viernes, 8 de septiembre de 2017

Falta de acierto

Lo ha vuelto a hacer. Inconscientemente, sin haberse dado cuenta de ello, el soldado Gizman vació su cargador por completo, disparando una ráfaga que solo  detuvo al levantar el dedo del gatillo tras escuchar el percutor del M16 golpeando en vacío.
Aquella ráfaga aunque necesaria en el combate, no sirvió para eliminar al enemigo, solo para retrasar un poco la caída de la posición que defendía junto al sargento Serrer, su amigo.
Al haber agotado la escasa munición que el soldado de avituallamiento les había dejado en la trinchera, Gizman no tuvo en cuenta que esas balas no eran de su uso exclusivo, que Serrer también necesitaba rellenar su cargador y que ahora, tendría que utilizar como única defensa, la poca munición que conservaba en la Colt 45 que pendía de su funda táctica.
Serrer se lo había avisado por activa y por pasiva. "No me tienes que justificar en que gastas tu munición, pero si vas a utilizar la mía, me sobran todas las explicaciones". Gizman había vuelto hacerlo y en absoluto lo hizo de forma egoísta o carroñera.Tan solo vio venir al enemigo, sintió pánico, no supo razonar ni ser previsor y disparó sin pensar en las consecuencias.
Serrer lo había salvado de una muerte segura al rescatarlo de la trinchera donde había conseguido ser el único superviviente y lo había llevado con él, poniéndolo bajo su mando y su protección. En más de una batalla habían peleado espalda con espalda, convirtiéndose en un binomio mortífero y eficaz que infligió muchas bajas al enemigo. pero esta no era la primera ocasión en la que Serrer había tenido que reprochar a Gizman el uso indiscriminado de la munición. 
Desde aquella terrible  batalla en la que Gizman estuvo tan cercano a la muerte que cuando Serrer lo rescató de la trinchera, Gizman se juró no volver a flaquear, algo había cambiado en el interior de la cabeza del rubio combatiente de ojos tristes, brazos tatuados y alma soñadora. Ya no tenía paciencia. La ansiedad dirigía todos sus movimientos impidiéndolo razonar y haciendo de su vida un caos.
Los mandos del destacamento llegaron a plantearse el inhabilitarlo para las acciones de guerra pero Serrer intercedió por él, explicando que aunque sufría de estrés post traumático, aún podía serle útil en combate y se hizo cargo de él.
Aquella decisión, movida por la amistad y el cariño que sentía hacia el torturado Gizman, casi lo llevó a perder la vida.
Gizman sintió un dolor inmenso dentro de su pecho. Serrer siempre le demostró comportarse con él como un verdadero, valiente y cabal amigo y ahora por su falta de acierto, lo había puesto en peligro real. Entonces supo que lo único que podría hacer, era conseguirle munición, aún a riesgo de caer bajo el fuego enemigo. Le costó mucho esfuerzo vencer al miedo y abandonar la trinchera, cuerpo a tierra y reptando hasta la unidad más cercana. Allí contactó con una soldado de ojos azules que le explicó que no podía pedir munición sin más, que eso haría que todo el regimiento lo conociese como un avaricioso o un pedigüeño y que un día mirasen hacia otro lado cuando se acercase con nuevas demandas. Tenía que ganarse cada bala que le donasen y corresponder la generosidad del que le facilitase la munición.
Gizman accedió a recapacitar y a plantearse hacer las cosas de nuevo como las hizo en un pasado en el que él era quien compartía sus cargadores con todos aquellos que se los pidiesen, los necesitasen realmente o no.
Volvió arrastrándose hasta el lugar donde Serrer disparaba su automática a punto de vaciarse y sonriendo, le acercó dos cargadores completos para el M16.
En el momento en el que inició la disculpa por no haber tenido en cuenta que estaba consumiendo una munición que no le correspondía, una bala de AK47 disparada por un certero soldado de la infantería regular enemiga lo alcanzó en la garganta, impidiendo disculparse con su amigo y decirle que por encima de todo, sentía haberlo fallado.
Cuando terminó la mañana y las tropas que defendían la posición consiguieron repeler el ataque, a costa de muchas bajas, Serrer recogió el cuerpo de su amigo y volvió a llevarlo en brazos hasta un lugar adecuado, como hizo aquella vez cuando lo encontró en la trinchera, sin apenas poder moverse, asustado y herido pero vivo.
Las segundas oportunidades nunca son gratuitas y Gizman había pagado con creces la suya.

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