lunes, 2 de abril de 2018

El baile

Había esperado a que el grupo que amenizaba el baile en aquella boda tocase los primeros acordes de la canción adecuada para pedirle que saliera a bailar con él.
Llevaba toda la noche observándola. Sara parecía estar allí por compromiso y al igual que él, evidenciaba su hastío y sus ganas de despertar en cualquier lugar del mundo lejos de allí.
Ella trabajaba en la sección de atención al cliente de la empresa; Iván era uno de los ejecutivos contratados meses atrás para tratar de cambiar la dirección de la flecha en los gráficos de beneficios. Ambos habían recibido la invitación del jefe de personal,con una nota adjunta que cual amenaza velada, decía: "No puedes faltar", por lo que armados de valor y ataviados para la ocasión, acudieron al juzgado donde se celebró el enlace. Una vez en los salones del hotel donde se desarrollaría la parte gastronómica y lúdica del evento, descubrieron que los habían sentado juntos en una de las mesas reservadas para el personal sin apellido compuesto. Y sin pareja.
Junto a ellos cenaron otros cuatro compañeros de trabajo con los que no tenían más trato que ese que por educación, te lleva a dar los buenos días al coger el ascensor cada mañana y las buenas tardes, al abandonar el céntrico edificio donde se encontraba la sede provincial de la multinacional que pagaba sus nóminas puntualmente el día 28 de cada mes. 
Parece que tanto Iván como Sara habían coincidido también, en la esperanza de que su presencia aquella noche se camuflase entre los vapores del vino y, bebieron tantas copas como se pudieron servir sin llamar exclusivamente la atención.
La escasa conversación entre los forzados comensales de su mesa giró únicamente al rededor del trabajo, de los rumores sobre recortes y despidos y sobre el éxito de la competencia.
Aquello se convirtió en la peor de las pesadillas cuando tras haber degustado la tarta nupcial, los recién casados inauguraron el baile con uno de esos valses que salen en todas las películas.
Al menos había barra libre y con una absurda excusa, Iván se levantó de la mesa y se refugió bajo la sombrilla de un daikiri, al que rápidamente siguieron otros dos,  antes de pasar al whisky con hielo.
La oberserbaba con disimulo desde su alcohólico escondite y cada vez que apuraba una copa, trataba de acercarse al rincón donde ella fingía hablar por teléfono para sacarla a bailar. El miedo a que una mujer tan hermosa, tan inteligente, educada y  discreta lo rechazase, le hacia abortar misión una vez tras otra y pedir nuevos lingotazos, lamentando su cobardía. 
Entonces, la banda comenzó a tocar aquel tema clásico que habían versionado en un ya lejano pasado sus idolatrados Guns and roses y, haciendo acopio de valor, puso un pie delante del otro y se encaminó hacía Sara. Cuando iba llegar a su lado, sucedió algo que sumado a su exceso de alcohol, hizo que estuviese a punto de perder el equilibrio y cayese de bruces contra la pareja de bailarines más cercana. Aquella tímida compañera de la empresa que había pasado la velada callada y con cara de circunstancias, se interpuso entre la feliz pareja y apartando al joven esposo de un empujón, agarró a la novia  por la cintura, la atrajo hacia si y la besó con tal pasión que la sensual pelirroja recién desposada, la abrazó y la acarició ardientemente mientras decía entre lágrimas: "lo siento, mi amor. Ha sido un error. Nunca debí haberme rendido a las dudas."
Al pedir la última copa en la barra, Iván no pudo evitar pensar lo buena pareja que hacían aquellas preciosidades. Y lo feliz que podría haber sido él con cualquiera de ellas dos. Las dos eran su tipo,aunque no se pareciesen en nada.

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