va a hacer falta.