domingo, 6 de diciembre de 2015

Adicto

a poner por escrito cuanto me remueve el alma. Al subidón de reflejar en negro sobre blanco aquello a lo que no le encuentro el verdadero sentido en un principio pero que termino comprendiendo con la jeringuilla del ordenador detenido en standby frente a mi.
Me emborracho con figuras literarias destiladas en un alambique de emociones y vomito el exceso de tragos a escondidas.
Sufro una sobredosis de metáforas tal, que soy practicamente incapaz de llamar a las cosas por su nombre y aunque a veces me chuto con cualquier metáfora "impura", cuando me hago con un cargamento de metáforas "puras" me desato y organizo un tremendo fiestón alegórico en mi cabeza.
Con mucho cuidado quemo cada dosis sobre el albal de mis textos o en una cucharilla donde las mezclo con lágrimas para potenciar su efecto y al apretar la goma en mi brazo buscando identificar lo antes posible la vena adecuada, sé que la droga llegará a mi alma por un torrente sanguíneo intoxicado al completo por todo lo que hubiera querido decir en su momento y no supe y por tanto que he callado, que se pudrió en mi interior corrompiendo la calidad de mis escritos y llevándome a la perdida de la razón que es el "viaje" más siniestro.
En pleno éxtasis olvido la importancia de puntos y comas para evitar desbocarme cómo un potro  y en demasiadas ocasiones, al estar drogado con términos irreales que se confunden con los reales, corro el riesgo de ahogarme en cada frase.
He tratado de ponerme a salvo, de limpiar mi mente, de salir de esto.
El sudor y los mareos me han acompañado durante el síndrome de abstinencia y ya me he demostrado que esta adicción es muy poderosa y por supuesto mucho más fuerte que yo.
He probado con la metadona de algunos autores que debería contener mi ansía pero por el contrario leer cómo sustituto de otras sustancias, lejos de ayudarme, casi me destruye.
He esnifado aliteraciones y me he inyectado hipérbaton cuando he tenido la ocasión, pensando que podrían aliviar el sufrimiento pero no ha servido de nada.
Necesito escribir y ahora que estoy en tratamiento y me he puesto en manos de profesionales, sé que seré el eterno yonki de la literatura.
Bendita adicción.
El mejor producto se puede encontrar en muy diversos estilos y hay poemas que te dan el mismo subidón que un buen ensayo o las mejores novelas pero ya me han explicado mis terapeutas que a lo que soy verdaderamente adicto es a crear mis propias historias, aunque no sean de una pureza ni con mucho tan elevada como las que escriben otros.
Estoy trabajando muy duro en una nueva novela donde trato de volcar lo que me desborda pero aún así, cuando tras guardar los cambios y progresos,cierro el archivo y me concedo un descanso, a los pocos minutos debo prepararme otro chute en forma de entrada de este blog.
No puedo curarme, no concibo una vida sin ello y si existe esa vida, no quiero vivirla.
Quiero conseguir el mejor producto, ese en el que pueda  decirle con las más hermosas palabras a la persona que quiero, lo terriblemente insoportable de ese amor no correspondido y lo absurdamente necesario de su cotidiana indiferencia.
Quiero aprender a abstraerme de mi mismo durante cada "cuelgue" y, como los fumadores de opio, tumbarme sobre un mullido lecho donde poder sonreír con la mirada perdida y soñar que las cosas van a salir siempre como yo quiero, consiguiendo el entramado perfecto entre sucesos y personajes para la obra cumbre que llevo años persiguiendo y que corre mucho más que yo.
No me importa si esa obra cumbre es una novela póstuma, el caso es que algún día quisiera alcanzarla aunque sea en la antesala de la muerte.




 



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