viernes, 23 de diciembre de 2016

El doblar más funesto



Es el de la campana con la que mi primo segundo, Edgar, se hizo enterrar, para que pudiesen oírlo en caso de que la catalepsia le hubiese jugado una mala pasada.
Cuando por avatares de la vida, hubo que exhumar su cadáver, al sacarlo del panteón familiar, se trasladó a un mausoleo particular y mi tía regaló a mi madre tan siniestro recuerdo. Desde entonces he conservado esa campanita de mano en el salón de mi casa, sobre el piano de cola que no se ha vuelto a tocar desde la muerte de mi esposa, hace más de tres años. Esta noche la campana no ha parado de sonar y al levantarme para asegurarme de que las campanadas no eran producto de mi imaginación, he encontrado a Edgar sentado en el sofá frente a la chimenea, con una copa de brandy en la mano derecha y la campana en la izquierda, haciéndola sonar mientras me sonreía burlón.
-Edgar. Imagino que eres tú. Eres la viva imagen del retrato que heredé de tus padres. –
Mi difunto primo se llevó la copa a la boca y de un único y largo trago, apuró el licor.
-Muy bien querido primito. Veo que eres un acertado fisonomista. No nos conocimos en su momento pero te he seguido los pasos. Me ha hecho ilusión que, en la familia, aunque fuese lejana, alguien decidiese seguir mis pasos. No escribes mal. Te falta algo de imaginación y te sobran recursos facilones, pero puede que llegues a alguna parte. No dejas de ser un Poe.-
-Y si no es indiscreción ¿podrías decirme a que debo el placer de tu visita? Imagino que no habrás vuelto del más allá solamente para deleitarme con tan demoledora crítica. –
-No seas susceptible, primito. Digamos que he venido para recordarte una promesa que has dejado sin cumplir y que está atormentando el descanso eterno de la que fue tu mujer. -
-¿Cómo dices? ¿Qué le pasa a Eleanor? - Aquella referencia a mi difunta esposa, me alcanzó el pecho como un disparo de fusil, haciéndome perder el equilibrio, por lo que tuve que agarrarme a una balda de la estantería más cercana, derribando varios libros por no caer al suelo de la impresión.
-Vamos, vamos, John. Ni te has inmutado al verme en el salón de tu casa a estas horas de la noche y ahora resulta que la sola mención de Eleanor casi termina contigo. Te recuerdo que poco antes de su muerte, le prometiste que tomarías lecciones de piano y cada doce de julio, día de vuestro aniversario, tocarías en su honor el vals que bailasteis en los esponsales. En lugar de cumplir tu promesa, te has dedicado en cuerpo y alma a tratar de ser escritor pero aunque te resulte duro oírlo, el talento de tu primo no lo has heredado genéticamente y sin embargo, tu esposa no descansa en paz.-
-Ha sido la inmensa pena que sufro desde su muerte, la que me ha impedido acercarme a las teclas del piano. -
- Bien. Ahora ya conoces las consecuencias de incumplir la promesa que se le hace a un moribundo en su lecho de muerte. Déjate de emborronar folio tras folio y en vez de aporrear la máquina de escribir, intenta obtener mejores resultados aporreando el teclado del piano. Créeme, no te arrepentirás. Y ahora si no te importa, me voy a retirar. No debí haberme servido esa copa de Brandy. Tienes que reconocer que tu gusto con el brandy es directamente proporcional a tu gusto literario. He fisgado tu librería y he visto demasiadas noveluchas y, por cierto, ningún libro mío. Un escritor no solo debe escribir diariamente, también tiene que leer mucho y a ser posible, lecturas de calidad. Adiós, John, cuídate mucho y búscate un buen profesor de piano. Eleanor te lo agradecerá. –
Sus últimas palabras se vieron amortiguadas por el ruido que hizo la campanita al caer al suelo y al recogerla y volver a colocarla sobre el polvoriento piano, me juré a mí mismo que lo antes posible buscaría un maestro que diese lecciones de piano a domicilio.



2 comentarios:

Óscar Lobete dijo...

Me siento muy honrado, no tengo palabras de agradecimiento.

lacantudo dijo...

El honor es mio, Oscar. Compartir escenario contigo ha sido un verdadero lujo y una experiencia maravillosa. Y las que nos quedan.