lunes, 24 de marzo de 2014

Desde Arriba.

Todo se ve diferente.
Me observo desde el techo de la habitación, con la espalda pegada a las molduras de escayola.
Ahí abajo estoy yo, tirado en el sofá del salón.
No he tenido siquiera la delicadeza de quitarme las zapatillas de deporte y me tengo que estar destrozando las cervicales en esa postura, con el cuello retorcido como no queriendo ver más allá de los grandes cojines blancos.
Sobre el pecho, una manta naranja llena de pelos de gato y sobre la manta, un gato blanco y negro que me lame los nudillos y aprovecha para seguir regalandole pelos a la manta.
Me he quedado dormido con un cd sonando en el equipo y con la lamparita de lectura encendida, se nota que esta ha sido una noche dura, en una semana dura de un mes duro.
Debería cortarme el pelo, cuando me levante no va a haber quien lo devuelva a su posición natural.
Tengo ojeras, se me juntan con las arruguillas de los ojos.
Imagino que el cenicero lleno de colillas tiene algo que ver con los ronquidos que acompañan la música, despuntando en los espacios en blanco, entre canción y canción.
Tomo nota: cortarme el pelo, comprar contorno de ojos y dejar de fumar de una puta vez.
No se como coño soy capaz de estar aquí arriba y allí abajo al mismo tiempo, pero tampoco me preocupa demasiado, es una sensación algo extraña pero para nada me está resultando desagradable.
Es cuando menos estimulante, me permite observar lo que los demás ven cuando me miran, lejos de esas imágenes ideales que todos nos formamos sobre nosotros mismos.
Ya voy peinando canas, aunque lo de ser rubio es una ventaja en estos casos.
Es gracioso como se aprecia de lejos la simetría perfecta del bigote bicolor. Es como lo de las dos Españas, conviviendo, pero tan diferentes. Y la una sin la otra no tienen sentido alguno.
"Españolito que vienes al mundo, te guarde Dios, una de las dos Españas ha de helarte el corazón", que escribió el poeta.
Imagino que esa ausencia de pigmentación en el bigote es mi mayor sello de identidad, eso, y los ojos tristes de perrito pachón que se ha pasado la vida lamiendo rostros y meneando el rabo y que aunque le muelan a palos, se empeña en tumbarse al lado de la persona equivocada.
Vaya, si que estoy adelgazando deprisa. Mira que estupendo, no hay mal que por bien no venga.
Durante toda mi vida, las depresiones me han despertado el apetito y ahora no se por que, pero no me apetece demasiado comer. Sera porque siento que la comida me alimenta, pero no me satisface.
Como el resto de las cosas.
Respiro, pero no vivo.
Camino, pero no llego.
Hablo pero no converso, escribo pero no transmito, abrazo pero no siento.
El gato se ha cansado de mi estado inerte, de los nudillos y de los ronquidos y ha decidido que es mucho más divertido mordisquear el cable del cargador del móvil, condenado a cumplir cadena perpetua en el enchufe de la pared.
Que cabroncete, ahora me explico muchas cosas.
Un gesto brusco de mi "yo durmiente" está apunto de hacerme caer de las alturas.
Una pesadilla supongo, últimamente tengo muchas, imagino que por estar en un momento convulso en el que decidí enfrentarme de una vez por todas a esas cosas de la vida que no terminan de solucionarse.
Y por todo lo demás.
Vale que no ahora mismo no estoy para ir al Carranza, a cantar tanguillos de Cadiz, pero hay momentos, en los que hay que ponerse serios.
Las chirigotas volverán, los carnavales volverán y volverán también los días de vino y rosas.
Me están entrando unas ganas horrorosas de bajar y darme un par de ostias, para que nos vamos a engañar.
La movida es que este "yo etéreo" es incorpóreo y no iba a conseguir gran cosa.
No obstante este paseito fuera de mi me ha venido estupendamente para darme cuenta de algunos detalles que hasta la fecha desconocía.
Como por ejemplo que estoy vivo.
Que a un día siempre le sigue otro y hay que tener cojones para aceptar que unos nos gustarán más y algunos bastante menos, pero son muescas en la culata todos ellos.
Que soy un tipo afortunado, aún rumiando las desgracias y revolcándome en el dolor.
Si duele, es que sigues en la brecha.
A los cobardes no les duele nunca nada, excepto su cobardía.
Voy a ver si me realojo en este cuerpo mio que ha tenido a bien desahuciarme por unos minutos.
Espero recordar todo esto con la primera luz de la mañana.








.








No hay comentarios: