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viernes, 19 de febrero de 2016

El paseo de los tristes.

Con ese nombre tan terriblemente poético y evocador, los granadinos denominaron a uno de los lugares más bellos de su ciudad, a los pies de la Alhambra y junto al río Darro.
Tuve la increíble suerte de vivir una hermosa época de mi vida en una casita desde cuyo balcón al asomarme contemplaba el famoso paseo.
Aquellos fueron buenos tiempos para la lírica. Yo era joven y estaba lleno de ilusión y la ciudad de Granada era un estupendo caldo de cultivo para los corazones ilusionados y las almas culturalmente inquietas.
Durante los casi dos años que pasé en Granada, escribí, toqué y actué como si la sola visión de la Alhambra hubiese abierto la espita de mi creatividad y el caudal de emociones se derramase allí en forma de versos, partituras e interpretaciones.
El Arco de Elvira me contempló pasar a la carrera y pletórico de ganas de todo, principalmente de vivir, en el sentido más amplio de la palabra.
A fuerza de recorrerlos hasta la saciedad, los barrios del Albaizyn y del Sacromonte me descubrieron todos sus encantos y recuerdo con cariño y nostalgia aquellos paseos hasta las cuevas junto a las murallas de la ciudad.
Pude tocar mi barroca tenor y mis whistles en una improvisada formación musical compuesta de estudiantes y músicos profesionales procedentes de muchos países del mundo, desde Argentina a Bélgica pasando por Italia, Francia y España con los que llegué a tocar incluso el "contracubo", un instrumento artesanal que construyó un amigo y que sonaba y se tocaba como un contrabajo. De todos ellos aprendí muchas cosas, muchos ritmos y muchas verdades, como la de que la amistad habla un idioma universal.
Pude ponerme en paz con mi alma contemplando el atardecer desde el mirador de San Nicolás y apuré mi cantimplora de errores en Plaza Nueva, inclinando la cabeza hacia atrás y permitiendo que todos ellos resbalasen por mi garganta hasta alojarse en un rinconcito de mi pecho donde permanecieron ocultos al resto de la humanidad hasta no hace demasiado tiempo, cuando se abrieron camino a dentelladas por mi pecho y terminaron asomando la cabeza al exterior, desafiando a mis rutinas y a mis esperanzas.
Hace menos de dos años volví por allí para comprobar con satisfacción que Granada no había cambiado, tan solo había cambiado yo y habían cambiado mis circunstancias y Granada se convirtió entonces y para mi desgracia en la tumba de un amor muy especial, que quedó allí sepultado bajo un montón de ilusiones y de proyectos que nunca se llevarían a cabo..Pero el destino es caprichoso y Granada se me ha vuelto a presentar bajo la apariencia de una mujer de mirada franca y palabra sincera.
Ahora mis recuerdos extraviados vuelven al son de la guitarra y el cajón  y permiten que las imágenes más tristes y grises los acompañen con palmas y jaleos.
Tierra soñada por mi, cuando soñar era algo hermoso porque aún no tenía miedo a las pesadillas y a las noches en vela. Ahora sueño con los ojos abiertos y dedico las noches en vela a escribir lo que me atenaza el corazón.