martes, 22 de febrero de 2011

Carolina.

Aquella morena pequeñita de nariz respingona me estaba trastornando completamente, poniéndome el corazón a bailar merengue cada vez que su mirada se cruzaba con la mía.
Coincidimos durante tres semanas en unas clases de expresión corporal y ya desde el primer día, en que el destino nos seleccionó para realizar un ejercicio por parejas, supe que esa sonrisa al tiempo infantil y maligna, cambiaría mi vida.
Y vaya si la cambió.
Fue un viernes por la tarde, al salir del aula sudorosos y extenuados, cuando se acerco a mi pizpireta y terriblemente hermosa, y sin darle importancia alguna a la proposición, como si fuera lo más natural del mundo, me invitó a cenar en su casa esa misma noche.
Corrí hasta casa en una suerte de trance místico-nervioso y mientras me duchaba fantaseé con cientos de situaciones en las que ella me apartaba el pelo del rostro buscando mis labios, acariciaba mi nuca con las uñas en pleno éxtasis o simplemente, se despojaba de la ropa en un erótico baile a ritmo de blues.
Antes de salir de casa, asalté la cava de mi padre y escogí una botella de Moet del ochenta y dos, no porque entendiera de champanes franceses y añadas, simplemente porque ese fue el año de Naranjito y tan simpático personaje no podía asociarse más que a diversión y locura.
A punto estuve de matarme por el camino.
Conduje como un loco, con la Vespa hiper-revolucionada echando humo del esfuerzo, solo quería llegar, estar allí con ella, besarla, apretarla contra mi.
Carolina vivía en un pequeño apartamento en el barrio de Aluche, junto al "Corte Inglés".
Un cuarto piso sin ascensor.
Creo que no hizo falta ni que llamara a la puerta, los latidos de mi corazón se oían hasta en Majadahonda.
Abrió con una sonrisa enorme en el rostro y me pidió que pasara en voz muy bajita, como si me estuviera invitando a entrar en otro lugar, muy muy privado.
Estaba preciosa.
Unos vaqueros ceñidos, de tiro bajo que moldeaban con la precisión de un escultor su impresionante trasero y que permitían de forma "accidental" que asomara unos milímetros el elástico de unas braguitas blancas de algodón.
El color beige de una sencilla camiseta de tirantes realzaba el miel de sus ojos almendrados y no pude evitar lanzar una fugaz mirada a su pecho, donde encontré para mi deleite unas formas pequeñas y desafiantes que parecían querer atravesar a golpe de pezón erecto la licra de la camiseta.
Estaba tan excitado que no podía ni hablar.
Ella lo notó, seguro, y rompió aquel momento contemplativo cogiéndome con suavidad de la mano y pidiéndome que la acompañara a la cocina.
Al mismo infierno la hubiera acompañado.
Estaba cocinando algo especial para mi, me dijo, una receta vegetariana a base de pastel de champiñón y salsa de pepino.
No se si fue mi mente calenturienta, pero aquella manera de pronunciar "pepino", deteniéndose en la "e" con una lujuria fuera de lo normal para una chica de veinte años, hizo que mi cuerpo entrara en un estado de erección permanente, casi febril.
Me estaba poniendo realmente enfermo.
Puso un cd de blues americano, donde un hombre con la voz muy grave acompañado de la guitarra más melancólica del universo, parecía susurrar una advertencia.
Putada grande la de no hablar ingles.
Cenamos a la luz de las velas y poco a poco, entre charla y risas, dimos cuenta de todo el pastel bien cubierto completamente por esa salsa griega llamada "satsiki" (salsuki, según Belén Esteban).
Yo quería ser el comensal perfecto y que ella notara que adoraba todo lo que me ofrecía.
En mala hora.
Ya en los postres, comencé a notar unos extraños movimientos en mi intestino.
Probé a ignorar tan desagradable sensación y traté de concentrarme en el momento que se avecinaba.
Mentalmente preparé la estrategia y propuse tomar una copa de champagne francés en el sofá.
Ella accedió solícita y sirvió el Moet en dos copas alargadas y estrechas.
Probé a besarla y con gran placer descubrí su lengua rozando la mía casi al instante.
Las copas cayeron al suelo derramando aquel líquido acarbonatado de "a cojón de mico" la botella, pero todo daba igual.
Introduje mi mano derecha por debajo de su camiseta y pronto confirme lo que ya sabía: no llevaba sujetador.
Al rozar con la yema de los dedos uno de sus pezones, su cuerpo se estremeció y note como en un movimiento absolutamente instintivo y natural, sus piernas se relajaron, abriéndose lentamente.
