miércoles, 4 de abril de 2018

Grítame en los labios, bésame al oido

Poco antes de alcanzar la cima de la colina,levantó la vista del suelo y  se giró para ver si ella aún le seguia. Asustado al no verla, comenzó a gritar su nombre. Entonces escuchó una risotada a su espalda y una voz que dijo cariñosa y molesta al tiempo: "hace más de media hora que te adelanté, pero ni me viste hacerlo".
¿Cómo no haberlo supuesto? Se culpó por su despiste.
 Ella es montañesa, es una criatura de la naturaleza acostumbrada a coronar las cumbres más duras, las más escarpadas, las más peligrosas. Su día a día es un rocódromo. Su vida es una continua ascensión sin arnés y sin casco, sin pies de gato y sin piolet. Avanza con su coraje, sus uñas de lince y su cuerpo menudo y ligero, que se amolda a las oquedades y a las fisuras.
A él le faltan aún unos cuantos metros para llegar junto a la bandera de su sonrisa, plantada en otra de las metas necesarias y cuando logra alcanzarla y estrecharla entre los brazos, siente su felicidad a través de la piel. 
Las vistas son estupendas, el clima agradable, la luz perfecta, sus labios deliciosos. 
Mientras la besa, intuye que quiere decir algo e interrumpe aquel sabroso manjar para permitirla hablar. Entonces ella se yergue desafiante sobre el vació y grita. Su grito le brota del interior del pecho, de lo más hondo de su alma, de lo más profundo del corazón. Es un grito de victoria sobre una existencia feroz, sobre unas circunstancias implacables, sobre unas cadenas que al fin ha conseguido romper.
Con cariño y con infinito respeto, la coge fuerte de la mano y deja salir su propio grito para que en un acto de amor, se una al de ella en una estridente y catártica polifonía. 
Las aves posadas en las rocas, asustadas levantan el vuelo, los ratoncillos corren despavoridos y ni el eco es capaz de devolver todo lo que aquellos gritos simbolizan. Son gritos de victoria sí, pero también de hartazgo, de enojo infinito. De venganza y desafío. Y  de perdón. Con sus gritos, están perdonando al destino por todas las emboscadas y por todos los intentos de terminar con sus sueños.
Durante más de un minuto, solo se escucha ese grito constante y fuerte, hasta que se apaga al unísono. Agarrados de la mano, se tumban sobre el manto de lirios que crecen hasta adornar lo más alto de aquella colina y solo tienen que mirarse un segundo a los ojos, para saber que el futuro es suyo, que la vida es suya y que nadie podrá nunca arrebatarles sus sueños, porque él sueña con ella y ella con él.

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