martes, 14 de marzo de 2017

Valiente

Ser valiente no es solo cuestión de suerte.
Pero si lo ha sido conocer a una persona como ella, que me ha enseñado lo que significa la palabra valor y que con su día a día y la fuerza con la que afronta sus continuos ingresos y operaciones, me ratifica en lo que siempre he creído:para ser un héroe no hace falta rescatar a un niño de un incendio ni bajar un gatito de un árbol.
Esta mujer de la que os hablo, vive con esa espada de Damocles a la que conocemos como Esclerosis.
Es valiente, muy valiente y no lo es por sufrir esa enfermedad. Ella, como todos los que padecen esclerosis no lo pidió, simplemente le tocó en el rasca y gana de la vida. Ella es valiente porque decidió que ninguna dolencia le impediría ser feliz y hacer feliz al fruto de sus entrañas.
Luchó y peleó como una jabata para ser autónoma y no verse postrada en una silla de ruedas, aunque esa lucha le haya generado secuelas que le obligan a pasar por quirófano de vez en cuando, pero nunca pierde el optimismo ni la sonrisa.
Es valiente porque aún con todo lo que tiene que  batallar, descarga su dolor y su rabia a golpe de maza, tocando en un grupo de batukada y llevando el ritmo con el corazón, en vez de quedarse acurrucada en una esquinita lamentándose por su suerte.
Es una guerrera de la vida y cada mañana se pinta con esmero las pinturas de guerra y al hacerlo está dando el mejor de los ejemplos a su hija, que no sabe aún lo increíblemente afortunada que es por tener una madre como la que tiene.
Cariñosamente, me llamó una vez "compañero de fatigas", haciendo referencia a aquel accidente que me cambió la vida pero el conocerla, conocer más sobre su enfermedad y su lucha y ver de la pasta que esta hecha, me ha ayudado a correr un "estúpido" velo con mi pasado y a relegar lo vivido al arcón de lo que no ha de volver. Yo sí que tuve suerte y ese ha sido mi único mérito, el haber nacido con una gigantesca buena estrella. He sido un cobarde, porque aunque al principio luché y me esforcé para superar las secuelas, poco a poco fui cayendo en la autocompasión y el miedo y me abandoné a los cuidados de todos, delegando en mis seres queridos las batallas que nunca debieron luchar por mi, pero que sé que lo hicieron de mil amores y que si llegase de nuevo el caso volverían a hacerlo. Pero ya no. Se acabó. Basta ya de esconderme, de apartar la mirada y de vivir con miedo. Al hacerlo, le estoy faltando al respeto a mi amiga y a todas las personas que sufren a diario y que sin embargo, no se rinden y luchan.
Hace unos días vi "100 metros" y me impresionó tanto la historia de su protagonista, basada en hechos reales, que no pude evitar coger el móvil y decirle a mi amiga que aplaudo su lucha y su esfuerzo y que si hay algo en lo que pueda hacerle la vida más cómoda o más llevadera, solo tendrá que pegarme un silbidito.
Esto no se trata de llevarle munición o tabaco a la trinchera, sino de de abrazarle cuando cale la bayoneta y correr junto a ella sus cien metros al descubierto y bajo el fuego enemigo.
En mi entorno, no paro de encontrar ejemplos de superación y de alegría de vivir, de lucha y de valentía y eso me sobrecoge el alma y me demuestra que este juego es así, que no se reparten las mismas cartas a todos los jugadores y que sin embargo, hay muchos que ganan la partida jugando habilmente las que les han repartido, por malas que sean.
Este texto, que me estaba taladrando el pecho deseando salir con la fuerza de un géiser , es mi particular homenaje al espíritu guerrero de mi amiga y de todos los que danzan la danza de la guerra, al son de los tambores que retumban junto a la hoguera y cuyo eco, nos recuerda a los cobardes que mientras nosotros nos escondemos detrás del burladero, ellos cargan al galope contra sus problemas, con el cuchillo entre los dientes y el tomahawk en la mano.
Mi amiga es una princesa india, de bravo corazón y poderoso totem.
Disculpad mi osadía.

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