martes, 23 de agosto de 2016

El laberinto

El laberinto en el que estoy atrapado solo tiene una salida y hace ya tiempo que la encontré, pero no me atreví a cruzar esa puerta y desde entonces estoy dando vueltas y más vueltas.
Me alimento de sueños rotos y bebo mis propias lágrimas.  No enfermo, no sangro, no soy capaz de morir y vivir me produce demasiada angustia.
En el laberinto en el que estoy atrapado no brilla el sol ni hay una luna que altere las mareas del océano de dolor, que lo terminará convirtiendo en una diminuta isla en el archipiélago de las almas grises. Tampoco hay estrellas. Nada brilla en este laberinto. Ni siquiera tus ojos brillan en él, estoy solo aquí.
Durante mucho tiempo creí que cuando encontrase la salida, ´la pesadilla habría terminado pero lejos de eso, enfrentarme al reto de cruzar la puerta que me hará libre, se ha convertido en el más terrorífico de los sueños. 
He aprendido a contar los pasos que tardo en recorrer el sendero y cuando llego al final, comienzo de nuevo. Hay muchas trampas en este laberinto, demasiadas. Trampas en las que si caes, crees ser feliz pero de repente la más oscura de las sombras te atenaza el corazón y vuelves otra vez al punto de partida, respirando miseria y masticando la derrota.
Soy libre de salir, es sencillo, solo debo asumir que he encontrado la vía de escape y renunciar a la esperanza de verte al otro lado. Tu ya no estarás allí, no me esperarás en ninguna parte. Nuestros caminos se separaron el día que decidí entrar en el laberinto a buscar ese sueño que se te escapó al soñarlo en voz alta y cayó aquí dentro. Era tu sueño, no el mio, aunque me obcequé en conseguirlo para ti y estúpidamente pensé que si era capaz de recuperarlo y entregártelo, me amarías para siempre. Durante años de camino, soñé con volver a ti y ser de nuevo aquel que se alimentaba de tu sonrisa pero al encontrar la salida supe que ya no estarías a mi lado, que aquel sueño que se te escapó, te importaba una mierda, lo mismo que yo y que tu sonrisa, ya tenía quien la disfrutase cada noche.
Puede que mañana, cuando alcance una vez más la salida, me decida a cruzarla. Puede que del otro lado ya no estés tú, pero habrá otros corazones por conocer y ante los que sucumbir. No me atrevo, no sé si tendré fuerzas para conocer un nuevo laberinto. No sé si seré capaz de volver a caminar durante tantas noches buscando la salida de un lugar donde no debería plantearme siquiera el entrar. 
La vida son laberintos y hay que estar preparado para desquiciarse buscando la salida, arriesgándolo todo. Perder es una opción tan válida como ganar, de hecho es la opción que todos elegimos, sin darnos cuenta.
El paisajista que diseña los laberintos es un verdadero genio que juega con el tiempo y convierte las curvas de los sentimientos más nobles, en lineas rectas, que son la distancia más corta entre los dos únicos puntos que existen en la voluntad humana y que lo rigen todo: la desesperación y la esperanza. Entre esos dos puntos puede que vuelva a encontrarte, o puede que no. En cualquier caso, estaré fuera del laberinto.

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