jueves, 13 de septiembre de 2018

Historia de un desertor

Cuando André desenvainó su sable y erguido a lomos del corcel entrenado para la batalla ordenó la carga de sus tropas, recibió un disparo en el hombro izquierdo que le hizo perder el equilibrío yendo a caer de bruces contra los adoquines parisinos.
Desde el suelo y mientras recibía atención sanitaria del médico del regimiento, pudo ver que la turba congregada en las barricadas rechazó el primer asalto y que los supuestamente "desarrapados" y "miserables haraganes" que su general, el marqués de Orleans, le había dicho que sucumbirían en el acto al enfrentarse a tropas regulares, en realidad era una multitud de ciudadanos de todas las edades y de toda condición social,que se habían unido contra la injusticia y la represión de un rey que no estaba dispuesto a escuchar las justas reclamaciones del oprimido pueblo.
Una vez le hubieron practicado un vendaje de emergencia, su asistente le alcanzó las bridas de su alazán y le dio el pie para que volviese a montar. 
André consiguió reorganizar a las diezmadas tropas para un segundo asalto, pero antes de dar la orden de carga, pudo reconocer en una de las barricadas a una tiradora que le era excesivamente familiar, Celine.
Celine era una poetisa parisina con la que había compartido muchas noches de versos y vino, de lectura a la luz de la luna y de paseos por los campos elíseos.
Aunque André era un hombre cultivado y amante de la poesía y de todas las artes, su formación militar y su rango de oficial de los dragones del rey, le habían hecho ponerse al frente de los soldados que calada la bayoneta y al son de tambores y cornetas, cargaban contra sus vecinos e incluso contra sus amigos y familiares.
Celine le había comentado en una ocasión mientras degustaban vino de Borgoña y versos de Boileao, que igual que no le dolían prendas en disculparse cuando no tenía la razón, tampoco le supondría ningún esfuerzo tomar un fusil y unirse a aquellos que luchaban con la cabeza alta y el corazón ardiente por la libertad, la igualdad y la fraternidad. Y desde luego aquellas palabras no fueron producto de los efluvios del mosto envejecido en barrica de roble. Puede que la bala que lo desmontó, hubiese salido del largo cañón del fusil polaco que la poetisa manejaba con acierto.
Ordenó a las tropas restantes formar en cuadro de avanzada con los granaderos al frente y antes de dar la orden, buscó de nuevo con la mirada los hermosos ojos de aquella creadora de sueños en rima asonante y versos dodecasílabos. Mandó detenerse a sus hombres y antes de que nadie pudiese evitarlo, espoleó a  su montura y con los brazos en alto y el pañuelo blanco en la mano en señal de parlamento, cabalgo hacia las trincheras. Cuando llegó, desmontó y de una palmada en la grupa, hizo que el caballo regresase a la formación. Él, ayudado por varias manos amigas, trepo hasta saltar la barricada y ocupó su lugar junto a aquella diosa de la palabra. Desenvainó de nuevo su sable de comandante, amartilló los perrillos de su pistola de fabricación nacional y gritó, "Vive la france".
 Mientras recibían el asalto del que fue su regimiento hasta que la razón le hizo desertar y unirse a quienes debía haber masacrado por orden de la avaricia y de la infamia, sintió un soplo de brisa fresca acariciándole la mejilla y al girarse, los labios de Celine repitieron el beso pero esta vez directamente sobre los labios de Andre´.

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