jueves, 17 de enero de 2019

Intoxicación alimentaria

La poeta y escritora zamorana a quien tengo el placer y la fortuna de llamar amiga, Estíbaliz De Frías Madero, utiliza en algunos de sus textos una frase que me ha sacudido el interior del pecho, revolviendo mis emociones, mis recuerdos y explicándome al tiempo demasiadas cosas.
Cito literalmente: "Todos comemos mentiras cuando nuestros corazones tienen hambre".
Una vez más me emociona la elegancia y el acierto de aquellas mujeres que utilizan la palabra para expresar sentimientos y vivencias. Que utilizan la palabra para definir con verdades aquello que a muchos hombres nos cuesta nombrar con exactitud.
El falso amor cocinado con mentiras y aderezado con traiciones, reproches, interés y demás peligrosas y tóxicas especias, es un plato de muy difícil digestión. Un plato que a veces sin darnos cuenta escogemos de la carta, nos sirven en vajilla de porcelana y maridan con licor de besos y caricias, consiguiendo que llevados por la gula que despierta la lujuria, repitamos sin darnos cuenta de que con cada bocado nos estamos envenenando.
Si aplico a mi historia personal la sabiduría popular, hay un refrán que dice que no hay peor ciego que el que no quiere ver. Y esta es una gran verdad. A este refrán le sumaría en mis autobiografía uno que dice, "a cojones vistos, macho seguro".
Hubo quien al verme elegir el plato de la intoxicación, me avisó de que seguramente no fuera una receta de calidad y que podría hacerme daño, pero no quise escuchar las advertencias. También hubo muchos que al contarles la terrible vomitona de lágrimas y la brutal diarrea de sueños que me provocó la ingesta de aquel plato, me aseguraron que ellos sabían desde que me lo sirvieron que aquello me iba a hacer daño. ¡Pues coño!, si tan claro lo teníais deberíais haberme retirado los cubiertos con cualquier excusa.
Es cierto que un corazón hambriento engulle mentira tras mentira y no se para a degustarlas. De hacerlo, descubriría el sabor a podrido en los labios de quien las pronuncia. Pero en su necesidad de ingerir amor, rebaña las migas de cada embuste en los labios de quien lo está engañando. Es increíble ver la de falsos chefs que hay por el mundo.
Gracias al cielo, a Supergato o a quien sea, he aprendido que por muy bonito que sea un restaurante, la carta puede estar llena de productos en mal estado. Aunque también he descubierto que si miras a los ojos al Metre mientras explica la especialidad de la casa, sabrás si realmente el manjar que te aguarda es tan sabroso como para no dejarlo escapar.
No soy precisamente un crítico de la Guia Michelín, pero me he vuelto un gourmet exigente y con criterio. Ya era hora. He sufrido demasiadas intoxicaciones alimentarias.


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