jueves, 10 de marzo de 2016

La carta por escribir

Desesperado ante la impotencia de no encontrar las palabras precisas, rompí el folio en mil pedacitos y arrojé aquellas torpes frases de amor desmenuzadas por la rabia a la chimenea. Coloqué otro folio en blanco sobre el escritorio, me serví un café solo con una sacarina y un chorrito de armañác y me dispuse a encontrar los términos adecuados para escribirte lo que aloja mi alma.
Para acompañar la inspiración necesaria, el equipo de música del salón comenzó a reproducir un cd de Carlos Gardel, quizás uno de los mejores cronistas del amor y el desamor.
Encabecé la misiva como me enseñaron en el colegio, con mi nombre y apellidos y la fecha del día y me lancé a ello:

Valladolid 10/03/2016                                                    Juan Pizarro Nogués


La noche que me quieras,
todas las estrellas del cielo celosas, nos mirarán pasar y comentarán cuchicheando entre ellas que jamás han visto a un hombre tan enamorado.
El día que me quieras lo marcaré en mi calendario como el día más feliz de mi historia y no lo olvidaré nunca porque señalará un antes y un despues en mi vida.
Aún a pesar de todo lo vivido creo en el amor, creo en ti y creo en las huellas que tus labios han dejado sobre mi piel. Creo en el amor epistolar, que supera cualquier distancia y no se arredra ante la dificultad de los kilómetros que nos separan.
La rosa que engalana se vestirá de fiesta con su mejor color pero no conseguira estar tan hermosa como tu. No habrá más que armonia, será clara la auror...

De un manotazo arrojo los restos del café sobre el folio al lanzar la taza contra la pared. Me levanto enfurecido y comprendo que lo que estoy haciendo es plagiar la letra de la canción de aquel famoso rápsoda, que acompañado por la voz de Nacha Guevara, se estaba adueñando de mi cerebro con cada compás.
Horrorizado descubro que estoy quemando de uno en uno todos los folios del paquete, que llevo más de seis horas tratando de decirte lo muchísimo que te quiero y que no soy capaz de transcribirlo al papel.
Desesperado por tamaña frustración, amartillo el revólver que me coloco en la sien presa de la histeria pero entonces sucede el miagro y suena el timbre de la puerta. Guardo el arma en el cajón de la mesa de donde no debía de haber salido nunca y me dispongo a abrir preguntándome quien osará molestarme un domingo a mediodia y al tirar hacia a mi del picaporte con una palabra de reproche en los labios con la que recibir al inoportuno visitante, me encuentro de frente con tu sonrisa y con tus ojos llenos de ilusión. 
Tu inesperada visita me ha salvado del desatre una vez más y sé que cuando tras marcharte dentro de unos días, vuelva a sentarme ante un folio en blanco, comenzaré la carta con un sencillo "a ti, que te debo la vida"

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