miércoles, 3 de enero de 2018

Oculto en un silencio

Hay silencios que son gritos hacia adentro. Hay silencios que si se midieran en los decibelios que aturden el alma, reventarían el sonómetro.
Tanto tiempo sin abrir la boca. Tanto tiempo sin llegar a pronunciar las palabras correctas, las preguntas acertadas. Tanto tiempo sin conseguir aullar lo que le estaba devorando por dentro. Y sin embargo llegó el momento.
Todo termina llegando, incluso lo bueno. Y al fin puede levantar la voz.
El chorro de agua fría que mana del grifo a presión de su conciencia lo despeja y lo devuelve a la realidad de una existencia olvidada. Hoy vuelve a sentirse vivo, pase lo que pase y le pese a quien le pese. 
Ha dejado de ocultarse en el silencio y en las sombras de un pasado atormentado. Vuelve a salir a la luz, vuelve a expresarse sin miedo, vuelve a donde le corresponde estar y de donde fue expulsado sin motivo aparente y no se atrevió a protestar aceptando su destierro y alimentándose de quejas y reproches que no pudo o no quiso presentarle a nadie. Pero hoy le ha prometido a sus sueños que va a pelear por cumplirlos, que se terminó lo de vivir entre lágrimas, que ya está bien de agachar la cabecita y asentir balbuceando innecesarias disculpas.
La vida da muchas vueltas, demasiadas quizás, pero ahora toca reivindicar su ilusión y combatir sus temores. 
Encontró la luz, descubrió un resquicio entre las tinieblas que lo envolvieron de repente y no le permitieron hallar el camino, el verdadero camino, pero lo identificó y a través de él, escapó de la peor de las condenas.
Alguien dijo una vez que el infierno es la imposibilidad de la razón y la razón rige su decisión. Y por primera vez el destino está de su lado y ya ha comprendido que todo es posible.
Escribe con el dedo sobre la arena de la playa del olvido una declaración de intenciones donde como desafío, ratifica en verso sus demandas.
Se asegura de tener abundante munición de palabras del calibre de su corazón y, tras comprobarlo, aguarda sin miedo al enemigo que antes lo asustaba como a un niño abandonado en el bosque  y al que ahora espera con la impaciencia de un tiburón que ha olido sangre cercana.
Para todo hay un antes y un después y en este momento se encuentra disfrutando de saber que su después se ha convertido en ahora y ya nadie podrá volver a hacerlo callar. El antes ya no importa.
Ha dejado de ocultarse en el silencio. No volverá a esconderse nunca más, ni volverá a girar el rostro, ni a bajar la mirada.
El valor siempre estuvo ahí. Se autoconvenció de que solo tenía que creerlo y tomar cuanto necesitaba y cuanto le correspondía por derecho.  Y así lo hizo.
Ha vuelto. 
 

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