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lunes, 7 de noviembre de 2016

El alma a los pies

Esto no terminará nunca. Da igual de donde procedan sus lágrimas, que guerra asole sus países o que religión predomine en sus oraciones. Ya no hay un primer y un tercer mundo, ahora solo hay un mundo, en manos de aquellos que deciden donde sembrar el dolor y donde levantar los muros de la vergüenza.
De un tiempo a esta parte cada vez se hace más insoportable ver los telediarios, escuchar la radio y leer los periódicos. Los medios de comunicación me sirven calientes unas noticias que me estremecen por completo y que hacen que se me caiga el alma a los pies, al darme cuenta de que aún he tenido la desfachatez de quejarme de mi situación cuando las cosas se me comenzaron a poner difíciles.
¿Difíciles? 
Es triste que esa dificultad que me angustia, consista en tener que administrarme el tabaco que me mata despacito para que el ahorro, me lleve a  tardar unos años más en morir. Que me enerve el no poder gastar una cantidad obscena en invitar a cenar a una amiga el restaurante de moda. Que a la hora de comprar una botella de vino, me fije en cual de las diferentes denominaciones de origen del expositor, me ofrece la mejor relación calidad precio. A diario mueren miles de personas mucho antes de tiempo. Se arrastran y se juegan la vida para conseguir algo que llevarse a la boca o se lo quitan de las suyas para dárselo a sus hijos. El único caldo rojizo que moja sus labios es la sangre de los golpes recibidos, cosechada directamente por la cooperativa del miedo.
Me preocupa si este verano podré ir a la playa o no y si me decidiré por el sur o por las costas del Cantábrico.Es triste saber que decenas de miles de hombres de mi edad, llevan cada día a sus hijos al mar pero no para chapotear en la orilla, hacer castillos de arena o jugar a las palas, si no para buscar escapatoria de las bombas que han devastado sus ciudades.
Disparo con la mayor precisión, intentando mantener el pulso firme y guiñando el ojo izquierdo. Cuando el proyectil da en el blanco, abandono mi puesto de tirador y el propietario de la barraca de la feria me entrega un pequeño osito de peluche, un llavero, o un mechero de gasolina. En otros sitio y a la misma hora en la que yo disfruto en las ferias de mi ciudad, un niño soldado vacía el cargador de su Kalasnikov en el cuerpo de otro niño con diferente uniforme. 
Me confieso de mis pecados, temeroso de la justicia divina. Hay hombres, mujeres y niños, ajusticiados a diario en el nombre de Dios.
Algo está funcionando mal en este planeta. Hay recursos naturales suficientes para alimentar a la población mundial y oxígeno para todos, por lo que el crupier de esta partida debería repartir igual número de cartas a todos los jugadores.
Poco puedo hacer. Aportar unos euros mensuales a alguna ONG pero con miedo a que ese donativo se pierda por el camino y no cumpla su labor, cayendo en manos avariciosas, o votar a un representante que abogue por la justicia social pero mucho me temo que son todos el mismo perro, aunque con diferente collar y agachan la cabeza para que sus amos les rasquen y les den palmaditas si lo han hecho bien.
Puedo dar gracias a la vida por lo que me ha reservado y al menos, sentirme dichoso por cuanto tengo. Puedo escribir mi repulsa y mi indignación ante una sociedad absolutamente degenerada que ha hecho un negocio y un pasatiempo del sufrimiento humano.
No quisiera ver más niños ahogados tratando de alcanzar la playa. No quisiera ver más hospitales convertidos en escombros y atestados de cadáveres. No quisiera ver más madres llorando con sus hijos muertos en los brazos, ni más hombres abrazando los cadáveres de sus esposas.
A aquellos que generáis todo este inmenso dolor, yo os escupo y os maldigo.