domingo, 20 de agosto de 2017

Pecho blasonado.

Fueron tiempos de noches bandoleras, tiempos en los que tu y yo encontramos la forma de ir siempre al compás. Pero aquellos tiempos pasaron y ahora, son otras las palmas que te ponen a bailar.
Pero me da igual, porque era algo que siempre tuvimos muy claro los dos, yo no era el elegido para hacerte feliz y no sabes cuanto me alegro de tu buen ojo y tu acierto para encontrar al afortunado.
Y cada vez que te veo me regalas una sonrisa, un abrazo y, un recuerdo de aquellos tiempos donde "Los delincuentes" acompañaban nuestras andanzas y nuestras ganas de comernos la vida sin necesidad de protector gástrico alguno; en todo caso de un gin tonic digestivo y refrescante.
Siempre nos quedará Valladolid y siempre recordaré aquella semana del Teatro y las artes de calle en la que descubrimos que seríamos amigos el resto de nuestras vidas.
Tu eras preciosa, casi tan bonita como en la actualidad y yo era joven, casi tan joven como quisiera ser hoy. Recorrímos la ciudad de un lado a otro disfrutando de cuanto espectáculo encontramos a nuestro paso y participamos de ellos en la medida de lo posible.
Cientos de artistas llenaban las calles de esta ciudad condenada a vivir el eterno tópico de la frialdad y los extremos pero la nota de color más hermosa, la ponían las decenas de miles de personas que durante esa semana olvidaron que Valladolid era en realidad una ciudad de provincias en Castilla la vieja y, la convirtieron en la mezcla perfecta entre Granada y Barcelona, haciendo de la miscelánea y la fusión, un estandarte bajo el que desafiar a las huestes enemigas que siempre señalan con el dedo.
Yo tocaba el djembe, el cajón flamenco y la darbuka, sobre cualquier barra donde hacernos con una caña fresquita e incluso con un "cachi" de cerveza, con el que apagar el fuego del cansancio y engañar a las secuelas de más de una noche sin dormir.
Nos divertíamos de forma amable e inocente, haciendo de la música una seña de identidad y de la ilusión, la prenda con la que protegernos del sol de mayo que en esa ocasión, llegó más florido y hermoso que ningún otro año. Fuiste, eres y serás, la rosa más bonita y delicada que aromatiza los días grises con su fragancia.
Bailamos, reímos y bebimos hasta que el estómago nos advirtió de que debíamos arrojar algo al depósito, sino queríamos quedarnos tirados en medio del trayecto. Y entonces tuve la lucidez para generar sinergias entre tu y la mujer de los ojos más verdes que me han mirado nunca. Y nos invitó a comer con ella. Y durante unos minutos maravillosos, compartí mesa, delicias y cariño con dos de las almas que sé que siempre me enriqecerán, aportando cariño y fortaleza a la mía.
Con el café de media tarde tuve que decirte hasta luego, porque jamás te diré adiós. Me abrazaste y me besaste y en tus preciosos ojos azules pude descifrar el secreto para estar siempre juntos aunque nos separasen cientos de kilómetros, de circunstancias insalvables y de promesas de amor  eterno  entregadas a terceras personas.Era algo tan obvio que por unos segundos me maldije por no haberlo sabido ver a tiempo. Me querías y te quería, me quieres y te quiero pero de esa forma que nada tiene que ver con lo que abarrota salas de cine o páginas de novelas rosas. El nuestro es un amor que bebe de la fuente de la amistad más sincera. Han pasado más de quince años desde aquel T.A.C, muchas mujeres y demasiadas mentiras y decepciones pero tu y el afortunado hombre al que entregaste la porción más grande de tu corazón, habéis permanecido junto a mi en el interior de mi alma y, en esa especie de cajón de sastre en el que se ha convertido mi dañado cerebro. Os ganasteis vuestro lugar allí por derecho y cada vez que volvemos a cruzar las miradas, me obsequias con un recuerdo de aquellos divinos tiempos pasados.
Por eso tengo cada vez más claro que hay imágenes que no se pierden nunca, porque se graban a fuego con el hierro del sentimiento más profundo.
Dentro de mi pecho, llevo el escudo con vuestras iniciales blasonado con un sol en esmalte dorado sobre banda  verde esperanza.

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