viernes, 13 de abril de 2018

El primer día

Se levantó nervioso y un poco asustado. Y ¿por qué no? emocionado también.
Su madre le dejó la ropa nueva preparada sobre la silla junto a la cama. Cuando consigue pasar de la cama a la silla, agarrándose a los asideros haciendo un considerable esfuerzo que le lleva a derramar las primeras gotas de sudor del día, decide dejar la ropa sobre el lecho y pasar al cuarto de baño. Lo han adaptado para que pueda asearse sin necesidad de ayuda. Se ducha, se afeita con cuidado y se rinde a la evidencia de que su pelo ya no cede ante ningún peine y es mejor dejarlo a su libre albedrío.
Vuelve a la habitación y se viste con esmero, procurando no caerse al ponerse los pantalones. Es un esclavo de las modas y aunque ya no los lucirá como antes, le siguen gustando mucho los pantalones pitillo. Pitillo. Sabe que fumar en ayunas no es precisamente bueno para la salud pero aprovecha la intimidad de su dormitorio y se enciende el primero del día con su mechero de gasolina.
Oye ruidos en la cocina y deduce que su padre le está preparando el desayuno. Apaga el cigarrillo y se acerca a darle los buenos días y a por el primer café de la mañana.
Hoy es un día especial. Hoy celebra el que aquella viga que le cayó encima hace ya cuatro años no terminase de cumplir el cometido que le encargó el destino y no lo matase. Hoy además, comienza una nueva etapa. 
Una amigo de la infancia, le ha dado la oportunidad de trabajar para su empresa multinacional y no piensa defraudarlo. Debe estar en las oficinas en menos de una hora y aunque tiene el vehículo adaptado en la puerta de casa, no quiere renunciar al desayuno y la conversación con el hombre que le regaló la vida, las vidas. Sin la ayuda de su padre no habría superado el accidente y aún se emociona al recordar cómo se cayeron juntos un día que intentó mantener la verticalidad por si mismo y que al fallarle las piernas, se fue al suelo y, su padre en el intento de frenar la caída, cayó con él.
Quiere a ese hombre, al que ve como un verdadero Dios, de infinita bondad e infinita sabiduría  Mientras comparten desayuno y charla, se arma de valor y superando la vergüenza, lo mira directamente a los ojos y le dice que le quiere. Es absurdo que la sociedad se haya empeñado en intentar convencer a toda una generación de que los chicos no lloran y no demuestran sus sentimientos. El ha llorado. Y mucho. Él sabe que no quiere volver a dejarse nada en el tintero y que es de bien nacido ser agradecido, por lo que a costa de quedar como un ñoño, le dice: "te quiero mucho, papá. Gracias por todo y perdona por todo".
Su padre lo abraza en un gesto de infinita ternura y dándole un cariñoso pescozón en la coronilla, le avisa de que se le está echando el tiempo encima y llegará tarde. Y de paso le dice que el también le quiere mucho y no tiene nada que perdonarle. La vida a veces viene de una forma y a veces de otra, pero juntos y en familia, podrán con todo. Aprovecha el íntimo momento con su hijo para volver a citar los atemporales y acertados consejos de Polonio  a Laertes, que escribió Shackesperare y al terminar, comienza a exprimir zumos para su mujer y su hija pequeña, que a tenor del ruido en el cuarto de baño, también se han levantado para despedir al chico y desearle suerte en el primer día de trabajo.
Piensa que por muchas hostias que le de la vida, mientras empuja las ruedas de la silla, el renovado muchacho, sabe la suerte que tiene por contar con una familia maravillosa y unos amigos estupendos.
Y lo demás, no importa.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

...Estaba pensando en un Te quiero.
Cada vez que lo digo estando sola, no me cabe en el torax lo que siento.
Muchas de las veces que lo siento cuando estoy sola, es cuando empiezo hablar con mis personajes.
Fdo: Zeroide
(parece que estoy más pallá que pacá...)

lacantudo dijo...

Me he vuelto terriblemente cuidadoso y prudente para pronunciar esas dos palabras. Las he escuchado tantas veces envueltas en mentiras,que creo que el "te quiero" se ha convertido en un manido comodín que se utiliza sin el más ínimo respeto y sin concederle la importanncia que tiene.
Querer es genial y sentir que quieres y saberte querido es algo increible que te inunda el pecho y que te llena de vida.
Pallá y pacá son lugares que todos visitamos con frecuencia y a veces no sabemos donde quedarnos, si en un lado o en otro.
Pallá es un emplazamiento cojonudo para almas inquietas y corazones sensibles.