jueves, 27 de septiembre de 2012

Se me terminó

el polvo de hadas y claro...me la he pegado bien gorda.
Era lógico, tenía que pasar, tenía que terminar sentando la cabeza.
Obviamente la policia me ha multado por volar sin cobertura de ningún tipo (como los aviones de Ryan Air).
Un agente de azul trazaba en el asfalto la silueta de mi sombra con una tiza blanca y los peritos forenses se hartaron de hacer fotos al gorrito verde con la pluma roja despeluchada encajado en lo alto de una farola.
La ambulancia, como en la canción de Alejandro Sanz, volaba...yo ya no puedo.
Trataron de tomarme una via, pero si  Garfio no pudo atravesarme nuca con su acero, era lógico que se rompiesen hasta tres agujas, una detrás de otra.
La doctora no se lo pudo explicar, ni eso, ni el porque del que en apenas cinco minutos de veloz carrera entre sirenas y luces prioritarias, me creciese espontaneamente la barba.
Al fin voy a envejecer, seré uno más, otro entre todos.
A lo lejos vi como Campanilla se posó en la cornisa de un edificio y desde allí contempló como el tiempo mata cualquier tipo de esperanza.
Me hicieron placas de todo el cuerpo y las radiografias demostraron diversas fisuras en la inocencia y el orgullo.
Nada serio, viviré, pero ¿a qué precio?
Los días seran más largos, las noches más duras y los niños seguiran perdidos por los siglos de los siglos.
Amen.
En la sala de espera, sentadito en mi silla de ruedas, observo la condición humana.
Me apetece fumar, beber, hacer el amor, levantarme cada mañana para acudir a mi puesto de trabajo y pagar impuestos.
Debo de haberme vuelto loco, el proceso ha debido completarse.
No se como enfrentarlo, ya soy lo que todos querian que fuera y en el fondo, muy dentro de mi, yo también lo ansiaba, pero ¿ahora qué?
¿Qué hago con mis diferencias?
Las puedo escribir aquí.
Bien mirado seré el único vecino sin sombra en mi nueva ciudad.
El único que ha surcado todos los mares, sobrevolado todos los continentes y amado a las peores mujeres, y a las mejores mujeres.
El único que se resistió a crecer hasta que venció y descubrió que todo crecia, todo menos yo.
El único que pudo elegir su grado de humanidad y el único que esconde un traje verde debajo del colchón.
Por si acaso.
Solo tengo que pensar en algo encantador y suplicarle a Campanilla que vuelva a por mi, aunque ahora le pida que se aleje todo lo posible, no quiero que me vea así.
No quiero que me descubra adulto.


miércoles, 12 de septiembre de 2012

Piteras en la lengua.

Como las clásicas en los tapetes de cartas o en las faldillas de las camillas de las residencias de ancianos de antes, de cuando se podia fumar alegremente.
Piteras en la lengua porque se me caen las brasas al masticar un montón de palabras que no puedo escupir.
Y la garaganta abrasada por tragar insultos incandescentes, reproches al rojo vivo.
Expulso el humo por la nariz y cuento hasta cien antes de levantarme de la cama.
A veces me siento como un dragoncito cabreado, preparando la bocanada de fuego que terminará de una vez por todas con tanta tonteria.
Mi dormitorio apesta a azufre y tengo que destrozar las paredes con un mazo para ventilar cada mañana.
Los canarios del salón yacen inertes en sus jaulas y mi gato se pasea por la casa con su hermoso traje NBQ.
Menos mal que puedo beber de tu boca el agua que me refresca y me aplaca.
Porque a veces tengo ganas de que todo arda ya, de no demorar el momento, de iniciar un picado cayendo desde lo alto del cielo para arrasar las praderas con todo lo que no llegué a decir nunca y ahora me consume.
Se va acercando la hora de la batalla y el magma de mis entrañas bubujea anhelante.
El valiente ha sido valiente hasta que el cobarde ha querido.
No lo olvides cuando te afixies entre cenizas.
De tanto avivar las llamas, se te ha terminado por ir de las manos.