martes, 17 de abril de 2018

Pecado original

Un día más, se puso su disfraz de dios todopoderoso y confiado al creer que ya sabría utilizar con acierto sus recién adquiridos conocimientos que  deberían perfeccionar las innatas habilidades, se  dispuso a crear nuevos mundos donde todo discurriese de la mejor de las maneras, aunque los escribiese con renglones torcidos.
Como cada mañana, hizo un esfuerzo por despojarse de sus miedos y de sus frustraciones y anhelos y quiso diseñar un hombre a su imagen y semejanza. Un hombre que al fin cumpliera los sueños que él no había podido cumplir y aspirase a sentarse a su derecha en un mundo futuro.Pero como cada mañana, fracasó al dar vida a la que escribió para entregarle como compañera, nacida de una de sus metáforas y, a la que convirtió en ella, en la esperada, en la anhelada. En la que siempre lo querría y jamás le rompería el corazón. Pero de nuevo se obcecó en dotar de la capacidad de amar a quien no la merece y terminó por destruir su creación.
Los personajes creados aquel día para ser juzgados y condenados al caer el sol, nacieron con el estigma de un pecado original imperdonable y tampoco se ganaron su perdón. Al fin y al cabo no podía evitar crearlos a su imagen y semejanza.
Trató de escribirlos en un mundo de belleza y acierto, con las mejores circunstancias. Un mundo donde poder concederles ese oscuro objeto del deseo que llamamos felicidad, pero una vez más el planeta de relatos no pudo soportar las atmósferas de presión a las que le sometió la trama argumental que cual ser vivo, evolucionó para convertirse en un ser independiente y devoró las posibilidades de  un  final feliz.
Horrorizado vio como su idea volvió a desvirtuarse y se convirtió en algo informe y terrorífico que cayó como una plaga bíblica sobre los seres a quienes había llamado hijos y los destruyó. El diluvio de desgracias no cesó hasta que inundó el texto e hizo naufragar el arca donde trató de salvar al menos a una pareja de cada recurso literario, con la absurda creencia de que podrían reproducirse y llenar de belleza este nuevo mundo prometido.
Como cada noche, se acostó sabedor de que no tenía sentido conservar la esperanza en un mundo futuro al que llamar paraíso. Como cada noche se prometió dejar de escribir y de jugar a ser dios. Pero los personajes que habrían de venir y nacían una y otra vez en el interior de su cerebro y de su alma, no dejaron de rezarle y de suplicar vida y, desde la infinita angustia que le atormentaba constante e implacablemente, se prometió concederles la oportunidad de redimirse de un pecado del que solamente él era culpable.
Antes de apagar la luz, se aseguró de haber limpiado la sangre de la hoja del cuchillo con el que documentaba los textos y que hoy había bebido de otra mujer a la que reconoció como el eterno diablo que tentaría a sus hijos.
Suspiró y antes de dormir, repitió su letanía diaria: podéis ir en paz.

 

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