Estaba preparada y comenzamos a despojarnos de la ropa.
En ese momento una punzada horrorosa en mi estómago, hizo que me doblara en un gesto de dolor y a duras penas pude controlar una terrible flatulencia.
Esto no podía estar pasando.
De nuevo otra punzada...aún más intensa que la anterior.
Aterrorizado me incorporé disimulando lo mejor que pude y pregunté por el baño.
Ella, entre molesta e impaciente me indico con la cabeza una puertecita que se hallaba justo en frente del sofá donde habíamos comenzado a amarnos.
Rezando porque la música amortiguara el sonido de lo que se avecinaba entre en el excusado y tras cerrar con pestillo, me despojé de pantalones y calzoncillos y caí desolado sobre la taza del wc.
No podía creerlo, el pepino del Sasiki, me estaba arruinando la mejor noche de mi vida.
Una terrible y estruendosa diarrea se apoderó por completo de mi cuerpo y antes de que pudiera a penas controlarlo, mi estomago se descompuso completamente.
Recuerdo que supliqué a Dios que no terminará nunca el Cd, ya que apenas cinco metros separaban aquella taza del sofá donde esperaba incómoda carolina.
Pero los dioses son caprichosos.
Justo en el momento en el que mi cuerpo produjo el segundo estallido anal, la música se detuvo.
Traté de disimular tosiendo estruendosamente, pero lejos de amortiguar la escandalera, solo conseguí maquillarla malamente y que Carolina golpeara la puerta preguntándome si me encontraba bien.
Un hilo de voz respondió por mi asegurando que si, que era cuestión de un segundo.
Entonces ella pronunció una frase que me paralizo el corazón: "por cierto...no hay papel"
En ese momento deseé estar a mil kilómetros de Madrid, en un iglú en el polo o a bordo de una cápsula espacial, girando en la órbita de la tierra.
Con pavor eché un vistazo a aquél desaguisado y a tenor de lo que pude ver, me iba a ser imposible salir de allí con un mínimo de dignidad.
Me temblaban las piernas del esfuerzo y no sabía como escapar de aquella situación.
Mi entrenamiento como Boy -scout afloró repentinamente desde el subconsciente y en un golpe de audacia, me despojé de los gayumbos y tras romperlos en dos mitades, los utilicé para tratar de devolver su antiguo esplendor a mis posaderas.
Tiré de la cadena y tras un buen trabajo de escobilla, me decidí a salir de aquel baño.
Entonces me di cuenta de que no podía dejar allí los dos trozos del calzoncillo salvador.
Gracias a Dios soy de los que utilizan vaqueros anchos, de enormes bolsillos así que doblé aquellos restos impregnados como pude y me los eché a los bolsillos traseros.
Como soy fumador, una cerilla oportuna disolvió sin problemas el aroma del wc y tras lavarme las manos y la cara, salí del baño.
Ella opto por disimular y hacer como si no había oído nada, cosa que le agradeceré eternamente y volvimos al sofá.
Tras un buen rato de besos y caricias, se levantó y tomándome del brazo me condujo hasta el dormitorio.
Nos desnudamos lanzando la ropa sobre una silla junto a la cama y pasamos a la acción.
Cuando me disponía a entrar en ella, en el último momento, me pidió que utilizara un preservativo.
-en mis vaqueros- dije yo y antes siquiera de que me diera tiempo a reaccionar, Carolina se levantó y para mi desgracia introdujo su delicada mano en el bolsillo trasero de mis pantalones, buscando la fastidiosa goma.
Aún recuerdo su grito de horror.
Entro en fase "histeria-inmediata" y entre gritos y lágrimas, no dejaba de mirarse la mano, que había restregado por dentro de uno de los trozos de calzoncillo sucio, impregnándose hasta la muñeca de los restos del pastel de champiñón y del puto Satsiki.
No me quedé a ver como solucionó la situación.
De un salto me lancé sobre los pantalones y la camisa y corrí, corrí como si me persiguiera el mismo diablo y maldiciendo mi mala fortuna abandoné aquel apartamento , dejando allí a la chica más hermosa y más dulce que había besado en mi vida, literalmente, llena de mierda.
Unos meses después, conseguí que mis padres me pagarán la matricula de la facultad en Oslo, y aún no he vuelto por España.
De vez en cuando, sueño con Carolina.
Nunca supe más de ella.
No he vuelto a probar el Satsiki...ni a enamorarme.
Justo en el momento en el que voy a besar a una chica, el pánico se apodera de mi y siento una extraña flojera en el cuerpo.

jueves, 17 de febrero de 2011

Lo bonito de los sueños.

