jueves, 19 de diciembre de 2013

En Navidad

Se viste todo de luces de colores y de campanitas y de abetos fabricados en china.
De turrón blando que se hace bola y del duro que te manda al dentista al día siguiente y te jode cien euros de los que te habías guardado para pagar la factura de la luz.
De digestiones pesadas, de kilos de más, de copas de cava al que ni te acercas el resto del año.
De tangas rojos, de buenos deseos, de deseo.
Porque es Navidad y aunque ya casi no reconocemos lo que hay debajo del papel de regalo brillante que envuelve las fiestas, a mi me sigue gustando esta época.
Me gusta que las personas vuelvan a ser personas y cuelguen los cargos, los galones y las chorreras en el perchero de la entrada, junto al abrigo.
Me gusta que en la mesa, tratemos de poner buena cara al mal tiempo, a la cocina de la suegra y a los chistes del cuñado (aunque ese no es mi caso, mi cuñado tiene su gracia).
Me gusta rozarle el muslo a mi chica por debajo de la mesa, mientras finjo colocarme la servilleta bajo la atenta mirada de la  tiabuela.
Me gusta que mi padre cante villancicos, que mi madre cante villancicos y que los perros de mi madre y de mis hermanas , se sumen y canten villancicos.
Me gusta ver las caras de mis sobris la mañana del día de Reyes, y me gusta ver la cara de mi madre la mañana del día de Reyes, después de pasarse la noche entera colocando regalos para todos en el salón, convirtiendo el agotamiento en felicidad por los suyos.
Me gusta ver las caras de todos cuando ven mi cara el día uno de enero, más jodidito que la hija de Albano, pero puntual a mi cita.
Las cenas de empresa, donde los empleados pelotas preparan las rayas del jefe y donde los empleados canallas se meten las suyas y las del jefe, y de paso se cagan en la madre del pelota.
Donde por fin y a base de pelotazos, el oficinista se arma de valor y le dice "ojos verdes tienes" a la chica de recepción, que está para mojar pan y lo que haga falta.
Me gusta que la chica de recepción se haya hinchado de gintonics preparados, de esos con frutos del bosque y de rienda suelta a su pasión con el oficinista, en los baños del último garito que quedaba abierto en Valladolid.
Me encanta ver a mis amigos apurar la caña para irse corriendo a buscar a los niños porque va a empezar la cabalgata.
Mi gato y yo colocamos los zapatos en el sofá del salón y nos deleitamos con un whisky de malta, mirándonos a los ojos y repasando el último año.
El regalo más hermoso de todos, duerme ajeno a nuestros chupitos, con el cabello largo y oscuro extendido por la almohada y la perrita a los pies de la cama.
Y solo deseo que sea siempre Navidad entre nosotros, para despertarme cada mañana abrazado a ella, sintiéndome un niño otra vez, un niño que ha debido de ser muy,muy bueno.
Estas navidades, si me descuido, hasta me acabará gustando el jodido anuncio de la lotería.
Nanananana   na nana.



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