domingo, 19 de noviembre de 2017

Encontrarte

No tiene sentido que me lo vuelva a preguntar. No necesito saber donde estabas entonces. Lo importante es que ya estás aquí. Y te necesito más que nunca.
Poco satisfecho del principio de su misiva, se levantó dejando la estilográfica sobre la mesa y se sirvió un whisky escocés con mucho hielo.
Aunque tenía su dirección de correo electrónico y su número de teléfono, se inclinó por escribirle una carta de las de toda la vida; de las que permiten al destinatario apreciar la verdadera importancia  y la pasión del mensaje por la fuerza del trazo, por lo esmerado de la caligrafía y por lo deliciosamente obsoleto del canal escogido. Alguien escribió que una lágrima no podría borrar nunca la tinta de un email. Lo que no llegaron a escribir, es como convertir las lágrimas en la tinta necesaria para dar con la palabra adecuada, para construir la historia adecuada, para conseguir la novela perfecta. Puede que nadie lo hubiese escrito porque la perfección jamás nacerá de una lágrima.
Durante muchos años ha engañado su inspiración con amor de contrabando, adulterado con cariño arrabalero. Un amor como el de los tangos que se cantan en las más oscuras tabernas al abrigo de licores prohibidos, a la sombra de mujeres tan prohibidas como los licores pero aún más deliciosas y tentadoras. Esas mujeres que bailan apretando sus cuerpos contra la desesperación de hombres que dudan entre sacar la navaja o sacarlas a ellas, a bailar una pieza más.Aunque el bandoneón interprete melancólico la fatal despedida.
Por eso sus textos nunca llegaron a emocionar del todo, a conquistar del todo, a perpetuarse del todo. Sus textos perdían el compás y arrastraban cada paso a contratiempo, pisando a la pareja de baile.
Pero un día apareció ella, aceptando con una hermosa sonrisa y exquisita gracia, su ofrecimiento a salir a la pista cuando sonaron los primeros acordes de un famoso tango de Gardel y, con la armonía de sus movimientos, desplegó ante él un muestrario de sentimientos y de necesarias verdades que se convirtieron en las páginas de una novela que le iluminó el camino de vuelta a esa corrección que solo encontró en la perdida Ítaca.
Bailando, junto a él, aquella enigmática y preciosa mujer de cabello oscuro y ensortijado, caderas hipnóticas y risa fresca, irradió sobre él la luz que  hacia tiempo se había apagado, dejando su alma y su creatividad en tinieblas. Después de aquel primer baile con ella, supo que nunca volvería a acompasar sus latidos con los de nadie,de la misma manera que lo hizo aquella noche. Y que ya no querría bailar nunca con ninguna otra mujer. Con nadie que no bailase como  Berenice. Con nadie que no hablase directamente a su alma, como Berenice. Que no oliese a futuro, con el agradable aroma de Berenice y que no plantase en el interior de su pecho las semillas del texto definitivo, como hizo Berenice.
Supo en el acto, que Berenice era la musa por la que llevaba suspirando desde que aprendió a sostener un bolígrafo y desde que empezó a emborronar los primeros folios con poemas infantiles y con cuentos amables y de finales imposibles. Supo que Berenice era el sentido de su búsqueda, su faro en Ítaca  y su ansiado y merecido descanso, al alcanzar lo prometido junto a ella.
Apuró el escocés destilado de malta de un único trago y tomando de nuevo la estilográfica, comenzó una nueva epístola. Esta vez la encabezó con el acierto con el que necesitaba escribirle que supiese que había comprendido que sin ella, solo sería el que fue pero no el que podría ser, bajo ningún concepto sería el que quería ser y jamás llegaría a ser el que necesitaba ser. Sin ella, tan solo seria una borrosa sombra de él mismo.
Gracias, Berenice. Gracias por ser quien eres y como eres. Gracias por compartir tu tiempo conmigo.
Puede que no te hayas dado cuenta aún, pero todo ha cobrado sentido al conocerte. Todo ha dejado de doler al conocerte y todo ha renacido en mi yermo y vejado corazón al conocerte. No te vayas nunca de mi, no permitas que vuelva la oscuridad, no me condenes a una vida sin ti.
Déjame amarte. Permíteme regalarte cada segundo de mi vida, de mis vidas, de todas ellas, de cada una de ellas. Comprende que me rinda a tu esplendor y que no pida  tregua, porque sé que no la merezco, ya que tan solo puedo quererte más que a nada y a nadie porque ya no hay nada ni nadie mas para mi.Solo tu. Solo eres tu, solo vives tu, solo aspiro a ti. 
Gracias, Berenice.
Al cerrar el sobre y escribir destinatario y remitente, supo que en el interior del mismo, junto a los folios bien doblados, viajaría una gran parte de su alma. porque el alma, también había elegido a Berenice. También quería ser con ella y para ella.
Dejó la carta en la bandeja de las llaves, sobre la mesita del hall y volvió a su lugar de trabajo, a su trinchera literaria, al puesto que le correspondía por derecho. Encendió un cigarrillo y saboreando la primera calada, abrió un nuevo documento de word y lo tituló Encontrarte.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Berenice...de cabellos muy largos y rubios. Berenice...de tez clara, una luz brillante emana de ella como la superluna de la noche de ayer...
Así me imagino a Berenice...
Zeroide

lacantudo dijo...

Tu Berenice solo se distingue de la que yo imaginé al escribir este texto, en el color del cabello. Igual es porque soy rubio, mi madre es rubia y tengo tres hermanas rubias. Puede que tienda a imaginar mujeres de cabello oscuro por variar un poco.
Lo que si que veo igual, es esa brillante luz que irradia. La super luna de anoche podría ser perfectamente ella.
Mola verte de nuevo, por aquí.
Unos besos.