viernes, 19 de abril de 2013

Malabrigo

Este es uno de los relatos que he escrito para una cata que hicimos anoche, maridando vino de las bodegas Cepa21 de la Ribera del Duero, con tapas de autor de Alberto soto, chef del Restaurante Cepa21 y con tres textos mios, escritos para la ocasión.
Con el tinto"Malabrigo", un vino de alta gama, buque insignia de la bodega, me salió esto.
El nombre del vino ya de por si, se presta a la literatura.



Malabrigo.

El potro pinto, extenuado por la galopada y picado en el abdomen por los espuelazos de Malabrigo terminó derrumbándose junto a una loma, en las afueras de Castrillo, desmontando en la caída a su jinete.
El bandolero no le culpa, aquel caballo acaba de salvarle la vida.
Si el escuadrón de dragones franceses llega a atraparle, hubiera corrido la misma suerte que el resto de su partida.
“Patillas”, “Saltacharcos”, “Curita” y “Mataviejos” ya no volverán a calentarse junto al fuego en las frías noches de niebla y guerrilla.
No volverán a compartir la bota, entre juramentos, blasfemias, risas y maldiciones.
Los gabachos se han llevado por delante a muchos mozos de los pueblos vecinos, algunos, como él, decidieron echarse al monte y jugar los naipes que les repartieron de la mejor manera que entendieron, a navajazo limpio, buscando el hueco entre las trabillas de las corazas francesas, hundiendo junto a la hoja mellada de la navaja, la rabia de un pueblo hastiado de invasores.
El piafado del caballo moribundo le devuelve a la realidad, alejándole del recuerdo de los compañeros caídos.
Tiene que buscar refugio pronto, la noche cae, y los dragones continuaran batiendo la zona al menos un par de días más.
Con delicadeza, libera al animal de la silla y rápidamente realiza un inventario de víveres y armamento.
Medio queso de oveja, unas salchichas, algo de pan duro, dos roscas de anís, cuatro cargas de trabuco, su navaja de seis muelles y algo más de tres cuartos de la bota de tinto.
Es un buen vino, de la zona.
Criado a golpe de frió y lluvia, de sudor campesino, de corazón español y sol de primavera.
Madurado entre barricas, poderoso y espeso.
Inclina la cabeza hacia atrás y deja que el chorro le refresque la polvorienta garganta.
Traga despacio, saboreando.
-Jodios franceses…la que os voy a dar en cuanto reúna otra partida-piensa para si.
Juro por mis muertos que hasta que no estéis todos de vuelta al otro lado de los pirineos, o bajo dos palmos de tierra española no voy a dejar que durmáis una noche tranquilos-
No quiere gastar un disparo con el pobre pinto, además los franceses podrían escuchar la detonación, así que abre la navaja y se tumba junto a la cabeza del fiel caballo, que parece conocer la suerte que le aguarda y agoniza resignado.
El bandolero, le acaricia las crines con la poca dulzura que reservan sus ásperas manos curtidas durante años de vendimias y  manchadas con la sangre de docenas de hombres.
Desliza con suavidad y precisión cirujana la hoja de lado a lado de la garganta del animal, con un tajo rápido y misericorde.
El bicho deja de sufrir, a él se le cae la última lágrima que le quedaba, la que reservaba para el día en el que España se librara de extranjeros, la que le iba a regalar a su novia al volver al pueblo.
Se amorra al caño de la bota y deja pasar una buena medida de tinto.
Carga la silla de montar, la manta y los enseres y se pierde por las laderas del monte, en busca de cobijo.
Mañana será otro día.


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