sábado, 23 de julio de 2016

Payaso 2 (Las miserias del payaso)

La policía lo detuvo pocos años después de haberse instalado en Merlburne, donde se labró una gran reputación tras su llegada de España.
El suyo fue un caso terriblemente mediático. Es lo que tienen los payasos, atraen a las cámaras...y más cuando cometen errores como los suyos.
Tanto tiempo conteniendo sus impulsos y confundiendo el cariño por los niños, con otras cosas, lo llevó a una celda en la prisión australiana, mientas la embajada de España agilizaba la extradición a la península, gracias a los hilos que movió su padre. Pero fue demasiado tarde. Cundo se corrió el rumor por la penitenciaría, de los cargos de los que se le habían acusado, los presos ejercieron de jueces y de verdugos y tras violarlo salvajemente en las duchas, le dieron tal paliza que lo enviaron en coma a la enfermería de la prisión, desde donde le trasladaron rápidamente al hospital general. 
Al conocer la noticia, su madre sufrió un ataque al corazón y su padre envió a sus abogados en el jet privado, para que fuesen tramitando las correspondientes denuncias, en lo que él dejaba las cosas atadas en España y podía trasladarse allí. Cuando supo que su hijo había sido detenido por abusos deshonestos y pederastia, simplemente lo eliminó del testamento y se prometió que conseguiría limpiar el baldón de su expediente.
Al parecer, aquel payaso de gran corazón y mirada tierna, aprovechaba la confianza de muchos de los padres de las niñas de las fiestas donde era contratado, para tocarlas a escondidas, allí donde ningún hombre adulto debería tocar nunca a una niña. No contento con aquellos tocamientos,pedía que lo tocasen también a él, como si fuese un juego secreto y utilizaba la cámara de su teléfono móvil de última generación, para sacarles fotos comprometidas, que almacenaba en el disco duro de su ordenador, en una carpeta con el nombre de  " princesitas".
Durante su periodo de estado comatoso, la mente del payaso, le torturó hasta la saciedad con las más terroríficas imágenes. En ellas, un payaso diabólico hacía llorar a una niña pequeña, a la que obligaba a desnudarse y a masturbarlo, golpeándola en la cabeza con su trompeta, cuando la pequeña se negaba a sus pretensiones. Golpeaba a la inocente criaturita con tal saña, que la sangre que manaba sus heridas se confundía con la pintura de la enorme sonrisa del payaso.
No quería despertar, no quería volver a la realidad, no quería enfrentarse a sus demonios ni a las consecuencias de sus actos. El siempre creyó que lo que hacía era darles amor a esas niñas, que las acariciaba con ternura porque era el único que podía reconocer lo inmaculado de sus espíritus sin corromper por la sociedad actual. Que las amaba como nadie, ni siquiera sus padres, sabían amarlas.
Ahora, durante su particular viaje por el infierno de la razón, comprendió cuan equivocado estaba.
Una mañana de abril, para su desgracia y para el horror de su padre, despertó.
Dos meses después abandonó el hospital, en un coche patrulla y tuvo que escuchar los insultos de los cientos de payasos, que se congregaron en la puerta del centro médico, para escupirle su repulsa y gritarle el daño que había hecho a un colectivo, diametralmente opuesto a sus asquerosos actos.

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