viernes, 19 de agosto de 2016

Lo que diga un juez

Su abogado le aconsejó ir lo más tranquilo posible a la vista sobre el divorcio.Esta es la segunda vez que va a tener que supeditar su falta de acierto en el amor, a lo que dictamine un juez, porque además de tropezar dos veces con la misma piedra, Iván se mortifica pensando que habrá que dividir el fruto del esfuerzo diario de ambos. Siempre estuvo enfocado a un sueño común, a unos planes de futuro en común y a una vida en común. O eso es lo que había sido tan imbécil de creer desde la primera vez que sus labios se encontraron.
Ahora hay que cuantificar el amor, la pasión,  la traición, el amplio abanico de mentiras y hay que añadir los ceros correspondientes a la cifra que marcará el precio del fin de sus ilusiones. Para lo demás, Mastercard.
No le culpa a ella, no es tan idiota como para proyectar su frustración sobre la persona que supo aprovecharse de sus debilidades. Se culpa a si mismo por haber vuelto a repetir esquemas, confiando ciegamente en los dictados de su pecho y subyugando su existencia a los deseos de una mujer.
Siempre fue un romántico empedernido, pero eso no le sirve de excusa ni de justificación a la hora de comprobar el saldo de la cuenta de su felicidad, de nuevo en números rojos.
Dicen que no hay dos sin tres, pero para Iván ha sido más que suficiente y no volverá a tropezar con la misma piedra por vez tercera. A la tercera va la vencida y teme que eso conlleve el rechazo completo al sentimiento que le hizo comprender la realidad de la vida. Aunque esa realidad duele demasiado, ya ha entendido que es lo único que le hace sentirse vivo. Pero ya no se expondrá de nuevo a las flechas del angelote puñetero que se empeña en destrozarle el alma. Mejor solo que mal acompañado.
La casa, el coche, el apartamento en la playa, los pocos ahorros que conservan en la cuenta de la que ambos son titulares. El juez dictaminará como repartirlo aunque por él, se lo puede llevar todo, igual que se ha llevado su dignidad y su hombría.
Da gracias a Dios por no tener hijos, no los tuvo en su anterior matrimonio y tampoco llegaron en este que ahora está más que finiquitado. Los hijos son maravillosos, pero también son los que suelen pagar muy caro la falta de acierto de sus progenitores.
Al entrar en el juzgado y pasar por el arco de seguridad que controla un Guardia Civil de uniforme, vacía sus bolsillos en una bandeja de plástico y se estremece al contemplar el llavero que ella le regaló cuando estrenaron la residencia familiar. Familiar. Ese adjetivo no era el correcto para definir su vivienda. Con el tiempo su lecho fue ocupado por alguien completamente ajeno a la familia y ella renunció a todo lo que lleva aparejada esa palabra. No se logra pertenecer a una familia con el solo acto de firmar un papel en el notario, hay que aportar al menos la voluntad sincera de compartir la alegría y el dolor, la pobreza y la riqueza, la salud y la enfermedad, hasta que la muerte y no un juzgado, la separe. Iván ya ha entendido que él fue el único culpable de que ella desease a otro ocupando su lugar en la cama.
Será mejor que esto termine cuanto antes. 
El juez solamente recoge y certifica el acuerdo amistoso que entregan los abogados de ambos cónyuges que han conseguido llegar a un acuerdo razonable, tras haber comenzado el proceso de lo que parecía un duro divorcio. Iván ha cedido, ignorando las recomendación de su abogado, sus amigos y sus padres. Nadie entiende que hay batallas que es mejor no librar y que a enemigo que huye, puente de plata. Una retirada a tiempo es una victoria y por lo menos, conservará intactas las pocas fuerzas que le quedan aunque no piense emplearlas en volver a intentarlo. No volverá a tropezar con una piedra en forma de corazón ni con un corazón duro como una piedra.

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