jueves, 1 de enero de 2015

De ojos verdes y copitas de Jerez.



 No he podido evitar trabajar sobre este relato que publiqué hará poco más de dos años bajo el título de "Cantando por diversos palos"
Creo que no ha perdido fuerza con el tiempo, al contrario, casi me gusta más ahora que antaño, pero necesitaba algunos retoques.
Ahí os lo dejo, a ver si os gusta tanto como a mi o me he excedido con la "remasterización".


Sentado en la mesa más apartada, en el rincón más oscuro de la taberna más ajada de la ciudad, no pudo evitar recordar sus preciosos ojos verdes al apurar la copa.
Es consciente de que esta es la única manera de rescatarla del pasado, de compartir con su recuerdo un último beso, un brandy, media docena de palabras de amor y otra copa de Jerez.
Y es que el tiempo pasa tan deprisa como el resto de las cosas buenas de la vida, cercenando las ilusiones con su guadaña mellada de días perdidos, de noches que malgastó con otras mujeres, de dolor y de tardes de oro y grana.
Cincuenta años atrás, ella se casó con otro, destrozando por completo el corazón de aquel joven torero .
Desde aquél día decidió arrimarse más que nunca a las astas de los morlacos suplicando una  pronta muerte en el albero, pero ni Dios ni el toro le concedieron el alivio de la sangre.
Hoy, la guitarra sigue sonando flamenca, por peteneras de alcohol y llanto.
Su voz, quebrada por el exceso de vino y la amargura, hace de él, el espontáneo más triste y nostálgico del cante jondo.
Hoy vuelve a brindar por ella como cada noche, y entre las cicatrices que adornan el cuerpo del torero, sangra aún y más que nunca, la que aquella mujer le dejó al partir.
Esta cicatriz dibuja perfectamente la trayectoria de la herida, que ocupa todo su pecho, de lado a lado..

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