jueves, 2 de noviembre de 2017

No, no , no y mil veces no.

Es  cierto, los pájaros son libres y él, movido por la absoluta certeza de que había encontrado a la compañera que llevaba buscando todas sus vidas, ignoró algo tan básico como eso. 
Hay personas que como los pájaros, no han nacido para vivir enjauladas, por muy bonita o agradable que sea la jaula. 
Él aprendió a no esperar nada de ella, al menos nada que ella no quisiera darle. Aprendió que si ella decidía compartir algo con él, tendría mucho más valor que si lo hiciese cualquier otra persona porque si se lo daba, sería porque quería hacerlo libremente y de todo corazón. Por eso no habría dobleces, mentiras, engaños ni intenciones ocultas. Lo que le diese sería algo completamente puro. Un generoso regalo nacido del alma y limpio de cualquier otra cosa que no fuese cariño.
También aprendió que ella no necesitaba que se amoldase a su estilo, a sus gustos o a sus necesidades. Ella apreciaría mucho más que fuese él mismo y no tratase de convertirse en lo que ella pudiese esperar de un hombre. Que mirase por él y se esforzarse en construirse la personalidad para él mismo y no para nadie más, porque si se construyese para una mujer particular, le estaría entregando un arma de manipulación salvaje que se convertiría en un bucle sin fin en el que perdería la dignidad, el orgullo y la propia esencia personal.
Precisamente esa generosidad espiritual y esa corrección emocional, era lo que más le atraía de ella. Sabía que había encontrado a una persona con la que se llevaba  cruzando durante muchas vidas a lo largo de docenas de siglos y en esta ocasión, la había reconocido de la forma más inocente y sin haberlo buscado, por eso no quería que volase lejos de él pero tampoco quería cortarle las alas y bajo ningún concepto pretendía encadenarla a él.
La vida da muchas vueltas, demasiadas y hay que agarrarse bien en cada curva. El destino es tan juguetón como caprichoso y todos, absolutamente todos, participamos de esta eterna espiral de identidades, cuerpos y crisálidas existenciales. Hoy él es un hombre de cabello claro y mirada huidiza pero hace ya demasiado fue una mujer de talle estrecho y sonrisa reluciente: mientras ella fue un legionario romano con el que se topó en Mérida Augusta y hoy es una mujer preciosa de cabello oscuro y caderas perfectas.
La muerte tan solo es un cambio de registro y nunca nos vamos del todo, solo es un hasta luego. Enseguida volvemos, en otro lugar y en otra apariencia pero volvemos. Y él sabía que ambos estaban destinados a encontrarse durante muchas vidas y a llegar a quererse en alguna de ellas. Pero sin ataduras ni compromisos. Solo amor. Sin ponerle nombre ni fecha de caducidad.


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