viernes, 11 de noviembre de 2016

Milagro de primavera que gusta ser otoño

Los versos de Machado me han acompañado desde que era muy pequeño. Mi padre utilizó este poema de Machado cantado por Serrat, para explicarme lo que era la melena de campana, la lanza de carro y el yugo de carreta. Quizás por eso siempre lo he tenido tanto cariño. Mi padre era un hombre tan práctico como culto y acostumbraba a utilizar el legado de los más brillantes escritores para transmitirme conocimientos. Recuerdo con mucho cariño también los consejos de Polonio a Laertes en Macbeth, que mi padre me recitó como lecciones de vida. Son unos consejos atemporales y muy precisos. Siempre le agradeceré su exquisita pedagogía.
Por ello mi corazón espera, también hacia la luz y hacia la ida, otro milagro de la primavera.
Y ese milagro ha llegado con las lluvias de abril y el sol de mayo, cuando estaba a punto de agostarme en mi colina. Con la mirada más franca que me ha mirado nunca y con  unos preciosos labios, que se han abierto para pronunciar con precisión de cirujano las palabras que necesitaba escuchar mi tronco viejo y seco,podrido y en su mitad hendido por un rayo. Gracias a ese milagro de primavera que gusta ser otoño,algunas hojas verdes, por fin me han salido.
Hay personas que misteriosamente y sin pretenderlo sanan almas con su sola presencia, con el regalo de su amistad y con su comprensión absoluta. Te mecen entre sus brazos y te acunan entre los pliegues de su alma, para que estés calentito y no te mate la helada de esa fría noche soriana que lo cubre a veces todo. Hay personas capaces de vacunarte con un beso contra millones de males, capaces de suministrar con su risa el antídoto a los venenos más mortíferos y capaces de cauterizar las más horribles heridas con una sola caricia.
A veces me escondo en bosques de metáforas, porque soy consciente de lo vulgar de mi tronco carcomido y polvoriento y pienso que alguien tan bello, que luce semejantes ramas verdecidas, saldrá corriendo al verme. Pero no. En vez de huir, me ha ayudado a limpiar el musgo amarillento que me lamía la corteza y me ha devuelto la ilusión y la fe en la vida.
A veces, el destino te compensa de todas las noches sin dormir y de todas las lágrimas vertidas, poniendo en tu camino a uno de estos seres de luz a los que hemos aprendido a llamar hadas o ángeles, dependiendo de nuestras creencias.
El leñador me derribó una vez con su hacha pero gracias a la aparición de este ángel en mi universo, no voy a arder en el fuego del hogar de ninguna mísera caseta y,  antes de que llegue el día en el que el río hasta el mar me empuje por valles y barrancos, anotaré en mi libreta estos versos de mi propia cosecha.

Me iluminaste el futuro, con la luz de tu mirada,
Orgullosa de mostrar sin miedo al mundo, tu naturaleza alada,
Ni siquiera te soñé danzando tan hermosa danza,
Inspirándome al hacerlo, cariño y esperanza.
Cuando se agote mi plazo y venga a buscarme la muerte,
Antes de partir juraré que ni aún así, podré dejar de quererte, 

Ahora tan solo debo agradecer que me haya curado las raíces y esperar a que me vuelva a deleitar con la  primavera de sus ojos , y me regale los colores de ese otoño concebido para el amor.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Precioso...
Realmente precioso...
Zeroide

lacantudo dijo...

Gracias Zeroide.
Esta entrada mezcla muchas de las cosas que amo, como el recuerdo de mi padre, los versos de Machado, la música de Serrat y la presencia de mi amiga Mónica, que me lo inspiró. Si te fijas, el poema que contiene a entrada, es acróstico y en él se puede leer a quien está dedicado este texo.
Además ella se apellida Del Olmo y en una ocasión, me dijo que le encantaba el otoño, la luz y los colores otoñales.
Con Mónica he aprendido a que se puede amar a una mujer, sin necesidad de confundir las cosas ni de pretender más que compartir la felicidad, los mometos duros y la vida. Sin contacto físico más allá de un abrazo o un beso y sin sentimiento de posesión ni pertenencia. lo que viene siendo una verdadera amistad o el amor, según El rincipito