Lo más hermoso de un sueño, es que se puede hacer realidad.
Diferentes corrientes psicológicas y filosóficas ha profundizado en los sueños a lo largo de la historia del Ser humano.
Yo no voy a entrar en teorías ni corrientes, simplemente me gusta soñar.
Siempre he soñado mucho, la mayoría de las veces despierto.
Desde muy pequeñito, he tenido la suerte de ver como muchos de mis sueños se iban haciendo realidad, incluso en algunas ocasiones, la realidad ha superado al sueño.
En una ocasión soñé que me enamoraba de una chica preciosa, y al despertarme lloré porque no podía recordar su rostro.
Han tenido que pasar más de veinte años para volver a verla y casarme con ella.
Otra noche soñé que conducía una moto que iba muy despacito, y me daba tiempo a fijarme en los colores del campo, en la forma de las nubes y en los pájaros posados en los hilos del teléfono.
Ahora salgo a rodar en mi vespita, con un buen grupo de compañeros que soñaron lo mismo, y que detienen los escuters en cualquier cuneta, para contemplar el paisaje y dedicarte una sonrisa.
Soñar es genial.
Soñé que me hacia mayor y viajaba con mis amigos de siempre y ahí estamos...unos más calvos, otros más gordos o más arrugados, pero todos juntos en el mejor de los viajes, que es la vida.
Soñé que mi perrita se escapaba y no podía encontrarla, por más que corriera parque arriba y parque abajo, y una madrugada mi perrita se escapó dejando su correa y su mantita en el sofá de casa y se marchó a correr por otros campos.
También soñé que un gigante con muchas cabezas me perseguía y trataba de comerme, y aún sigue intentándolo, lanzándome dentelladas con olor a crisis, a paro y a miseria, pero yo corro y corro, y por mucho que me pesen las piernas, no dejaré que me atrape.
En ocasiones me doy la vuelta en la cama y ya despierto, trató de retener todos los detalles del sueño, sumergiendome en el abismo onírico de un salto, y noto como caigo al vacío.
Sueño con mi abuelo que me habla y siento su presencia junto a mi, el sonido hueco de la contrera del bastón golpeando el suelo al caminar y la fragancia de su colonia.
Hay veces que sueño por todos y me duele la cabeza y al despertar me encuentro con alguna noticia en la prensa que me reafirma en los soñado.
Soñé que un grupo de niños se colaban por una rendija abierta en la carpa de un circo, y allá que me fui con mi caravana pintada de rojo, a reírme y a hacer reír.
Los sueños son la carta de ajuste de la vida.
Me gusta soñar, y me gusta que la gente aún tenga sueños.

martes, 15 de febrero de 2011

Apaga y vamonos


El señor Burns quiere amasar otro billón...o algo así.
El caso es que los que deciden que el leer por las noches, sea un artículo de lujo, han vuelto a dar otra vuelta de tuerca.
Sinceramente opino que no son más que unos ladrones, otros ladrones.
Por eso os pido a todos que esta noche quitéis el chivato oportuno, y por un ratito prescindáis de la electricidad de vuestros hogares.
Podéis aprovechar para silbar, para dormir, para sentaros en el rellano de la escalera a echar un pitillito o si tenéis con quien o con que, echar otra cosita, o un par de ellas.
No se si va a ser efectivo o no. No se si va a ser contraproducente o no.
Lo que si se, es que va siendo hora de que nos juntemos para decir basta, y que se escuche bien fuerte, que llegue hasta sus poltronas de cuero.
Que sepan que las cosas están cambiando y que llegará el día en el que no nos dejaremos chulear más.
Haced lo que os dicte vuestra conciencia, pero que sepáis que yo, de diez a diez y media estaré apagado.
Ojo...no vale aprovechar para desvalijarme la casa...cabrones.

lunes, 7 de febrero de 2011

Si la vida es sueño...¿a que hora suena el despertador?

