sábado, 12 de octubre de 2013

Sería tan facil

clavar los dedos en mi pecho de mantequilla y extraer de una vez por todas este músculo confuso y analógico.
Que para poco sirve, porque hace ya tiempo que venció la garantía y ahora cada vez que se estropea me toca andar metiéndome a chapuzas.
Y no se donde coño poner la cinta aislante, porque gotea y supura por todas partes.
Trato de aguantarlo con destilaciones amargas y eso no deja de ser pan para hoy y hambre para mañana.
El problema viene de fábrica, cuando te lo entregan reluciente y te dicen que es un artículo excepcional que no debe faltar en todos los hogares y que hará las delicias de pequeños y mayores.
Y es mentira.
Es una asquerosa patata que sangra y se hincha con promesas y se vuelve de latón cada vez que le llega el aire de otoño.
Es carne de trastero o de desván, porque viviríamos mucho mejor sin su presencia obsolescente.
Aunque a veces te hagas ilusiones con su puto pájaro de cuco que sale a darte las horas con violines y fuegos artificiales.
Son todo ilusiones y efectos especiales, maquillaje y bombas de humo.
El corazón es un trozo de materia por definir, que según que juguetero haya firmado, funciona mejor o peor.
Y de esa trinchera, ahora mismo no me hace salir nadie.
Estoy mucho más seguro aquí, refugiándome del fuego graneado de las promesas eternas.




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