domingo, 2 de noviembre de 2014

Como un cachorrito

La verdad es que es del todo metafórico, ya que de repente me he convertido en un cuarentón, y yo con estos pelos.
Pero me enseñaron que es de bien nacidos ser agradecidos y como este blog sirve también para transmitir lo que a veces no se decir de mejor forma y además se que eres lectora asidua, te has ganado por derecho tu hueco en la Espinilla, "Teté".
Nos conocemos desde hace años y sabía de tus habilidades como fisioterapeuta, dado que rescataste al bueno de Isidoro de las secuelas de aquel ictus y nada hay que decir de los progresos del bueno de mi amigo Curi, a la vista están, por eso cuando te presentaste en casa de mis padres para hacerte cargo de mi recuperación, mi alegrón fue doble, ya que sabía que no podían haber elegido mejor y además, esa sonrisa tuya lo ilumina todo.
Al principio me sentía como un potrillo recién nacido en el jardín del chalet, tratando de no perder el equilibrio y caer dando mis primeras carreras, pero allí estaba a mi lado la yegua más bonita del mundo, vigilando mis movimientos y enseñándome a galopar de nuevo.
Corrías a mi lado y me pedias que comenzara una y otra vez recordándome a Clint Eastwood en "Million Dollar Baby", pero en terriblemente atractiva.
Luego comenzaste a darme caña en la piscina y cuando estábamos en el agua, yo me sentía como una pequeña gacelita cruzando el Nilo detrás de su mamá, tratando de llegar rápido a la otra orilla sin que me devoraran los cocodrilos.
Suena a chorrada, pero aquellos ejercicios en la piscina se me presentan como otra metáfora de la vida, ya que el peligro acecha por todas partes y hay que ser lo bastante ágil para esquivarlo y sobrevivir que en esta piscina de la vida los cocodrilos campan a sus anchas por doquier.
Con el mayor de mis respetos a todos los escritores del mundo, yo por encima de cualquier otra cosa me siento escritor y aquella maldita hemiplejia que me provocó el accidente me dejo muy tocado el lado izquierdo por lo que me desesperaba pensar que nunca recuperaría las habilidades en el teclado y ahí también estuviste estupenda, haciéndome ejercitar brazo y mano con pesas y ejercicios para vencer aquello.
Lo cierto es que desde que he podido volver a escribir, se que en gran parte te lo debo a ti.
También me ayudaste con este cerebrito mío, poniéndome ejercicios y haciéndome currar más allá de gimnasio y piscina y hay algo que  me hace feliz por encima de todo lo demás, el que mi padre antes de dejarnos, me viera nadando un largo tras otro con peso en ambas manos, así que se que se fue tranquilo por mi.
El hecho de que ayer nos viésemos lejos de ejercicios, bicicletas estáticas y demás, y pudiésemos compartir unas birras (aunque de momento las mías sin alcohol) fue cerrar el ciclo que comenzó a cerrarse hace pocos días, cuando en el hospital me dieron el alta definitiva de las secuelas físicas.
Además de alegrarme el día me diste un buen consejo. Cuando te conté que ahora me he vuelto más tímido y me da incluso miedo hablarle a aquella que me vuelve loco, me abriste los ojos con algo que por la noche me confirmó mi gran amigo Luis: deja que lleguen las cosas y todo llegará.
Ya no tengo prisa ninguna y soy un tipo bastante feliz, aún con ciertas penas que me van a acompañar durante toda esta nueva vida, pero gracias a ti, vuelvo al cuadrilátero y estoy preparado para el combate.
Yo era un cachorrito cuando me desperté con tu presencia y ahora vuelvo a ser un felino grande y rápido con ganas de reinar en la selva.
Es muy difícil no quererte mucho, "Teté".

No hay comentarios: