martes, 27 de septiembre de 2016

El más simpático de su pandilla.

Aflojándose el nudo de la corbata para poder tragar mejor, pidió otro escocés con hielo, que también apuró de un trago, como los tres anteriores.
Marcos echó un vistazo rápido a su alrededor y tras cerciorarse de que ella no lo había seguido hasta allí, reparó en su imagen reflejada en el gran espejo tras la barra del bar. Había adelgazado mucho, siempre había sido un tipo delgado pero las últimas experiencias vividas, le habían devorado la poca carne que tenía. La gomina que hacía que su negro cabello, se mantuviese tirante hacía atrás en su cabeza, le daba cierto brillo plateado a su cuero cabelludo. El traje negro de corte italiano, aportaba algo de elegancia a su desgarbada figura. Su más de metro noventa, de huesos recubiertos por cicatrices y tatuajes tribales a lo largo de gran parte de su piel morena, llamaba poderosamente la atención de la camarera del bar de la estación de ferrocarril, donde apenas había media docena de clientes que le prestaban toda la atención a la pantalla gigante donde se retransmitía en directo el partido de cuartos de final del Roland Garrós, que enfrentaba a Nadal contra Yokovich. El manacorí de enorme sonrisa, estaba ganando cómodamente al jugador serbio que parecía tomarse más interés en salir bien en plano que en devolver las bolas.
Marcos se dio cuenta de que la pernera izquierda de su pantalón, dejaba al descubierto parte de la empuñadura del cuchillo que ocultaba dentro de la bota de piel.
¡Qué tiempos aquellos en los que se podía fumar en todas partes! Por un momento dudó entre otro lingotazo o salir a fumar un pitillo. Optó por otro whisky de malta y aprovechando una fugaz visita al cuarto de baño, fumó media docena de caladas de un Marlboro light que extrajo del bolsillo interior de su chaqueta. Antes de volver a la barra, recompuso su atuendo y ocultó la blanca empuñadura de marfil que delataba el cuchillo que llevaba en su bota izquierda.
Estaba casi seguro de que la había matado. Apenas tuvo tiempo para informarse de los horarios del AVE a Madrid, ponerse el primer traje que encontró en el armario y coger documentación y algo de efectivo, antes de abandonar su casa tras haberla apuñalado.
No estaba seguro de haberlo hecho en un arrebato, comenzaba a sospechar que de alguna manera había sido algo premeditado. Por un lado el llevar el arma encima, él, que era un honrado y pacífico director de hotel y por otro haberla llevado hasta el extremo de perder los nervios y soltar el primer golpe cosa esta que sabía no le costaría lo más mínimo, dado su violento y agresivo carácter) reforzaban la teoría de la ´premeditación. La odiaba. No quería verla más pero lo que si que era cierto es que al provocarla no buscaba aquello, sino que desapareciese de su vida de una vez por todas. Ya le había jodido bastante, ya le había arruinado la vida lo suficiente cómo para además destrozarle el futuro con una condena por asesinato.
Ella era lo que comúnmente se entiende por una "mala pécora" y no era solamente su opinión, su entorno social y familiar le daba la razón al conocer la verdadera  forma de ser, de aquella morenita con rostro y comportamiento de mosquita muerta, cuando realmente era lo más parecido a un demonio babilónico.
Mientras le atravesaba el pecho con el cuchillo, buscando el corazón, sonrió al pensar que seguramente no tuviese nada allí y aquella mujer únicamente respirase y viviese, por algún tipo de magia negra. Había sido completamente cruel con él.Le había minado la auto estima, le había arrebatado su hombría y su orgullo, convirtiéndolo en una suerte de muñeco de trapo que existía solamente para satisfacer sus caprichos, sus deseos y sus necesidades y antojos. Al principio llego a convencerlo de que se había enamorado de él y de que lo que sentía era amor verdadero. Lo hizo muy bien. Consiguió disimular su verdadera naturaleza hasta que él, inocente y enamoradizo corderito, comenzó a quererla. Después, cuando ya lo tenía agarrado por los huevos, descubrió sus cartas.
Marcos había soportado lo indecible y se había encerrado a llorar a escondidas en el sótano de su casa, maldiciendo el amor y su mala fortuna con las mujeres, hasta que llegó un día en el que decidió que cualquier cosa, incluso la muerte o una cadena perpetua en la prisión más siniestra, merecerían la pena con tal de no volver a verla. No quería verla más.
Al terminar el partido de tenis, la camarera hizo zaping y se detuvo a petición de uno de los clientes, en el informativo nacional de la cadena pública. Un gran titular anunciaba la muerte por heridas de arma blanca a manos de su pareja, de otra víctima de la violencia de género, esta vez en Valladolid. Su novio, el presunto asesino, se había dado a la fuga y se encontraba en búsqueda y captura.
Al ver la foto en pantalla del presunto asesino, la camarera se dio la vuelta sobresaltada, justo para presenciar como el hombre de ojos tristes que se había bebido unos cuantos whiskis de a cojón de mico la botella, sacaba un cuchillo de su bota y derramando una única pero inmensa lágrima, se lo hundió muy despacito en el pecho, a la altura del corazón, cayendo desplomado en el acto sobre la barra. Al parecer su corazón no aguantó más puñaladas, al igual que su piel, estaba plagado de cicatrices, de las que le dejaron las mujeres a las que había amado a lo largo de su vida. Al hacerle la autopsía, el forense certificó que las cicatrices por todo su cuerpo se debía a una conducta auto lesiva, típica de los maniacos depresivos.
Marcos en su juventud había sido una persona alegre. El más simpático de la pandilla, hasta que sufrió su primer desengaño amoroso, del que jamás llegó a recuperarse.

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