viernes, 18 de noviembre de 2016

Soledad

Cerró los ojos antes de besarla y sintió el suave contacto de sus labios durante apenas un segundo. En ese preciso instante, una luz intensa se apoderó de todo y al abrir los ojos comprendió que ya era de día y que todo había sido un sueño. Otro sueño.
Ella había muerto tiempo atrás. Muerta. Aún no conseguía explicarse el porqué de todo aquello, más allá de su terrible ausencia durante los meses que la mantuvieron conectada a una máquina, viviendo artificialmente. Ahora su único contacto se producía a través de los sueños y por desgracia, eran encuentros difíciles de controlar donde apenas podía decirle todo lo que quería haberle dicho en vida.
Aprendió a no maldecir el alba. La salida del sol y la luz que entraba por su ventana, le comunicaban que comenzaba otro día en el que poder echarla de menos, otro día en el que masticaría el dolor y lo tragaría despacito, acompañado por lágrimas y maldiciones. No obstante al fin comprendió que aunque a veces le doliese estar vivo, debía vivir por ella y tratar de conseguir que la vida tuviese sentido, más allá de la nostalgía y la pena.
Su fe se había tambaleado y estuvo a punto de caer, pues no entendía porqué un Dios que es amor y misericordia, se la había arrebatado en la flor de la vida. Los caminos del Señor son inescrutables, se empeñaban en repetirle. Y tanto. Los caminos del Señor deben estar cortados al tráfico por obras.
La primera noche que soñó con ella, alcanzó la revelación y supo que con la muerte de una persona tan especial, tan hermosa y tan delicada, Dios les estaba indicando que esta vida no es más que un trámite y que la vida real, llega cuando alcanzamos el conocimiento y nos despojamos de las impurezas con las que nacemos en este valle de lágrimas.
Aquella primera noche, le ayudó a seguir adelante pero era un consuelo que distaba mucho de compensar la ausencia de su piel, de su sonrisa, de su fragancia. 
En este último encuentro entre las brumas del inconsciente, antes de besarlo, ella le había pedido que fuese valiente, que no se rindiese nunca, que pelease por todo y contra todos si fuera preciso. Le dijo que en determinadas ocasiones, el fin justifica los medios y que el fin, era volver a estar juntos y decirse todo lo que no se habían dicho en el pasado.  Él acepto y prometió poner todo su empeño en alcanzar la meta, pues la recompensa prometida  le iba a satisfacer por cualquier cosa que perdiese en su lucha.
En esta dimensión, en este plano, ella ya no estaba pero él sabia que desde el lugar donde le espera, ella le envía todo su cariño, y  le cuida. Le había costado mucho tiempo pero ahora ya era capaz de sonreír y de disfrutar de su vida sin ella, de su soledad. Una soledad ficticia porque ella siempre estaría a su lado, aunque no pudiese verla.

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