sábado, 3 de enero de 2015

Cuentos

La vida sigue en Nunca jamás.
Peter no deja que pase un día sin sentarse con las rodillas cruzadas a escribir en su agenda las experiencias del día en forma de cuentecito o de relato, se ha acostumbrado a hacerlo y disfruta cambiando los finales a la realidad de su vida.
La fantasía se extiende por toda aquella tierra mágica y lógicamente se refleja en los textos de Peter.
Lia le ha invitado a dar un paseo porque ya se encuentra mejor y se levantó de la cama esta mañana.
Cuando Findi, el hada que le transmitió el mensaje de Lia le comunicó aquello, Peter no cabía en si de gozo.De hecho habían quedado en que Peter la recogeria en su casa al caer el sol, pero aún n había oscurecido aún y Peter llamó a la puerta de la joven hadita rubia.
Para sorpresa de Peter, Lia se encontraba atareada en un cuento, puesto que como le explico en el acto, ella escribía desde hacía muchos años y de hecho era el motivo de su existencia, ya que debía escribir cada semana un cuento para que los niños no dejaran de soñar con un mundo más hermoso y donde todo fuera posible.
Peter ocultó que él escribía desde hacía relativamente poco y además todo lo que escribía estaba fundamentado en sus propias experiencias, por lo que no creía que los niños allá abajo pudieran tener el más mínimo interés por sus textos.
Lia le permitió leer el cuento al terminarlo y Peter se quedó impresionado por la belleza de aquel texto y por la imaginación que Lia había empleado en escribir la historia de un niño que tras perder a sus padres, encuentra la felicidad y el amor en una manada de lobos del bosque cercano a su casa.
Aquella muchachita no dejaba de sorprenderle y Peter se sintió aún más pequeñito frente a ella.
Ese hada era perfecta, un compendio de los deseos de muchos niños y niñas que soñaban esas cualidades y habilidades, ser tan hermosa y tan lista, poder volar y escribir así de bien, era lo que había heredado Lia de los sueños de muchos pequeñines allá en el mundo real.
Una bella melodía comenzó a sonar en el momento en el que terminó su lectura y aunque buscó el equipo de música, se percató de que sentada al piano que había en el salón contiguo, otro hada tocaba con mucho sentimiento.
Aquella era el hada Amel, el hada de la música, un hada que siempre amenizaba las fiestas de cumpleaños de los niños perdidos, incluso de los cumpleaños de los piratas de la tripulación del barco de Garfio.
Entonces Lia le tomó de la mano y juntos abandonaron la casa y comenzaron a volar.
No tenían un destino fijo, pero Peter sabía que iría al fin del mundo con ella, incluso la acompañaría a una vida normal.
Por suerte para él no hizo falta llegar a tanto, Lia se detuvo junto al poblado indio y se sentó a contemplar la danza de la tribu en torno a la hoguera central del campamento.
Es genial vivir en Nunca Jamás, pensó Peter y sintió como le sonreía el corazón.

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