Actuar es una de las cosas que todo el mundo sabe hacer.
Desde que nacemos estamos actuando, bien por el placer de la recompensa en forma de beso o caricia o bien para obtener lo que deseamos.
Todos, absolutamente todos, actuamos a diario.
Actúa el que le da largas al de la cruz roja por la calle, fingiendo tener mucha prisa, o hablar por el móvil.
Actúa el empleando del banco cuando te dice que va a estudiar tu solicitud, a sabiendas de que no te van a dar ni un duro.
Actúas cuando te toca sentarte al lado de una persona que no soportas, en la boda de un primo segundo.
Actúas cuando te pillan mirando el escote de la rubia que está poniendo los cubatas y no quieres que su novio te rompa la cabeza, o que tu mujer te rompa la cabeza, o que la rubia, su novio y su mujer se pongan de acuerdo y te rompan la cabeza.
Actúas cuando llaman de Orange, de Movistar o de Vodafone y te apetece "contestar a una sencilla encuesta" como sentarte en un charco.
Actúas cuando te sometes a un interrogatorio, digo...a una entrevista de trabajo.
En cada gesto cotidiano, sale el actor que llevamos dentro, en mayor o menor medida.
Por supuesto hay gente que es incapaz de actuar, pero son los menos y suelen estar internados.
Yo siempre he dicho que para mi ha sido muy sencillo compaginar mi trabajo en el sector inmobiliario, con el grupo de teatro.
La vida es teatro, continuamente teatro.
Hay grandes funciones, donde puedes llegar a bordar un orgasmo.
Uno de mis papeles preferidos, es el de "tipo que se ríe ante un chiste que ya conoce, o no le hace puta gracia". Ese se me da muy bien.
Para mi actuar es vivir, y vivir es actuar, con lo que cada día que pasa es salir a un escenario, con la única diferencia del número de público asistente.
En ocasiones el aplauso está garantizado.
Animo a todo el mundo a que acuda al teatro siempre que pueda, para formarse y pulir el estilo.
Vamos, no me sean cínicos, no se me rasguen las vestiduras, todos, absolutamente todos, somos personajes en busca de autor.

martes, 1 de febrero de 2011

Adios...Corderos


No soy un revolucionario...faltaría más. Soy demasiado bajito y me falta valor. En cuanto las tropas cargaran sobre nosotros, fingiría un angina de pecho o un parto prematuro, me escondería bajo los cuerpos de la muchedumbre pisoteada o saldría corriendo como el correcaminos.
Los disparos me dan cosica y el olor a pólvora me desagrada más que el de coliflor cocida.
Además...la sangre sale fatal de las ropa blanca, y a mi el blanco me sienta realmente bien.
No obstante, me pido el papel de agitador, que va mucho más acorde con mi personalidad.
Ha llegado el momento.
Lo estamos viendo en Egipto y en Túnez y si además, lo canta Macaco, tiene que ser verdad.
Hay mucha gente cansada de deslomarse y pasar hambre, para que el gobernante de turno (y su familia y amigos, of course) se forren a costa de sus sufrimiento.
Es el momento de que el pueblo le ponga ruedas a todos esos fulanos y los largue del país.
Sin violencia, a ser posible.
Al fin los ejércitos empiezan a cerrar bocas, ya que hoy por hoy, lejos de ser elementos de represión, se están posicionando al lado de sus hermanos para facilitar y asegurar la transición a la democracia.
La de punkis que van a tener que meterse la lengua en el orto.
Y es que es normal, los soldados también tienen madre, hijos, hermanos y mascotas, y a nadie le gusta que los suyos pasen un mal trago.
En Egipto y en Túnez esta sucediendo, quizás es la hora de que el resto de los países que tragan con la misma mierda, se harten de tanta corruptela, de tanto traje a medida, de tanta bajada de pantalones, de tanto subastar deudas, bajar pensiones, cerrar empresas.
Puede que sea la hora de fletar un "Estrella polar" del tamaño del Queen Mary y llenar los camarotes de políticos "sucios", banqueros sin alma y ladrones de sueños, para fletarlo alegremente y hundirlo después en alta mar.
Se iban a poner ciegos los escualos, no iban a tener dinero bastante para comprar Almáx y Omeprazol.
No hace falta poner bombas ni que mar cajeros, no hace falta asaltar palacios, saquear comercios, agredir periodistas.
Es tan sencillo como salir a la calle a gritar "Ya está bien" y demostrar que la unión hace la fuerza.
Somos poderosos porque somos suficientes, bastantes, demasiados.
Hay que aprender de lo que está sucediendo aquí al lado, tomar nota y aprovechar el ejemplo.
Lo único que me da miedo, es que en España solo sale la gente a la calle para celebrar as victorias de Futbol, o para reivindicar el humo en los bares.
Lo demás, parece que nos da igual.
No soy un revolucionario, pero si lo fuera, se iban a enterar.