domingo, 6 de septiembre de 2015

Hasta que baje el telón por última vez.

Trató de enjugar sus lágrimas al tomar la firme decisión de que el espectáculo debería continuar.
Sabia que iba a serle muy difícil lograr devolver la sonrisa a su expresión pero su público se lo merecía.
Aquella mujer fue durante décadas su perfecta compañera de reparto, la actriz que le daba sentido a la obra, la madre de sus hijos y la abuela de sus nietos.
No concebía salir a escena sin ella. Durante demasiadas temporadas habían sido las estrellas de aquel teatro peleando por mantener la función en cartel contra viento y marea, superando crisis, reformas estructurales y el maldito IVA cultural. 
Al llevársela  de repente aquella enfermedad que siempre fue una espada de Damocles (pues ambos sabían que en cualquier momento el acomodador echaría el cierre a la sala) aquel actor sintió que su mundo se derrumbaba y hubiera querido acompañarla para formar parte de la troupe del más allá pero aún no era su momento y aunque se había tenido que presentar a varios castings, siempre le habían rechazado.
El libreto de su espectáculo dificilmente podría adaptarlo para sacarlo en solitario y aunque el público fiel y los críticos le dijeron que podría conseguir tantos éxitos como con ella, no se atrevía a volver a pisar el escenario.
Al ver como sus hijos arreglaban a los nietos para acudir a por las entradas de aquella noche, decidió tomar la decisión de seguir adelante.
Habían construido aquella obra juntos y ahora era su responsabilidad el que no decayese la calidad y mantener al equipo técnico que dependía por completo de su esfuerzo.
Planchó con esmero el chaqué, lustro los negros zapatos y seleccionó un sombrero para la función.
Al llegar a camerinos sintió que su vida se había ido con ella pero sabedor de que tuvo la inmersa fortuna de que expirara en sus brazos y diciendo su nombre, el actor hizo de tripas corazón y sacó fuerzas de flaqueza.
Malditas las ganas de cantar y bailar las suyas pero debería hacer el titánico esfuerzo de cantar sin el acompañamiento de su voz (magistral en los coros) y claquear el doble de rápido para evitar los silencios.
Se habían querido tanto que ahora todo estaba vació sin ella.
Nunca dejaría de amarla y sabía que allí donde estuviera, estaría pendiente de su actuación y haría de "cla" iniciado los aplausos y la ovación al finalizar cada pase.
Al término de la función de aquella noche sonrió a sus familiares y saludó con una lágrima asomando desobediente e incontrolable.
The show must go on.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Precioso.

lacantudo dijo...

No tan bonito como su espectáculo al que asistí cada día, ensayos incluidos.